Guerra en el PSOE

28 de septiembre de 2016. El de ayer será un día recordado para siempre en la política española. Y no sólo porque Felipe González, en unas impactantes declaraciones, asegurara que no se cree dios, lo cual ya es una noticia de alcance en sí misma, sino porque la guerra interna estalló definitivamente en el PSOE, algo casi tan importante como aquella confesión. El día comenzó con una aparición del expresidente del gobierno en la Ser, donde dijo que Sánchez le había engañado, porque le aseguró que se iba a abstener en la segunda sesión de investidura de Rajoy. Como si esas palabras de González fueran el Grândola Vila Morena (Antonio Lucas dixit) del golpe que preparaban 17 miembros de la Ejecutiva Federal, todo se aceleró. Presentaron en bloque sus dimisiones por la tarde, pero la dirección socialista se atrincheró en Ferraz. Ahí sigue. Y ahora los dos bandos del partido, pensando cada cual en sus propios intereses, en sus rencillas y ambiciones, no en su partido, no digamos ya en España, entran en un debate jurídico sobre si es legal o no, en base a los estatutos del PSOE, que Sánchez y sus pocos fieles sigan al frente del partido. 


El PSOE está dividido en dos mitades. Ayer el partido centenario dio un espectáculo lamentable, cerrando las puertas de la sede de Ferraz para impedir a los críticos entrar, aireando sus diferencias, sus odios viscerales. Sánchez se aferra al cargo tras haber cosechado por dos veces seguidas los peores resultados de la historia del PSOE y tras un ridículo electoral en Galicia y el País Vasco. Se pega a la silla y quiere presentarse como un héroe de las bases ante las presiones de la vieja guardia, ante el Ibex 35, ante los editoriales de El País, que parecen de La Razón, ante el mundo. A dios (o a Felipe) pone por testigo, no de que nunca pasará hambre, sino de que a él sólo le sacarán de Ferraz forzado.

La huida hacia adelante de Sánchez consistía en convocar un congreso y unas primarias, sabedor de que los militantes están mucho más próximos a su negativa a permitir a Rajoy gobernar que a la postura que defienden González, Susana Díaz y compañía. De hecho, el golpe de ayer responde exactamente a eso, a evitar que voten las bases, porque todos saben que Sánchez arrasaría en esa consulta a sus militantes (los votantes ya son otra cosa). Los leales a Sánchez se encadenan a Ferraz e impiden la entrada a los críticos. Es una situación insostenible y lo saben. Cuando en democracia alguien fracasa en cada cita con las urnas, lo honesto es dar un paso atrás y marcharse. El todavía líder del PSOE (o no, según a quién se pregunte) no está por la labor. Y es ese empeño irracional, desligado de los hechos, de la sangría electoral de su partido, lo que debilita tanto su posición. 

No descubrimos nada si decimos que hay una unanimidad pasmosa en los medios de comunicación sobre quién es el culpable único de esta situación y, en general, de todos los males del PSOE: Pedro Sánchez. Todas a una sostienen que Sánchez se aferra al poder cuando no debería y que tendría que abstenerse para permitir un gobierno de Rajoy. Todos sin excepción. Puede que sea porque resulta evidente, tan obvio que es imposible opinar de un modo distinto. O puede que sea cierta aquella frase que reza que cuando todos piensan de la misma manera, es que nadie piensa demasiado. Ni la vacuidad de Sánchez, ni sus pésimos resultados ni su acreditada incompetencia permiten defender al secretario general. Pero uno siente cierto repelús ante las unanimidades tan compactas, tan asombrosas. Hay una reflexión maravillosa de Mark Twain: "cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar"

Parece razonable que el PSOE permita gobernar al PP y se rearme en la oposición. Quizá, sólo quizá, sin dar un cheque en blanco a Rajoy. Tal vez, imponiendo condiciones. La actitud de Sánchez, su inmensa soberbia y su ambición no son nada halagüeñas. Pero si la alternativa del PSOE para regenerarse es la vieja guardia, Susana Díaz (con los ERE a cuestas) y compañía, es como para echar a correr. Asquea bastante el empecinamiento del secretario general del PSOE, pero es exactamente el mismo rechazo que provocan las argucias de los críticos, sus maniobras navajeras e intrigas palaciegas

No hay debates ideológicos en esta guerra fratricida en el PSOE. Es simple lucha de poder. Los críticos a Sánchez proponen abstenerse para dejar gobernar a Rajoy. Esto, dados los resultados obtenidos por los socialistas, es sensato. Cosa distinta es deducir que lo que mejor le viene al PSOE para volver a atraer a los millones de votos que ha perdido a su izquierda sea acercarse al PP. Se han escuchado planteamientos muy locos, como cuando ayer Felipe Gónzalez echó en cara a Sánchez que ha obtenido peores resultados en Euskadi que en sus tiempos "a pesar de lo que hicimos,,, pa, pa, pa". Si no he entendido mal, entonces, en el País Vasco, región donde bien se sabe que el PP suele arrasar en apoyos ciudadanos, al PSE le ha pasado factura que el PSOE no deje gobernar al PP. Todo muy lógico. Uno pensaría, vaya locura, que el PSOE ha perdido votos a su izquierda y que difícilmente se convencerá a esos votantes de volver con posturas más, digamos, moderadas, más de consejero de Gas Natural de vuelta de todo que de auténtico político de izquierdas. 

La sangría de los socialistas viene de mucho antes de la llegada de Sánchez al poder y sus votantes no se han ido al PP, sino a Podemos. Es decir, millones de votantes de izquierdas han dejado de verse representados por el PSOE. Cuando acabe esta guerra, si es que queda algo más que escombros en Ferraz, quizá el PSOE (con el fantasma del Pasok acechando) deba decidir qué quiere ser de mayor. Y no parece que Vara, González y compañía anden muy atinados en su análisis de los sucesivos batacazos electorales del PSOE desde 2011. Qué disgusto se van a llevar cuando vean que, enterrado Sánchez, su partido seguirá agonizando. El actual líder ha demostrado sobradamente que no vale. Pero líbrese el PSOE de quienes pretender derrocarlo. Mientras, Rajoy e Iglesias danzando ante las llamas, celebrando la hoguera. 

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