Theresa May abraza el nacionalismo

Probablemente en ningún otro lugar en el mundo ha causado tantos estragos el nacionalismo como en Europa el siglo pasado. Y sin embargo, asistimos a un desaforado resurgir de discursos nacionalistas por toda Europa. La última líder en unirse al club, donde ya estaban Marine Le Pen y compañía, ha sido Theresa May, la primera ministra británica. Esta semana ha abrazo el nacionalismo, que rima con racismo y populismo. May, que parece ansiar que se la compare con Margaret Thatcher (la dama de hierro), lo cual ya echa bastante para atrás, pronunció un discurso en el congreso del partido conservador británico plagado de ataques a inmigrantes y de afirmaciones de nacionalismo barato y extraordinariamente demagógicas.


Este rebrote del nacionalismo, de la defensa a ultranza del terruño, de la cerrazón provinciana que tan poco casa con la muy cosmopolita Londres, por ejemplo, tiene desde esta semana un lema. Nadie como May había expresado con tanta claridad como hasta ahora su visión del mundo. Su visión cerrada, nacionalista y rancia del mundo, concretamente. "Si crees que eres un ciudadano del mundo, en realidad eres un ciudadano de ningún sitio". Marine Le Pen jaleó en Twitter esta frase, que hizo las delicias de todos los nacionalistas y políticos xenófobos de Europa. Continuó por esa línea la primera ministra británica, que accedió al cargo tras la dimisión de David Cameron y a quien, por tanto, nadie ha votado para ejercer esas funciones. Dijo que la obligación de su gobierno es procurar trabajo a los británicos de pura cepa, no a esa chusma extranjera (no lo dijo exactamente así, pero esa es la idea). Y, por supuesto, que el Brexit implicará recuperar el control de sus fronteras. 

May, siguiendo un poco esa forma de hablar de los políticos españoles ("no es no", y así) dijo desde que los británicos votaron a favor de la ruptura con la UE que "Brexit es Brexit". No habría pasos atrás. Sería una salida total y relativamente rápida. Y, a falta de visión abierta propia del siglo XXI y de respeto a los inmigrantes, lo que no se le puede negar a May es la coherencia. Porque, en efecto, propugna un Brexit duro. Ese referéndum no trataba tanto de la relación del Reino Unido con la Unión Europea como de los inmigrantes. Puro rechazo al diferente. Puritito racismo. Nacionalismo rancio. Los británicos votaron sí, fundamentalmente, porque así quieren perder de vista a los extranjeros, culpables de todos sus males. Así de duro. Así de claro. 

Por eso, difiere más bien poco el referéndum británico del convocado por el xenófobo gobierno húngaro sobre la cuota de acogida de inmigrantes. No es más civilizada ni respetable la consulta del Reino Unido. En absoluto. La base es la misma. Agitar el temor al extranjero, fomentar el racismo, los instintos bajos, la defensa de la tierra propia, de las esencias de la nación, frente a unos inmigrantes que, por definición, son malvados y dañinos. Eso es lo que movió a los británicos que votaron sí al Brexit a hacerlo, es lo que llevó al 40% de los húngaros a negarse a recoger a refugiados, aunque no hace tanto eran ellos los que huyeron de su país en un éxodo masivo. Y es este sentimiento el que explica la fuerza de partidos de extrema derecha en muchos países de Europa. El próximo año hay elecciones en Francia, donde Le Pen cuenta con excepcionales expectativas, y en Alemania, donde otra formación euroescéptica, Alternativa para Alemania, podría entrar en el Parlamento, al tiempo que hay un grupúsculo islamófobo y de extrema derecha, Pegida, que cada vez tiene más predicamento. 

Es triste constatar hasta qué punto acierta esa reflexión que dice quien no conoce su historia está condenada a repetirla. Europa, que fue devastada por sentimientos como los que ahora llevan a estos partidos nacionalistas y de extrema derecha a despreciar a los refugiados y agitar el miedo al diferente, vuelve a verse envuelta por esa defensa del terruño, por la visión cateta de antaño. May quiere pedir a las empresas listados de trabajadores extranjeros, lo que recuerda a la Alemania de los años 30 (sí, a esa Alemania). La crisis identitaria de la Unión Europa, que a pesar de todo sigue siendo el proyecto constructivo más ilusionante que ha salido del Viejo Continente en las últimas décadas, es uno de los más serios riesgos para el mundo en los próximos años. Se desdibujan los principios fundadores de la UE y se extiende el populismo (May alcanza cotas de demagogia difícilmente superables). Nos duele Europa. Y nos impresiona la poca memoria de esta parte del mundo, la que más vacunada debería estar del nacionalismo y el racismo

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