El suicidio moral de Europa

En El último día en Terranova, la espléndida última novela de Manuel Rivas de la que hablaremos mañana, se describe a un personaje afirmando que "sabía tanto de leyes, tanto, que las incumplía todas". De otro se dice que se le cae un diente cada vez que cuenta una verdad, pero que de momento los conserva todos en la boca. Ambas descripciones sirven a la perfección para describir el vergonzoso y cínico acuerdo firmado esta semana por la Unión Europea con Turquía. Bruselas, capital comunitaria, templo de la burocracia, acogió la firma de un pacto que incumple de forma flagrante el Derecho internacional. Un texto lleno de cinismo y cobardía moral. De falta de humanidad. Europa firmó el 7 de marzo de 2016 su suicidio moral. 

España fue pionera, miren por donde, en eso de legalizar las devoluciones en caliente, es decir, expulsar a personas que acuden al país solicitando el derecho de asilo sin atender sus peticiones. Un derecho, habrá que seguir insistiendo ahora que hasta la propia UE se lo salta, recogido en las propias leyes y tratados firmados por los países europeos. De nuestro país, en parte, se ha copiado la idea de legalizar aquello irregular que se hace. ¿Que no está recogido en las normas poder expulsar sin piedad ni el menor rastro de humanidad a las personas que piden derecho de asilo? Pues se burla la ley, se cambia, se firma un tratado en el que se pagan principios por dinero y se mercadea con seres humanos y asunto arreglado. En lugar de cumplir el Derecho internacional, dónde va a parar, se interpreta, se le da forma. Y ya seguimos con nuestros tratados económicos, que son los que importan de verdad, y no estos cuentos de inmigrantes que tanto incomodan. 

Es un acuerdo odioso, vil, inhumano e insolidario que va contra todos los principios que definían, o deberían definir al menos, al proyecto europeo. Atrás quedó el lapsus solidario encabezado por Merkel hace unos meses, y sólo con la boca pequeña. Europa, la gris Europa oficial, la de las cumbres interminables con desenlaces bochornosos, se dedica ahora a decir a las personas que huyen de las guerras que no son bienvenidas. Literalmente. En esto se ha convertido el más ilusionante proyecto nacido en el Viejo Continente en las últimas décadas. ¿Quién reconoce a Europa? ¿Quién se siente representado por esta Europa? ¿Quién es capaz de defenderla si se suicida de este modo y renuncia a sus principios?

La UE pactó pagar 6.000 millones a Turquía para enviarles a todos los inmigrantes que lleguen a sus países. Directamente. Sin ofrecer el derecho de acogida. Se acabaron las medias tintas. Se acabó la solidaridad de salón. Final de la inocencia. La frialdad e inhumanidad descarnadas de los líderes comunitarios es indignante. Y duele que ni uno solo de los dirigentes presentes en la cumbre de la vergüenza, ni uno, alzara la voz contra ese acuerdo, que consiste en plegarse a las exigencias de una democracia muy imperfecta donde no se respeta la libertad de expresión, a cambio de alejar de Europa el drama que llama a sus puertas. Como los niños pequeños, lo que mueve a la UE en este acuerdo es el principio de que si tú no ves algo, deja de existir. Se tapan los ojos como párvulos los gobernantes europeos, sólo que ya sin la menor inocencia. 

Recuerda la decisión adoptada por la UE a aquella gestión de residuos de las ciudades ricas que envían su basura a vertederos de localidades periféricas. La basura, lejos. Ese es el principio de esta élite gobernante que no pisa la calle ni se conmueve con las muertes diarias de personas que huyen de la guerra y buscan en la Europa que ellos dirigen desde sus cómodos despachos el refugio que no encontrarán porque en una cumbre muy seria y formal estos tipos que nos representan para bochorno nuestro han decidido que la ley no va con ellos. Así que, el derecho de asilo se anula en la práctica. En Europa, no en Corea del Norte. En el siglo XXI, no en la Edad Media. Qué lecciones morales o éticas podrá dar a partir de ahora esta deprimente Europa a nadie en el mundo. Con qué vergüenza nos reconoceremos europeos ahora, con semejantes gobernantes inmorales que despachan seres humanos como si fueran mercancía desechable. 

Sí, en el acuerdo se incluye el vago compromiso de acoger a un solicitante de asilo por cada persona que se expulsa a Turquía. Es de supone que este punto del acuerdo se cumplirá exactamente igual que el reparto de refugiados acordado hace unos meses. Es decir, los líderes políticos se harán la foto con un pequeño grupo y pare de contar. Hasta ahí. Lo que subyace de la actitud de los gobernantes europeos es que a ellos no les importa lo más mínimo el drama humanitario de los sirios. No los devuelven bajo los bombas, porque no quedaría del todo bien, pero los mandan a Turquía y se desentienden de su situación. Todo se resuelve con unos millones de euros y con el compromiso de hacer la vista gorda para aceptar la entrada en la UE del país gobernando por Erdogan. 

Provoca nauseas esta Europa. Quién podrá defenderla. Quién será capaz de sentirse representando por los gobiernos de varios países del Este, que ya han dicho que ellos no van a acoger a nadie, porque se puede poner el riesgo la tradición cristiana del continente. Curiosa percepción del cristianismo la de quienes niegan la ayuda a seres humanos indefensos y desesperados. Triste esta Europa en la que resurgen movimientos racistas. La Europa que mira con desconfianza a unas familias que han escapado de una guerra que desangraba su país. ¿Quién no haría lo mismo? Pena da esta Europa donde tan fácilmente prenden la xenofobia y el odio al diferente. Lamentable la Europa oficial que es capaz de despojar de la más mínima humanidad sus decisiones sobre el drama de los refugiados. 

En este escenario odioso, deprimente, repugnante, quedan héroes a los que agarrarse. Todas las ONG y todos los ciudadanos que, mientras sus líderes deciden expulsar como residuos a seres humanos hacia Turquía, se dedican a salvarles la vida en su llegada a Europa. Como el sacerdote de La peste, la obra de Albert Camus, hay que ser ese que se queda. No porque esos gestos solidarios vayan a borrar el racismo y la indiferencia de tantos ciudadanos europeos. Tampoco porque su solidaridad ejemplar vaya a cambiar la actitud de los burócratas que se reúnen en Bruselas para decidir sobre vidas humanas con total falta de sensibilidad. Sino porque es lo correcto. Porque es lo que se debe hacer. Porque atienden a personas desesperadas que huyen de una guerra o de la miseria, que ya es suficiente guerra. Porque todos estos voluntarios son la última trinchera de dignidad de una Europa gris e insolidaria. Porque sólo nos quedan ellos. Parecernos a ellos para que no todo esté perdido. 

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