Hasta aquí hemos 'llegao'

El mejor humor es el que sirve de espejo de los espectadores, el que toma la realidad como materia prima y la moldea, le da forma, se ríe de ella. Por lo general, actúa como espejo deformante, pero cada exageración e hipérbole tienen un punto de verdad. Si los monólogos triunfan tanto es, además de por la necesidad de reír, porque hablan de la realidad, porque todo lo que cuentan es reconocible. Leo Harlem es experto en tomar retazos de lo cotidiano para construir hilarantes monólogos. Tiene los ojos y los oídos bien abiertos, pegados a la calle. Por eso conecta tanto con el público, por eso una de las reacciones más clásicas a sus espectáculos es aquella de "es que es justo así". Porque, en efecto, siempre exagerado, siempre con un punto de surrealismo, todo lo de que se ríe el humorista sucede en la vida real. 

Leo Harlem comienza y concluye Hasta aquí hemos 'llegao', función que interpreta junto a Sinacio y a Sergio Olalla en el Teatro Infanta Isabel de Madrid los jueves, viernes, sábados y domingos. La obra es una sucesión de monólogos de los tres humoristas, una función dentro de otra función, pues comienza en el aeropuerto, donde los tres se encuentran para acudir a un nuevo bolo. Les vemos después en el hotel y más tarde en el escenario y en los camerinos. El humor conduce la obra durante algo más de 90 minutos hilarantes. 


El primer monólogo versa sobre Madrid. Con cariño y mucha ironía, Leo Harlem habla de las dimensiones mastodónticas de la ciudad y se pregunta cómo es posible que haya tanta gente en todas partes y, luego, vayas a buscar a un amigo en su casa ¡y esté en su casa! También habla sobre la expansión de la ciudad y sobre ese tópico de la chulería de los madrileños. Nada hay más sano que reírse de uno mismo y el patio de butacas del Infanta Isabel, lleno hasta la bandera, disfruta con esa visión cómica de su ciudad

Después aparece Sinacio, que también comparte buenos monólogos. El mejor, aquel en el que recuerda una reflexión de Quino, autor de Mafalda, en la que sostenía que lo ideal sería vivir la vida al revés, es decir, comenzarla cuando morimos e ir hacia atrás en el tiempo para acabar nuestra existencia en el momento exacto en el que nuestros padres nos conciben. Dentro de ese monólogo hay un momento Ikea del que gozamos especialmente quienes detestamos estas grandes superficies con muebles, tablas y toda clase de artilugios de bricolaje. Sergio Olalla interpreta a un joven algo particular, bastante anclado en la infancia, con cierto trastorno. El papel más exagerado de la función, pero bien interpretado y que también arranca risas a los espectadores. 

Leo Harlem, que predispone al humor ya sólo con su presencia en el escenario y con su forma de hablar, aborda todo tipo de temas en sus monólogos, pero los mejores (al menos para mí) son aquellos en los que ridiculiza el moderneo que nos invade. Reivindica, por ejemplo, el anís, frente a las bebidas y los cócteles más modernos. O ridiculiza la domótica, preguntándose cómo limpian en los hoteles domóticos las puertas que se abren automáticamente cuando alguien se acerca a ellas, o fabulando sobre qué puede ocurrir cuando te roban un móvil desde el que se controla todo en una casa. Por ejemplo, a alguien le puede dar por ponerte la calefacción a tope en pleno agosto. De nuevo, como decíamos al principio, una reflexión llevada al extremo, pero sobre algo muy real y cotidiano, como esos móviles inteligentes que a veces lo parecen más que sus portadores. Una función, en fin, muy divertida, garantía de risas y frescura durante más de hora y media. 

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