La inmensidad del Louvre

Una nueva visita a París, que es un gran museo al aire libre, una obra de arte en sí misma, obligaba visitar al fin el Louvre. La majestuosidad e inmensidad de la pinacoteca parisina asombran, por mucho que uno llegara avisado. Impacta del museo francés, igual que en el resto de grandes centros del arte del mundo, como el British Museum de Londres, su vocación totalizante, su afán por incluir representaciones artísticas de todos los países y de todas las épocas, salvo las más contemporáneas. Ese empeño de hace siglos de intentar recopilar todo lo creado, todo lo conocido, en un espacio donde reunir lo más valioso de cuanto ha sido capaz el ser humano. Lo agrupa todo. Es un festín artístico de primer orden. 



Confieso que, sí, lo primero que fui buscando fue la Gioconda. No es el cuadro más hermoso ni el más espectacular de cuantos expone el Louvre, pero sí el más famoso y reconocido. "Gioconca, Gioconda", repetía entusiasmada una mujer japonesa a primera hora de la mañana el domingo pasado en la pinacoteca francesa. Nada más entrar, de hecho, hay carteles indicativos con flechas que conducen a la obra de Leonardo da Vinci y su enigmática mirada. Visita obligada, por más que, como digo, no se trate de la más fascinante obra del museo francés. En su misma sala, de hecho, se puede contemplar el impresionante cuadro de Paolo Veronese Las bodas de Caná, de enormes dimensiones, de esas obras ante las que uno puede pasarse mucho tiempo descubriendo nuevos detalles. 

Por su grandiosidad destacan también las obras de Delacroix, como el icónico La libertad guiando al pueblo. Representa la rebelión ciudadana contra le rey Carlos XX en  1830, porque el monarca suspendió el Parlamento y pretendía restringir la libertad de prensa. Pero la obra va mucho más allá de su representación y de su intención inicial, levantar testimonio de esa revuelta. Se ha convertido en un cuadro simbólico, en un icono de la causa de la libertad y de todas las rebeliones ciudadanas en el mundo. 

Es innumerable la cantidad de obras que impactan del Louvre. De enormes dimensiones o de muy reducido tamaño, en extensas galerías o en salas más recogidas, en lugares más o menos concurridos del museo. Es inabarcable. Así que aquí sólo mencionaremos algunas obras o algunos rincones que permanecen en la memoria. Por ejemplo, la curiosa representación de la batalla de David contra Goliat que hizo Daniele da Volterra, en un lienzo por ambas caras. O un autorretrato de Rafael con un amigo, que es como un selfie de hace unos cuantos siglos. 

Para los apasionados de la escultura, que sientan auténtica fascinación por cómo se consigue dar vida a la piedra, al mármol, al bronce o a cualquier otro material, el Louvre también tiene varios espacios de paso obligado, como la zona bajo la cúpula de cristal, que en un día soleado luce espléndida, con el blanco de las esculturas clásicas y sus matices

Por supuesto, también es fabulosa la zona dedicada a las antiguas civilizaciones, sobre todo, a Egipto. Ese afán totalizante del Louvre, la pretensión de cubrir toda la historia y de todas las partes del mundo, a excepción del arte moderno, reservado para otros espacios, se observa también en la zona dedicada a las artes de Asia, África y las Américas. Con esculturas, sobre todo, y otro tipo de representaciones de estos lugares, en un lugar del museo que se lanzó, por lo que se lee en su panel, hace unos 15 años, y que viene a cubrir unas zonas del arte, hasta entonces, desatendidas. 

El Louvre, en fin, deslumbra y maravilla. Uno se pierde por sus salas, igual que lo hace por las calles de París, con la convicción de que lo que encuentre al siguiente paso será sorprendente, fascinante y enriquecedor. La visita a la pinacoteca era el objetivo central de mi última visita a la capital francesa, pero volví a gozar de la riqueza y el ambiente cultural de Montmartre, de paseos por el Sena y del estilo monumental y señorial de sus calles. Es una ciudad encantadora. Está París y luego, en otro nivel, todas las demás. 

También visité por primera vez la librería de literatura inglesa Shakespeare & Company, un espacio encantador, con muchos años de historia. Por sus rincones de madera, con sabor añejo, pasaron grandes literatos, como Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald o James Joyce. En la librería se recuerda la figura de Sylvia Beach, librera y editora. Entre otros logros, fue la primera editora de la influyente novela Ulises, de James Joyce. En una pizarra de la librería se recuerda a Beach, que la regentó en su primera etapa (de 1919 a 1941), como "banquera, cartera y amiga" de sus escritores. Y se incluye una frase del escritor Andre Chamson, quien dijo que Sylvia Beach había hecho más para unir Inglaterra, Estados Unidos, Irlanda y Francia que los cuatro embajadores de estos países juntos. Y la cita, en todo momento histórico, pero especialmente en este que vuelven los delirios nacionalistas y proteccionistas, sirve para recordar todo lo que la literatura o la cultura en cualquiera de sus formas puede hacer para unir a los pueblos. Como París, que es la capital francesa, pero es un poco patrimonio de todos los que la han vivido y la han soñado

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