París

París es una de esas ciudades con innumerables y señoriales monumentos que, por unas u otras referencias, todo el mundo conoce aún cuando no haya estado en ella. La torre Eiffel. La plaza de la Concordia. Los Campos Elíseos. Esos rincones que recorre el Tour de Francia en su etapa final. Paseando por las calles de la capital francesa uno pierde la noción del tiempo y del espacio, un poco como el protagonista de Midnight in Paris, la joya de Woody Allen, bajo el efecto de un embrujo, viviendo algo mágico, gozando de una belleza embriagadora e hipnótica en una ciudad con tanta y tan romántica y artística historia. Entre todos esos lugares fascinantes, esas inmensas avenidas, esos paseos a la orilla del Sena, hay un barrio, Montmartre, único. De esos pocos rincones que enamoran con un flechazo, donde te quedarías a vivir, que quieres disfrutar siempre un minuto más, aunque lleves horas recorriendo sus calles. 

Se respira arte en Montmartre, el barrio de los pintores. Bohemio. Con personalidad. Con colorido. Artistas cantando en cada rincón. Puestecitos con cuadros y artistas listos para recibir el encargo de una caricatura. Puestos donde comprar crepes. Restaurantes coquetos, ni baratos ni caros (o al menos no caros para lo que es París). Museos, como el Espacio Dalí, donde se alberga la mayor colección de obras de arte del genio ampurdanés, del que hablaré un poco más abajo. La imponente basílica del Sagrado Corazón, blanca, monumental, hermosa. Tiene algo especial. Alma. Esencia. Sabor. No le faltan a París lugares interesantes, precisamente, pero, al menos de lo que vi en el fin de semana que disfruté de la capital gala, Montmartre es una visita obligada. 

Hasta la altura de Montmartre, esas vistas portentosas de París, ensalzan este barrio de los artistas, cuna de los impresionistas. En pleno corazón del distrito está el Espacio Dalí, donde se exponen esculturas y pinturas del artista catalán. Muchas obsesiones dalidianas se recogen en ese museo coqueto y encantador. La fugacidad del tiempo. El onírico y surrealista escenario de Alicia en el País de las Maravillas. Las historias de la literatura más políticamente incorrectas, más incómodas para el espectador, más turbias. Lo más sugerente para su mente. "El surrealismo soy yo", leemos en un rincón de la pinacoteca. Recrea la obra del marqués de Sade. El arte del amor, de Ovidio. Romeo y Julieta. El arte clásico y sus cánones de belleza, como la Venus de Milo, pero siempre con su visión peculiar. 

El museo incluye explicaciones, en francés e inglés, de cada obra. También se puede visitar con audioguía en español. En esos textos que acompañan las obras, extravagantes, eróticas, incomprensibles, perturbadoras, se detallan varias anécdotas de Dalí. Por ejemplo, cómo el perro de Picasso se comió la barra de pan que acompañaba la inquietante Busto retrospectivo de mujer. O aquellas esculturas que figuran ser un violín y el modo en el que el artista ampurdanés entendía que la pintura es la más elevada expresión del arte, por encima de la música. Para demostrar eso, tocó un violín con los pies. Genio y figura que no despreció ningún tipo de disciplina. Fue pintor, pero también escultor. Llevó muchas de sus ideas a esculturas con distintos componentes, como el cristal. Hay múltiples versiones de La persistencia de la memoria, de los relojes blandos de Dalí, quizá su obra más reconocida. Otro atractivo más del magnífico barrio de Montmartre

 París es Montmartre, pero es mucho más que Montmatre. Quedaron muchas cosas pendientes para próximas visitas, como el Louvre, al que se llega desde la plaza de la Concordia por los jardines de las Tullerías, un espacio delicioso público al aire libre, donde convive la naturaleza, los lagos y esculturas. El entorno de la Torre Eiffel, que impresiona a pesar de que todos la conocemos desde mucho antes de viajar a París. Notre Dame, también por todos conocida antes de observarla presencialmente. Tantos y tantos escenarios portentosos, abiertos, amplios. La belleza de sus edificios, la grandiosidad de sus avenidas. Transmite armonía París, aunque esta se pierde un poco con el tráfico propio de las grandes ciudades, agravado el lunes pasado por una huelga de taxis que a punto estuvo de impedirnos llegar al aeropuerto. Pero esperaba una ciudad caótica, inhóspita. Los prejuicios se crean. Nada de eso. París enamora y fascina. Hay ciudades que te gustan como turista y ciudades donde te ves viviendo y sonríes pensando cómo sería pasear por sus calles. París es de las segundas. Además, escuchando francés, musical idioma, poético. Caminar por París es como ir escuchando una melodía hermosa por la calle. 

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