La reina de España

Si no hubiera existido el cerril e ignorante boicot a La reina de España, la última película de Fernando Trueba, probablemente no habría ido al cine a verla. Hay muchas películas atractivas en cartelera y un tiempo limitado para acudir a las salas. Además, no he visto La niña de tus ojos, de la que esta cinta es una secuela. No era fácil que, entre todas las opciones, me decantara por esta. Pero llegó la turba digital contra Trueba, desempolvando unas inteligentes y divertidas declaraciones del director el año pasado, afirmando que no se había sentido español ni cinco minutos, mientras recogió el premio nacional de cinematografía. Ante un linchamiento, uno tiene la costumbre de ponerse automáticamente del lado del linchado. Así que tengo mucho que agradecer a quienes consideran digno de boicot todo aquel que no piensa como ellos, que no comparte su ignorante visión nacionalista española, porque sin su sectarismo no habría disfrutado con La reina de España.  

Es curioso que quienes han decidido boicotear esta cinta lo hagan, según dicen, en nombre de su españolidad, ofendidos porque el director del filme dijo no sentirse español. Y es curioso porque esta cinta, ya desde el título, es tremendamente española. Una comedia española clásica, una cinta que reflexiona sobre nuestro pasado, y que deja alguna que otra perla sobre este territorio tan cainita, tan empeñado en la autodestrucción, tan fervoroso etiquetador de personas por sus ideas, rojos o azules, de izquierdas o de derechas, dignos de desprecio o de elogio, de los míos o de los otros. El personaje de Rosa María Sardá, la Rosales, en la cinta dice algo en una escena de la película que zanja bien el estúpido boicot, aunque peligroso (todos los boicots que buscan amedrentar y limitar la libertad de expresión) a la cinta de Trueba. "Querer hacer realismo en España es una falta de realismo", Sencillo. Nítido. Pertinente. Brillante. 


Tras dos párrafos explicando el motivo que me llevó a pagar mi entrada para ver La reina de España, la estulticia de quienes se entregaron con fervor a pedir el boicot a la cinta, toca hablar de la película. Y es muy divertida. Como decía arriba, no he visto La niña de tus ojos, pero salí del cine deseando alquilarla, encariñado con esos personajes, con su historia, con la ternura y las pequeñas miserias de ese grupo de pobres cómicos. Esta historia continúa la trama de aquella cinta, sólo que 18 años después. Macarena Granada, interpretada por Penélope Cruz, quien llena la pantalla, ha triunfado en Hollywood, ha rodado películas con las grandes estrellas de Estados Unidos y hasta ha ganado un Oscar. Regresa a España a rodar una superproducción estadounidense sobre Isabel la Católica. Años 50, tiempos de aperturismo, de puertas hacia afuera, del régimen franquista. La recreación de la época, impecable, es uno de los resortes de un film cómico, muy coral, que se asienta sobre la historia de ese grupo de actores, esa pequeña familia de cómicos. 

La lista de actores es interminable. Antonio Resines, que da vida a Blas Fontiveros, director de cine represaliado y al que habían dado por muerto, ya que estuvo en un campo de concentración nazi, regresa a España 18 años después y comprueba cómo el régimen sigue sin perdonar a los del otro bando sus posiciones políticas. Asistimos en el filme a la construcción del valle de los caídos, con mano de obra barata, esclava casi, de presos políticos. El personaje de Resines es el que desencadena la peripecia central de la película, y también el que sirve para reflejar la falta de libertades de la gris España franquista, y su cinismo colosal: abriéndose a Estados Unidos, con una mano, y empleando a presos políticos en la construcción de un monumento para mayor gloria del régimen, con la otra. 

Chino Darín, a quien vimos en la serie La embajada, da vida a un operario del rodaje que cautivará a Macarena Granada, la gran estrella del rodaje. Sin rastro de su acento argentino, el joven actor gana protagonismo en una cinta, como decimos, muy coral. También aparecen, entre otros, Jorge Sanz en la piel de un actor algo venido a menos que busca una oportunidad en Hollywood; Rosa María Sardá, quien también ha regresado del extranjero, de Argentina, hace poco; Javier Cámara, voluntarioso ayudante de dirección; Santiago Segura, encargado del vestuario que pacta un matrimonio de conveniencia con una actriz lesbiana para escapar del qué dirán; Neus Asensi, que se hace lesbiana, básicamente, porque está "harta de los hombres", y por un episodio macabro bastante desagradable que le ocurrió en el pasado; Loles León, asistente de Macarena Granada o Ana Belén, la ex de Blas Fontiveros. También aparecen varios actores extranjeros, puesto que la cinta que se rueda dentro de la película es una producción estadounidense, que cuenta con el beneplácito del régimen franquista para dar una imagen de Isabel la Católica, por supuesto, alejada de la realidad histórica. Entre ellos, Mandy Patinkin, Saul en Homeland

El director del filme, un veterano cineasta estadounidense con una pléyade de Oscars, pasa medio rodaje durmiendo y el otro medio, bebiendo alcohol. Como en toda comedia, hay gags que funcionan y otros, no tanto. Y aunque la cinta peca de cierta irregularidad, el conjunto general es satisfactorio. Es divertido, por ejemplo, ver al guionista y al productor del filme preguntándose qué hacen dos judíos en España rodando una cinta sobre Isabel la Católica, quien les expulsó del país en 1492, o una escena cumbre del filme en la que el personaje de Santiago Segura, cuando ve a varios compañeros alzar el puño, suelta "venga, venga, como para hacer gestitos estamos ahora". 

Es una película entrañable, que no evita reflejar la dureza de aquel tiempo, pero que termina inclinando la balanza siempre hacia la comedia, hacia la ligereza. Así, aparece en algún instante del filme la oposición democrática a Franco y hasta la caza de brujas contra los comunistas en Hollywood, pero siempre con el objetivo de hacer reír, de ofrecer una cinta agradable de ver, tierna, entretenida. Y lo consigue. Ya al final del filme, Carlos Areces vuelve a dar vida a Franco (clava su voz aflautada). Uno espera algo más del encuentro entre el dictador y Macarena Granada (Penélope Cruz), aunque en las pocas palabras que se intercambian la actriz, cuyo padre murió en una cárcel franquista, es bastante contundente y deja claro lo que piensa del generalísimo. Un filme, en resumen, muy español. Aunque, bien pensado, con tantos cómicos en pantalla, una cinta sobre el cine español, sobre la farándula española, desagradaría probablemente mucho a quienes han promovido su boicot. 

Por cierto, Franco habla en el filme sobre el cine español. Dice que "trabajar por el cine español es también trabajar por España". Y uno no sabe bien si los partidarios del boicot (palabra horrorosa, sobre todo cuando se aplica a alguien a quien se castiga por pensar o decir lo que le venga en gana) comparten esa frase en su literalidad. Es decir, si no piensan que el cine español, ese que tanto detestan por ser un grupo de rojos que se lleva millones en subvenciones, es una industria que da muchos puestos de trabajo, o si creen, como el dictador Franco en su momento, que deberían plasmar sólo una determinada visión de España, muy española, muy de sentirse español a cada rato, de emocionarse con la bandera, de llorar con el himno, de lanzar vivas a España. Ay, España, tan fiel a sí misma, siempre. Tan previsible. Tan española. 

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