Barcelona no tiene miedo

Barcelona dio ayer una lección de civismo. Al grito de "no tinc por" (no tengo miedo), miles de personas se concentraron en la Plaza de Cataluña, allí donde nace La Rambla, escenario de la masacre terrorista del jueves. Se juntaron para mostrar unidad en el dolor y frente al terrorismo. Para dejar claro a los criminales que el odio no vencerá jamás, que no apagará la luz de la amada capital catalana. Antes incluso de la concentración, a la que acudieron el rey, el presidente del gobierno y el president, la alcaldesa de Barcelona y el ministro del Interior, entre otros representantes políticos, Barcelona ya había dado un ejemplo, al volver a abarrotar La Rambla, demostrando que no hay miedo, que ningún fanático podrá cambiar nuestro modo de vivir, el bullicioso ajetreo de esa avenida, tan repleta de vida. 



Seguimos llorando a los asesinados, 14 tras el fallecimiento ayer de una de las personas heridas en el atentado de Cambrils, y continuamos llenos de rabia y dolor. Pero no nos rendimos. No claudicamos. Y Barcelona lo dejó ayer claro, con un silencio atronador, primero; con un grito desgarrador (no tinc por), después. Ayer empezamos a conocer las identidades de las víctimas, cada una con su historia a cuestas, con sus ilusiones, con sus sueños, rotos todos por el odio ciego y la sinrazón. Conocimos que los presuntos autores del atentado eran unos críos. Quién y cómo les habrá lavado el cerebro para encender tanto odio, tanto fanatismo, tanta sed de violencia en la mente de chicos que apenas habían empezado a vivir. Y supimos también que sus planes eran mucho más sangrientos, pues preparaban bombas para estallar en la capital catalana. Afortunadamente, les estallaron las bombonas de butano en las narices cuando las manipulaban para causar un daño aún mayor. Estremece sólo imaginar lo que podría haber ocurrido si los asesinos hubieran podido cumplir sus planes iniciales. 

Ayer fue día de conocer las historias de solidaridad que protagonizaron tantos vecinos de Barcelona. También fue el día de recordar, de nuevo, que los musulmanes no sólo no están representados por los asesinos, sino que son sus primeras víctimas. Ayer una mezquita en Barcelona amaneció con pintadas amenazantes, mientras un grupo neonazi hizo una manifestación en las calles de la ciudad para propagar su odio. Los barceloneses detuvieron ese acto, dejando claro que en esa ciudad abierta, mestiza, multicultural y rica en acentos y en sensibilidades no sobra nadie más que los fanáticos como ellos, que quieren reafirmar sus prejuicios racistas en estas desgracias


También fue un día de debate periodístico, que es el debate menos importante de cuantos se pueden mantener un día después de un atentado tan salvaje, pero los periodistas tenemos una marcada tendencia a mirarnos al ombligo. Fueron muchas las críticas a los medios que decidieron llevar a su portada fotografías de víctimas, muy duras, o a las televisiones que emitieron las imágenes que les iban llegando desde La Rambla, sin hacer antes una criba para eliminar aquellas que mostraran de forma clara a víctimas. Creo que las portadas más contundentes son aquellas que no se recrean en imágenes morbosas, en escenas en las que nadie querríamos ver a un familiar o a un amigo en la portada de un diario. Hay algunos periodistas, sin embargo, que creen que la brutalidad se debe mostrar tal cual es, que sólo así hace efecto en los ciudadanos. Ponen como ejemplo la imagen del niño Aylan, muerto de indiferencia e imagen del drama de los refugiados, o fotografías históricas que cambiaron la sensibilidad de la opinión pública ante conflictos bélicos, como la de Phan Thi Kim Phúc, la niña del Napalm, cuyo espanto cambió radicalmente la visión de la guerra de Vietnam que tenía la sociedad estadounidense. Es difícil, sin duda. Yo creo que debe prevalecer siempre el respeto a la víctima y que hay imágenes que, sin ser explícitas, reflejan perfectamente el horror que provocó el brutal atentado de ayer en Barcelona. 

En todo caso, no sería justo criticar a los medios por su poco tacto a la hora de publicar fotografías muy duras del ataque de ayer sin reconocer la inmensa labor de tantos profesionales que estuvieron horas informando de lo ocurrido en radio, televisión, webs o redes sociales. Y tampoco podemos dejar de reseñar aquí el excepcional artículo de Enric González, Han tancat la Rambla, que fue lo mejor que se pudo leer ayer en la prensa. Una hermosa columna que habla con cariño y belleza de Barcelona, "esa ciudad tan invivible que medio mundo quiere vivir en ella" y, sobre todo, de la Rambla y su historia, "¿cómo imaginar cerrado el espacio más abierto del mundo?" Un artículo para enmarcar. 


Un día después de la masacre, también es obligado reconocer el excepcional trabajo de servicio público que han hecho los Mossos desde que empezó el horror, informando puntualmente en su cuenta de Twitter en varios idiomas. Ejemplo claro de que las denostadas redes sociales, cobijo también de cretinos insoportables camuflados en el anonimato, pueden ser una herramienta muy útil en tragedias como esta. También fue emocionante ver cómo ciudades de todo el mundo se tiñeron de los colores de España o de Cataluña, en recuerdo a las víctimas. Desde la Torre Eiffel, apagada en honor a las víctimas, hasta el Obelisco de Buenos Aires, pasando por la Cibeles, con los colores de la senyera

Fue un día, en fin, para recordar a las víctimas y para redoblar el amor por Barcelona, ciudad abierta, vitalista y bella, ciudad que simboliza, como dijo Angela Merkel, muchas formas de vida que ningún criminal podrá vencer. Y un día, claro, para recordar La Rambla, de la que Federico García Lorca, de cuyo asesinato se cumplieron ayer 81 años, escribió: "la única calle de la tierra que yo desearía que no acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre, la Rambla de Barcelona". Siempre Lorca. 

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