Putin acude al rescate de Al Assad

No caben ya más intereses enfrentados, más geopolítica antepuesta al respeto de los Derechos Humanos, más cinismo ante un país que se desangra en la guerra en Siria. Ayer Rusia comenzó a bombardear posiciones de la oposición al dictador Al Assad, oficialmente, digamos, porque es obvio que su presencia militar en aquel país lleva ya bastante tiempo siendo evidente. En la Asamblea General de Naciones Unidas, que se celebra estos días en Nueva York, el presidente estadounidense, Barack Obama, y su homólogo ruso intentaron infructuosamente de llegar a un acuerdo para poner fin a una guerra que ha provocado decenas de miles de muertos y cuatro millones de desplazados. 

En aquel encuentro entre Putin y Obama, según leímos en prensa, el presidente ruso propuso la formación de una alianza anti Estado Islámico. Incluso le añadió épica a la propuesta y lo comparó con la unión entre Occidente y la antigua Unión Soviética, siempre tan nostálgico de ese pasado tiránico e imperial Putin, para derrotar a Hitler en la II Guerra Mundial. Nadie negará que la eclosión del autodeonominado Estado Islámico, un repugnante y medieval grupo terrorista que aplica la ley islámica y pretende formar un califato, es una de las mayores amenazas de la Humanidad. De la propia civilización. Son los nuevos, entre comillas esto de nuevos, bárbaros. Son un grupo de fanáticos que pretende imponer una lectura radical del Islam a todos y para quien cualquiera que no comulgue con sus alocadas posiciones es automáticamente un enemigo a eliminar. 

Que la comunidad internacional se uniera contra el Estado Islámico sería, pues, muy positivo. Pero más parece que Putin juega aquí a rehabilitar a su socio Al Assad, el execrable dictador que decidió hace cuatro años exterminar a cuantos compatriotas fuera preciso para mantenerse en el poder, labor para la que contó, por cierto, con el apoyo de Rusia desde el comienzo. Con esta jugada, odiosa y vil, pues lo que hay en juego, lo que se pierde a diario, son vidas humanas, Putin también pretende recuperar su posición de influencia en el tablero internacional, que quedó muy resentida por la invasión de Crimea y su forma palmaria de fomentar la guerra civil en Ucrania en aras de sus propios intereses. 

Ayer Putin empezó, como digo, a bombardear partes de Siria. Según el Kremlin, posiciones del Estado Islámico. Según algunos expertos, no. Las fuerzas rusas no han bombardeado bastiones del grupo terrorista, sino de otras fuerzas de la oposición a Al Assad, lo que refuerza la idea de que Rusia en realidad sólo utiliza el pretexto de la lucha contra el Estado Islámico para asistir a su tirano protegido. Queda aún más claro lo que pretende Putin en Rusia tras unas irrespetuosas y lamentables declaraciones de un portavoz gobierno ayer en las que preguntaba si acaso existe aín el Ejército Libre Sirio, fuerza de las oposición que se creó, mayoritariamente con desertores del ejército de Al Assad que no querían disparar contra compatriotas que pacíficamente reclamaban un estado democrático y el derrocamiento del dictador. En esas declaraciones, que sirven de evidente demostración de las aspiraciones reales de Rusia en la guerra siria, se venía a decir que la mayoría de los componentes del Ejército Libre Sirio han pasado a las filas del Estado Islámico, un tramposo  y falaz argumento que pretende meter en el mismo saco a todos los que combaten contra Al Assad. 

Se olvida interesadamente Rusia de que, como es natural, muchos de los opositores del dictador sirio al que Putin protege y de cuyas violaciones de los Derechos Humanos se hace corresponsable, no sólo luchan contra Al Assad, sino también contra el Estado Islámico. Es injusto que se asocie a la oposición al tirano con el Estado Islámico, pues no defienden los mismos fines. Como es lógico pensar, quizá un poco menos para quien no muestra particular aprecio por el sistema democrático, los ciudadanos sirios no quieren cambiar una dictadura, la del carnicero de Damasco, por otra, la de los fanáticos de la bandera negra y la vida gris. Es espantoso y muy sucio obviar que la oposición combate a la vez contra Al Assad y contra quienes pretenden sacar partido de su lucha por la libertad para conseguir sus alocados proyectos políticos, territoriales y religiosos. Rusia quiere proteger a Al Assad, con todos sus crímenes, con todas las atrocidades que ha cometido y comete. Sin más. Le ha venido muy bien la presencia del Estado Islámico para revestir de cierta grandeza su acción en realidad interesada y mísera, que antepone sus intereses particulares a los Derechos Humanos. 

La guerra siria, dicho todo esto, presenta un escenario diabólico. Intereses cruzados, países que veladamente apoyan a este o aquel. Incapacidad de la comunidad internacional para ponerse de acuerdo. Francia, por ejemplo, anunció ayer que va a atacar posiciones del Estado Islámico, pero dejó claro que piensa pedir que Al Assad sea juzgado ante los tribunales por crímenes de guerra. Y aquí llega para el mundo la gran paradoja de esta guerra, paradoja provocada por la inacción durante muchos años, creando así el caldo de cultivo ideal para que surgieran grupos extremistas que buscan sacar partido del caos en aquel país. Qué hacer con Al Assad. El mundo se divide, dejando a un lado a Rusia o China, que tienen claro que el dictador es su aliado y por tanto se mancharan por él sus manos de sangre tanto como quiera el tirano, entre quienes piensan que se debe derrocar a Al Assad y juzgarlo por sus crímenes y quienes consideran que, ante el surgimiento del Estado Islámico, se debe contar con el presidente sirio para encontrar un acuerdo al conflicto. Es la guerra siria un conflicto entre lo malo, lo pésimo y lo peor. Y entre medias, la población civil, que muere, sufre y huye ante el cruce de intereses y el juego de salón de las reuniones de la comunidad internacional. 

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