Todos mienten

Hay novelas en las que realmente no pasa nada, más que la vida. Son libros en los que la historia es sencilla y cuyo encanto reside, precisamente, en ese planteamiento, en su tono ligero, reconocible, verosímil. No hay grandes giros, ni sorpresas, ni tramas retorcidas. Sólo la vida de unos personajes de carne y hueso. Es el caso de Todos mienten, de Soledad Puértolas, obra que me atrajo por su título en un puesto de libros antiguos en la pasada fiesta de Sant Jordi en Barcelona. Por el título y porque no había leído nada de su autora y tenía ganas. 

Este libro fue publicado por Anagrama en el año 1988 y se cuenta en su contraportada que "sobre el trasfondo frívolo del Madrid moderno, dibujado con trazos ágiles y no precisamente compasivos, Todos mienten relata el paso de la adolescencia a la madurez de un joven que ha crecido en dos ambientes casi opuestos". Habla del Madrid moderno, de aquella época, claro. Pero lo que tienen las buenas novelas es que son intemporales. Hay referencias a calles y locales de la capital, de moda entonces, suponemos. Pero la historia de fondo, ese paso a la madurez del protagonista, es intemporal. Es la historia mil veces leída en una novela de la construcción de la personalidad, de ese momento en el que las certezas indestructibles de la adolescencia se van diluyendo o matizando. 


La mayor virtud de esta obra es su ligereza y su falta de ambición. No tiene grandes pretensiones. No pretende ser una reflexión sesuda sobre el ser humano. Es sólo la historia, muy real, muy tangible, de unos personajes que mienten, como alude el título, a veces sobre todo a sí mismos. Unos personajes frágiles, vulnerables, necesitados de cariño. El protagonista y narrador de la historia es un joven que vive junto a su hermano, el artista, el brillante, el carismático, y junto a su madre, viuda de un gran autor teatral. Las amigas de su madre y su familia son el entorno en el que se mueve el protagonista, esos dos ambientes casi opuestos a los que alude la presentación de la novela en su contraportada. 

Avanza la vida del protagonista con pequeñas historias. Noviazgos, matrimonios, divorcios, nacimiento de hijos. La vida misma. Sin grandilocuencias ni alharacas. Sin alardes de ninguna clase. Con un estilo ágil, la autora no trata de forma compasiva a sus personajes, pero tampoco los juzga. Todos caminan con sus cargas a cuestas: remordimientos, cobardías, envidias, temores, anhelos ocultos, engaños... Nadie es perfecto y los miembros de la familia de Todos mienten son humanos, cada cual con sus problemas, con su batalla diaria, esa que con tanta frecuencia desconocemos de las personas que nos rodean, incluso de las más próximas. 

Del estilo nada alambicado de la novela podría decirse lo mismo que afirma el protagonista del libro de su hermano Federico y las cartas que les envía desde Estados Unidos. "Lo envidiaba, no sólo por el hecho de ser capaz de dar a su vida ese tinte frívolo, intrascendente, sino, sobre todo, porque sabía exponerlo, comunicarlo. Irradiaba vigor y seguridad y, al cabo, se le presentía a él, colmado de conflictos y dispuesto a decirlo una y otra vez, como si valiera la pena ser así sólo para poderlo contar". 

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