Le Pen y los polos opuestos

Dicen que los polos opuestos se atraen, que los extremos se tocan. La tibia y ambigua posición de cierta izquierda ante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, en la que se enfrentan Marine Le Pen y Emmanel Macron, parecen confirmar aquel dicho. A diferencia del resto de líderes políticos franceses, Jean-Luc Melénchon, responsable del partido de extrema izquierda Francia Insumisa, se negó a pedir el voto para Macron en la noche electoral. Lanzó un mensaje confuso, poco claro. No le parece grave, al parecer, que la líder de un partido xenófobo de extrema derecha pueda llegar al Elíseo. Melénchon parece optar por el voto en blanco en la segunda vuelta porque, dice, no quiere ver a Le Pen de presidenta, pero tampoco apoyar las políticas neoliberales que propone Macron y que alimentan aún más el extremismo del Frente Nacional. 


Esta misma posición extraña, difusa, sectaria, es la misma que mantienen ante los comicios galos algunos dirigentes de Podemos en España. Es imposible seguir unas elecciones internacionales desde España sin que unos y otros busquen paralelismos con el desquiciado panorama político de nuestro país. Es algo absurdo, por ejemplo, ver a Ciudadanos proclamarse poco menos que ganador de las elecciones francesas. O al PSOE recordar, que bueno, en fin, los socialistas franceses se desplomaron, pero Macron fue ministro de Economía socialista. Un disparate todo. Pero, en ocasiones, estos debates son reveladores y la postura de Podemos ante la disyuntiva a la que se enfrentan los franceses el próximo domingo, o Le Pen o Macron, no hay más, es inquietante

Determinada izquierda hace una lectura extravagante e irresponsable del actual escenario político en Francia. No se nos puede hacer votar a un exbanquero de inversión para evitar que gane la extrema derecha, vienen a decir, Pues bien, es exactamente eso lo que debe hacer un votante francés que quiera evitar que Le Pen llegue a la presidencia. Efectivamente, no queda otra opción. El sistema electoral francés es así. En la doble vuelta se enfrentan los dos candidatos más votados en la primera. Y la elección es entre Le Pen, que asienta su discurso en el racismo y en el odio al diferente, y Macron, que por supuesto no es un líder de izquierdas ni el presidente soñado por los votantes progresistas, pero que no es Le Pen. Simple. Así que lo razonable si de verdad se quiere evitar a la extrema derecha es votar cualquier cosa, aunque diste mucho de ser lo deseado, antes que a Le Pen. Es sencillo. 

Sin duda, serán bienvenidos debates más de fondo sobre el porqué del auge de fuerzas neofascistas en Europa. Es necesario analizar este movimiento, que ha situado al Frente Nacional francés en la mejor posición de su historia. Pero el próximo domingo los franceses tendrán sólo dos papeletas: Le Pen o Macron. No hay más. Y las actitudes infantiles y dogmáticas de una cierta izquierda no ayudan en absoluto a detener el avance de la extrema derecha. "Los franceses se ven obligados a elegir entre la neofascista Le Pen y un neoliberal que propugna políticas económicas desastrosas", dicen. Lo cuentan como si algún ser malvado hubiera impuesto a los franceses este duelo en segunda vuelta. Pero resulta que no es así. Da la casualidad de que Le Pen y Macron han llegado a la segunda vuelta porque han sido los más votados. No caben discursos tramposos. Es lo que se llama democracia. Y en democracia, a veces, hay que votar con la nariz tapada para evitar en mal mayor. 

Marine Le Pen quiere pescar votos en el caladero de la Francia Insumisa, con la que comparte planteamientos económicos, aunque difiere por completo en sus posiciones sociales, pues el partido de Melénchon no es racista. Pero los extremos se tocan, sí. Por eso Melénchon se niega a votar en contra de Le Pen y promueve un voto en blanco que sólo beneficia a Le Pen, porque sus votantes no se quedarán en casa y son los más movilizados. Y por eso la líder del Frente Nacional se dirige expresamente a los simpatizantes de la Francia Insumisa para que le respalden en la segunda vuelta. En parte, los votantes de una y otra formación comparten una sensación de hartazgo con la clase política tradicional y, sobre todo, el deseo de romper con todo. Por eso cierta extrema izquierda no encuentra diferencias entre Le Pen y Macron o, incluso, prefieren a la primera, aunque lo digan con ambigüedad, conscientes de que es un discurso difícil de digerir por la mayoría de la sociedad. Les puede el dogmatismo, ese que les lleva a echar espumarajos por la boca ante las políticas neoliberales, olvidando que si Macron está en segunda vuelta no es por una conspiración de los bancos, sino porque ahí le han puesto los franceses. Es así de sencillo. 

La segunda vuelta francesa obliga a tomar partido y observamos con asombro que determinada izquierda pura y sectaria prefiere ponerse de perfil, aunque esa actitud dé alas a Le Pen, antes que respaldar a Macron, sin la menor convicción, por supuesto, sólo como mal menor. Sí, los extremos se tocan. 

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