El testamento de María

"Si queréis testigos, yo lo soy y os digo ahora, cuando afirmáis que redimió al mundo, que no valió la pena. No valió la pena". Es una de las afirmaciones de la protagonista de El testamento de María, brillante novela de Colm Tóibín en la que el autor nos presenta a una madre judía rota de dolor por la muerte en la cruz de su hijo Jesús, quien se dejó llevar por cuestionables ideas políticas y se convirtió en un agitador hasta que fue asesinado por las autoridades. María está protegida, en realidad vigilada, por los seguidores de su hijo, decididos a contar su historia, digamos, adornándola un poco. Tomando engaños por verdad y sueños por realidad. Pero María, la madre, quiere contar su propia verdad. La de una familia rota, la de un hijo que en los últimos años de su vida se rodeó de "seres inadaptados, de los que no pueden mirar a la cara a una mujer" y habló con palabras grandilocuentes convencido de que era un ser poderoso, nada menos que hijo de Dios. María detesta a los seguidores de su hijo, maldice la deriva que tomó Jesús en los últimos años de su vida y que le condujeron a la muerte. Se muestra descreída ante las fantasías que se disponen a legar para la posteridad los discípulos. 

No es sencillo hoy en día, y nunca lo fue, supongo, encontrar novelas tan singulares, sugerente, exquisitas y provocadoras como esta. Creyentes o no, la historia de Jesucristo es conocida por todos y resulta fascinante el modo en el que el autor recrea en esta novela otra verdad, cómo fabula la visión de María, alejada de los seguidores de su hijo, aterrada por las consecuencias de los actos, como milagros supuestos y proclamas revolucionarias, que protagoniza Jesús. Supongo que la novela puede disgustar a los creyentes, a pesar de que en realidad su gran virtud es que nos presenta a una virgen María humana, dolida por la muerte de su hijo. Pero es una novela, comparte género literario con la Biblia, y es una brillante reconstrucción de una historia tan universal. María, ya en sus últimos años, cuando se acerca la muerte, escribe para contar su verdad. Una verdad mucho más fea y dolorosa que la que contarán los seguidores de su hijo. Es fabuloso el modo en el que el autor representa sucesos como la resurrección de Cristo, el presunto milagro de convertir el agua en vino en las bodas de Caná o el de caminar sobre las aguas. 

María está desgarrada por la muerte de su hijo. Intentó convencerlo de dejar esa vida y esa actitud, peor no pudo. La madre llora el fatal desenlace, no lo comprende y se rebela. Contra la actitud de quienes jalearon a su hijo y le convencieron para seguir con esa dinámica que le condujo a la muerte. Contra el veneno de la religión, contra la "palabrería altisonante" que Jesús empleaba cuando hablada en público y que tan distinto le hacía al joven cariñoso y amable que María recordaba cuando aún vivía en casa. Contra la burda reconstrucción de su vida que los "inadaptados" que reunía su hijo se disponen a escribir. Contra los cambios que se avecinan en el mundo, explica, porque le aterran. Contra la "compleja naturaleza" de los deseos de sus protectores. Contra los espías que siguieron a su hijo y contra los soldados que lo llevaron a la cruz. Contra las personas que asistieron despreocupadas a la crucifixión de su hijo. Contra la frialdad con la que todo el mundo parece aceptar la muerte a los 33 años de su único hijo. Contra las traiciones de personas que sentía como amigas.

La protagonista de la novela refleja el dolor por la pérdida de un ser querido. Todo aquel que haya sentido ese vacío se sentirá identificado con el colosal relato de María, quien no nombra a Jesús, porque es demasiado doloroso recordar su nombre. Para María lo más importante, lo único irreemplazable y que le dolerá toda la vida es la muerte de su hijo. No comprende que quienes se dicen sus amigos, sus discípulos, sus seguidores, asuman de verdad que su hijo debe morir en la cruz para salvar a la humanidad. Camina por la calle y se siente extraña, sola, vacía, al ver a personas para las que la muerte de Jesús nada significa, para las que el sol seguirá brillando con la misma intensidad durante el día y las estrellas lucirán con igual fulgor por la noche. Ella siente una pena que le acompaña hasta el lecho de muerte y que le empuja, al menos, a ser honesta consigo misma  y recordar la verdad, no las fantasías que los seguidores de su hijo pretenden extender por el mundo.

María no puede sentirse más alejada de los discípulos y acude con cierta frecuencias a templos donde se reza a dioses griegos como Artemisa. Durante la novela se nos presenta a una mujer que no comprende, ni quiere hacerlo, las extrañas motivaciones del grupo que se reúne en torno a su hijo, que se asusta cuando le cuentan lo que anda haciendo y diciendo su hijo, que protesta por el papel protagonista que le reservan a ella en la presunta vida de milagros y redención que representa Jesús. Por ejemplo, en el milagro de convertir agua en vino. O en la escena de María abrazando a Jesús tras fallecer en la cruz. O en la presunta resurrección de su hijo.O, por supuesto, de su vida feliz junto a su marido José y del embarazo de su hijo. Ella se sintió única, especial, pero luego entendió que es lo que sienten todas las mujeres embarazadas. De todos estos fenómenos da la protagonista de esta impresionante novela versiones radicalmente distintas a la de la Biblia. El testamento de María es una magnífica genialidad. Una obra provocadora en el mejor sentido de la palabra (si este término puede tener un mal sentido en literatura). Una novela corta pero con hondura, de las que dejan huella. Un libro excepcional.  

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