El editor de libros

El editor de libros no termina siendo la gran película que preludia su excelente y prometedor comienzo, ni da tanto de sí como cabía esperar de una historia tan apasionante y llena de posibilidades como la vida del editor Max Perkins. Pero es una película realmente interesante, aunque sea sólo por conocer algo más de esta persona, tan relevante para que el mundo conociera a grandes autores de su tiempo, como Thomas Wolfe, Ernest Hemingway o F. Scott  Fitzgerald. Desconozco si el libro de A. Scott Berg se centra tanto como este filme, cuyo título original es Genius (Genios), en la relación entre Perkins y Wolfe. Comprendo que, como en todo biopic, surgen dos posibilidades: intentar recorrer toda la vida del personaje o poner el foco en un aspecto y en una época concreta. El filme se centra, sobre todo, en la relación de amistad, de camaradería, de absoluta confianza, entre el editor y el novelista de El ángel que nos mira

A esta película le pasa lo que a otras muchas: resulta más apasionante lo contado que cómo está narrado. Pero, aun así, es una cinta más que correcta. La mantienen en pie, en primer lugar, esa historia tan apasionante y, después, las notables interpretaciones de Colin Firth, quien da vida al editor Perkins, y Jude Law, que construye un Thomas Wolfe impulsivo, pasional, irrefrenable, acelerado, excesivo, a ratos insoportable, casi siempre genial. Lo que más llama la atención, comparado con cómo funciona el mundo editorial hoy, es que la relación entre Perkins y sus escritores iba mucho más allá de lo profesional. Wolfe come en su casa, conoce a la familia de su editor, duerme incluso en su hogar. Perkins presta dinero a título personal a escritores que pasan malas rachas. Es una relación de amistad, de acompañamiento, de protección y defensa absoluta. Perkins siente devoción por sus autores y hace todo lo posible por estar a su lado y servir de apoyo. 



El filme comienza cuando Perkins recibe un manuscrito de un entonces desconocido Thomas Wolfe, que era el protegido, o sea, el amante, de Aline Bernstein, también artista, que dejó a su marido y a sus hijos para convivir con Wolfe e impulsar su carrera. Perkins queda conmovido por lo que lee, el manuscrito de El ángel que nos mira, que inicialmente iba a titularde Oh, perdido. Esos primeros planos del filme, que nos muestran al editor leyendo fascinado el texto de Wolfe, en su despacho, en el tren, en su casa, son de lo mejor de la película. El escritor, a quien habían rechazado en el resto de editoriales, acude a su cita con Perkins sin esperanzas reales de ser aceptado, pero recibe un anticipo y empieza a trabajar codo con codo con el editor. 

Comienza entonces la historia de la relación entre estos dos personajes relevantes de la historia de la literatura universal. Perkins, recortando la voluminosa prosa de Wolfe, y éste, sufriendo como una mutilación en su cuerpo cada frase que desaparece de sus escritos. "Algunos libros tienen que ser largos. Menos mal que no conociste a Tolstoi. Si no, en lugar de Guerra y paz habría escrito Guerra y nada", le espeta en un momento del filme a su editor, en quien confía, siempre con reticencias por esos recortes de sus textos. Triunfa con la publicación de su primera obra y triunfa también con la segunda, Del tiempo y el río, éste último, dedicado a su editor. El primer libro se le dedicó a su pareja, interpretada por Nicole Kidman, quien lleva mal pasar de ser la principal promotora de la obra de Wolfe a quedar relegada por Perkins, por quien siente celos, ya que su amante no habla de nadie más que de él. 

La película, dirigida por Michael Grandade, relega a un segundo plano a los otros dos grandes autores de los que es editor Perkins: F. Scott Fitzgerald (Guy Pearce), a quien vemos en la parte final de su carrera, en declive y preocupado por la maltrecha salud mental de su esposa; y Ernest Hemingway (Dominic West), que aparece sólo una vez en el filme, a punto de marcharse a la Guerra Civil española, para sentir en primera persona la "lucha por la vida". Opta el filme por centrarse en la relación entre Perkins y Wolfe, que pasa por altibajos. El final, que según parece ocurrió tal y como relata el filme, es muy de película. 

El filme, que no es brillante ni excelente, sí entretiene y permite acercarse a un tiempo apasionante. Gana más cuando explora las relaciones personales, cuando se muestran las renuncias a las que se someten Perkins y Wolfe por su trabajo, el deterioro de sus relaciones familiares, el orden de prioridades que cada uno establece. El crac del 29 es sólo el telón de fondo. Hay varias escenas alusivas a esa gigantesca crisis. En una de ellas vemos a Wolfe y Perkins paseando por la calle. Ven una cola de personas desempleadas esperando recibir algo de comida en una calle de Nueva York. "Mi trabajo no sirve para nada, esta gente nunca leerá mis libros", dice Wolfe. Poco después, Perkins le rebate, recordándole que desde el comienzo de la humanidad, frente a la fogata, alguien contaba historias a los demás. Siempre ha sido y siempre será así. Siempre han resultado necesarias las historias, para entender mejor el mundo, o para evadirse de él. El editor del libros rememora las vidas de dos personas que amaron la literatura por encima de todo lo demás, con las ventajas y renuncias que ello conlleva.  

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