Siria, la impunidad de un dictador

Hay muchos aspectos horribles de la dramática situación en Siria, que lleva desangrándose en una guerra atroz desde hace seis años. Uno de los más dolorosos e incomprensibles es la absoluta impunidad con la que el tirano Bashar Al Assad está masacrando a su pueblo. Utilizando todo tipo de armas, también químicas, en su momento, una línea roja puesta por Estados Unidos, y más tarde eliminada. Ayer un bombardeo con armas químicas causó al menos 67 muertos en Jan Shijún, localidad del norte de Siria. La oposición culpó del ataque al régimen sirio, que negó su implicación, igual que Rusia, que está siendo el mayor apoyo del carnicero de Damasco y se está manchando las sangres desde que empezó el conflicto. 


Se desconoce quién es el causante del brutal ataque de ayer. Sí se sabe que el régimen sirio tenía armas químicas y que no sería la primera vez que ataca a su propio pueblo con ellas. Cuando hace seis años una revuelta pacífica contra el dictador Al Assad fue reprimida con violencia quedó clara la postura del tirano y de sus socios: estaba dispuesto a morir matando, a masacrar a sus conciudadanos para seguir en el poder, aunque gobierne un país desangrando, devastado, roto de dolor y lleno de cadáveres. Como es lógico cuando se deja pudrir un conflicto así, Siria ha sido el caldo de cultivo ideal para atraer a todo tipo de extremismos, también al Daesh y grupos fanáticos próximos, que dicen luchar contra Al Assad, pero en realidad combaten por sus propios intereses delirantes. Y, entre medias, la oposición pacífica al tirano, que la hay, y la población civil, que se ve entre un fuego cruzado. De un lado, su presidente, que los aniquila para seguir en el poder. Del otro, los radicales que han desvirtuado y pervertido la lucha por la libertad del pueblo sirio. 

El ataque de ayer es sólo una atrocidad más de cuantas se han cometido en Siria desde que el pueblo se levantó contra el dictador. Al Assad y sus socios, con Rusia entregado desde el primer momento al tirano, han pretendido disfrazar lo que ocurre en Siria de un desafío de un grupo terrorista a un gobierno legítimo. No es así. Entre las filas combatientes contra el régimen hay grupos radicales, sí. Algo esperable cuando un país encadena seis años de guerra, el lugar idóneo para atraer toda clase de fanáticos. Pero quienes se levantaron contra Al Assad en 2011, en aquella primavera árabe ahora tan invernal, lo hicieron pidiendo democracia y pidiendo la dimisión del dictador. Y lo hicieron pacíficamente. Fue el régimen el que reprimió a sangre y fuego esas protestas. 

La comunidad internacional ha mostrado una inacción inquietante en el conflicto sirio. Se sigue confiando, con enorme candidez, en llegar a un acuerdo diplomático, aunque eso implique sentarse en una mesa con enviados del régimen sirio que por la mañana masacra a su pueblo y por la noche dice que tiene firme voluntad de diálogo para alcanzar la paz. Mientras que los países partidarios de la oposición democrática a Al Assad han dado un apoyo más bien tibio a las fuerzas que combaten al tirano, los socios del execrable dictador no han dudado en enviar tropas y aviones, esos que bombardean día y noche al pueblo sirio

No hay solución fácil para la guerra siria. Pero conmueve comprobar cómo se cometen salvajes atrocidades a diario sin que ocurra nada, tanto por parte del régimen sirio como por parte de las fuerzas extremistas que luchan contra el tirano y no representan las legítimas aspiraciones de libertad y democracia del pueblo sirio. Habrá nuevas reuniones de paz. Se alcanzarán acuerdos y compromisos que se mancharán de sangre a los pocos días. Seguirán escapando de la guerra los civiles inocentes envueltos en la sinrazón de la violencia. Y Europa continuará sin darles cobijo de forma digna, mientras tampoco hace nada por resolver la dramática guerra que les expulsa de su país. La pregunta es hasta cuándo. Cuántos muertos más. Cuántas vidas rotas más harán falta para actuar y para eliminar la impunidad con la que se está desangrando Siria. 

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