Río 2016: Quinta medalla para España

Los Juegos Olímpicos son una montaña rusa, un oleaje emocional agitado. Incluso en una misma jornada olímpica, pasamos de la decepción a la explosión de alegría en un instante. Tantos deportes. Tantas opciones. Tantas ilusiones. Tanta emoción. La delegación española celebró pronto una primera medalla en Río 2016, con el bronce de Mireia Belmonte en los 400 metros. Y después empezó a cundir una sensación de cierta inquietud, por opciones de medalla que se esfumaron. Fue la propia nadadora de Badalona quien nos devolvió al ánimo con su brillante oro en los 200 mariposa. Y ayer mismo también fue pendular nuestra disposición, pasando de la tristeza por el mal resultado de Miguel Ángel López en los 20 kilómetros marcha, donde era favorito claro a las medallas, al júbilo por el oro conquistado por Rafa Nadal y Marc López en la final de dobles. 
Lo mejor de los Juegos no es su atención mediática, ni la presencia de tantas disciplinas, ni la sobredosis deportiva que regala a los aficionados que los seguimos por televisión en todo el mundo, ni los récords, ni los puntos asombrosos, ni las carras más intensas. Lo mejor de los Juegos es que concentran miles de ilusiones, de proyectos vitales, de historias personales, la de los deportistas olímpicos que llevan cuatro años soñando con este momento. Nadal, el mejor deportista español de todos los tiempos, refleja bien ese espíritu olímpico, esa emoción especial que despiertan los Juegos en los deportistas. Él lo ha ganado todo. Literalmente. Y varias veces. También había ganado ya una medalla olímpica, el oro en el torneo individual de Pekín 2008. Pero da igual. La ilusión radiante, dibujada en su cara el día de la ceremonia de inauguración, como abanderado español. Su esfuerzo colosal de competir en individual y en dobles, lo que obliga a doblar durante todos los días de los Juegos, con poco tiempo de recuperación entre cada partido.

Unas semanas antes del comienzo de los Juegos no estaba nada claro que Nadal pudiera competir. Lesionado, maltrecho, dolorido, forzó al máximo para llegar a la cita olímpica, porque no es un torneo más, porque es algo que sucede cada cuatro años e incluso a él, una leyenda viva del deporte, alguien que lo tiene todo, que ha ganado los más importantes torneos, le apasiona más que ningún otro evento deportivo. Por eso lo dio todo para llegar a Río. Por eso y porque, además, sería abanderado español. Con una ilusión infantil, pura, incondicional, desfiló el tenista por Maracaná. Y desde entonces, todo sacrificio, en un calendario maratoniano, que le obligó incluso a retirarse del dobles mixto con Garbiñe Muguruza porque no podía más. 

Nadal ganó ayer el oro olímpico con su amigo Marc López el oro olímpico en dobles, tras una final durísima, por 6-2, 3-6 y 6-4 frente a los rumanos Florin Mergea y Horia Tecau. La gloria, por supuesto, es compartida por ambos tenistas, que son amigos. Cuando lograron el punto decisivo, Nadal se echó al suelo, feliz, emocionado. Era especial ganar otro oro olímpico, pero aún más hacerlo de la mano de su amigo. Es esa grandeza que va más allá de las pistas. Esa actitud ejemplar del tenista de Manacor. Educado con la prensa, cortés con sus rivales, competitivo al máximo en la pista, donde jamás da una bola por perdida. Es, en muchos aspectos, un ejemplo. Igual estamos a tiempo de proponerlo como presidente de consenso. 

Nadal continúa con su maratoniana comparecencia en los Juegos con la semifinal individual frente al argentino Juan Martín Del Potro, quien eliminó a Novak Djokovic en la primera ronda y se deshizo ayer del español Roberto Bautista. Será un rival duro, el último obstáculo para Nadal antes de la final. Un triunfo hoy en el partido, que comienza sobre las 19:30, hora española, le aseguraría una nueva presea. 

Por lo demás, el medallero español se sigue escribiendo con nombres de mujer. Ayer Mireia Belmonte rozó un nuevo metal, aunque finalmente sólo pudo ser cuarta en los 800 metros. Quien sí logró subir al podio fue Lydia Valentín, que quedó tercera en la final de halterofilia. En su caso, es un triunfo que sabe aún mejor porque se hace justicia. La española fue cuarta en Londres, pero las tres deportistas que subieron al podio en la anterior cita olímpica se habían dopado. Valentín espera el oro que le corresponde y le quitaron las trampas de otra. De momento, ayer consiguió una medalla de bronce que, como declaró feliz, le sabe a oro. 

El tercer oro de la delegación olímpica española en estos Juegos lo logró el jueves Maialen Chourraut, quien ya nos cautivó con su apasionante deporte, el piragüismo, en Londres 2012 y que esta vez ha logrado el oro en K1, tras una maestría asombrosa en las aguas bravas. Cuando decimos que en los Juegos seguimos deportes de los que no oímos hablar el resto del año y, lo mejor de todo, disfrutamos mucho en ellos, pensamos en disciplinas como esta en la que brilla Maialen Chourraut, de las que valoramos su extraordinaria exigencia, su dificultad extrema y su apabullante belleza. 

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