Aunque cada vez cuesta más creerlo, hay vida y noticias más allá del choque de trenes de Cataluña. La próxima semana, por ejemplo, se debatirá en el Congreso de los Diputados (a propuesta de la marca catalana de Podemos, por cierto) la ley de igualdad LGTB, en la que se lleva trabajando dos años y que se basa en una propuesta de la Federación Española de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB). En principio, hay suficiente acuerdo entre los grupos parlamentarios para ser optimistas sobre la aprobación de esta ley, de cuya necesidad hablan por sí solas las críticas de los fanáticos de Hazte Oír, las agresiones a homosexuales y la sideral distancia que nos separa de la igualdad real.
La ley buscará afrontar de forma integral la igualdad de todos los ciudadanos al margen de cuál su identidad o su orientación sexual. Recoge varios aspectos clave, que llevan décadas tardando en ser abordados en una ley. Por ejemplo, que la transexualidad no se considere una patología. Actualmente, se exige un informe psiquiátrico previo para aquellas mujeres encerradas en cuerpos de hombres o a la inversa. La ley, con buen criterio, pide que desaparezca ese paso previo. Lesbianas, gays y bisexuales sufren discriminación en nuestra sociedad, sin duda, pero nada comparado con la incomprensión que padecen los transexuales, quizá la parte más vulnerable del colectivo, las personas peor tratadas y, por tanto, donde más énfasis habrá que hacer en pos del respeto y la igualdad.
También versará sobre la educación la nueva ley de igualdad LGTB. Y eso, que tanto enerva a los homófobos, es vital. Porque la educación lo es todo. Porque en los patios de colegios se escucha aún con demasiada frecuencia "maricón" empleado como insulto. Porque muchos jóvenes que aman diferente sufren miradas de desprecio. Porque no pocas veces los profesores prefieren mirar hacia otro lado. Porque, salvo contadas excepciones, la educación en la diversidad es algo aún utópico, muy lejos de ser real. Porque hay niños y niñas que nacen en un entorno homófobo, sabiendo que serán odiados por su familia por eso que están sintiendo, por eso que son, que no pueden (ni deben evitar). La educación es clave y por eso es necesario que la ley remarque la educación en valores. Se propondrá, por ejemplo, que en los libros de texto aparezcan con absoluta normalidad distintos modelos de familia.
Otro factor relevante de la ley será la prohibición de las llamadas terapias de reversión, es decir, aquellas falsas terapias que dicen curar la homosexualidad, como si fuera una enfermedad, como si quien tuviera un problema fuera el homosexual y no el homófobo. Ya hay leyes autonómicas, como la de Madrid, que prohíben estas pseudoterapias. Es importante combatir su homofobia, su peligroso discurso, su discriminación, su odio al diferente, su tendencia a alimentar prejuicios.
Vivimos en un país que fue pionero en el reconocimiento del matrimonio igualitario, aprobado aquí en 2005, pero también en un país en el que el principal partido de la oposición entonces (en el gobierno ahora) salió a las calles a manifestarse contra los derechos de los homosexuales, de la mano de obispos y sacerdotes. En estos 12 años se ha avanzado mucho. El PP ha asumido que su pensamiento homófobo era trasnochado. Hay otros grupos más pequeños, pero con mucho dinero (y con subvenciones públicas) que prefieren seguir en el siglo pasado. Habrá resistencia a la aprobación de la ley de igualdad LGTB. Se hablará del imperio gay, ese que se autolesiona, al parecer, ese que se insulta a sí mismo y se discrimina. Se hablará de la diabólica ideología de género. Se hablará incluso de discriminación a los heterosexuales. Se sostendrán, en fin, argumentos homófobos y retrógrados, pero el tiempo pasa y las sociedades avanzan. La homofobia, que es aún un problema serio y muy presente en la sociedad, va en retroceso y la igualdad gana. La previsible aprobación de la ley de igualdad LGTB será una ilusionante demostración de ese avance, aunque unos pocos fanáticos se rebelen contra el paso del tiempo.
Comentarios