Conclusiones del 9-N

Ya se pasó el 9-N. Ya estamos en el día después al sucedáneo de consulta convocada por el gobierno catalán para consultar a los ciudadanos sobre el futuro político de la región. Y podemos decir que la vida sigue igual. Los partidarios de la independencia celebran como un éxito el acto de ayer, un acto simbólico en el que más de dos millones de catalanes acudieron a votar en urnas (de cartón). Los contrarios a la independencia, mientras, tachan la consulta de fracaso y repiten que se ha hecho vulnerando la ley. Estamos donde estábamos. Un diálogo de sordos que a nadie beneficia y que no hace más que ahondar en la distancia entre Cataluña y el resto de España, entre partes de la sociedad catalana y, en general, que sólo hace daño a todos. Creo que las lecturas simples a lo ocurrido ayer, pero sobre todo a lo que viene ocurriendo en Cataluña estos últimos años, no son adecuadas. Queramos o no, nos guste más o menos, ayer dos millones de personas se movilizaron para defender la independencia catalana, o al menos para dar su opinión sobre la creación de un nuevo Estado. Y eso es mucha gente. 

El proceso de ayer no es vinculante ni tiene efectos jurídicos o legales. No hay forma de saber si los datos ofrecidos por la organización son válidos o no. Es muy posible que la Generalitat, ofreciendo espacios públicos para la celebración de la consulta y dando datos de su desarrollo a lo largo de todo el día, hayan incumplido la prohibición del Tribunal Constitucional para celebrar este proceso de participación ciudadana. Habrá que ver qué decide la Justicia sobre ello. Todo eso es cierto e innegable. Pero también lo es el hecho de que ayer muchas personas en Cataluña salieron a la calle y manifestaron, en este caso mediante un voto simbólico aunque bien podemos leer la consulta de ayer como una manifestación masiva, su deseo de independizarse de España. Por ser precisos, un 80% de los dos millones de quienes fueron a votar optaron por el sí en las dos preguntas (sí a que Cataluña sea un nuevo Estado y sí a que sea independiente). 

Por tanto, aunque es cierto que el proceso de ayer no tiene las más mínimas garantías legales ni la menor validez jurídica o política, creo que sería erróneo no valorar en su justa medida la exhibición de fuerza del bloque soberanista. No fue una participación mediocre. Un tercio de los catalanes acudió a votar. Es peligroso que alguien se atribuya el voto o el apoyo de los dos tercios de catalanes que no fueron ayer a las urnas. Porque algunos, en efecto, se quedarían en sus casas ante la firme oposición a la pseudo consulta, pero otros perfectamente pueden ser partidarios de la independencia pero ni acudieron a votar, precisamente, porque quieren hacerlo en un proceso legal con todas las garantías. Atribuirse el apoyo de la mayoría silenciosa es muy osado. 

Hoy, como ayer, es necesario que el gobierno catalán y el ejecutivo central dialoguen. A juzgar por las reacciones que tuvieron ayer los responsables políticos, no parece que este sea el mensaje que hayan recibido ninguno de ellos. Artur Mas calificó de éxito el proceso de ayer y pidió al gobierno central negociar la celebración de un referéndum sobre la independencia de Cataluña. Mientras, el ministro de Justicia afirmó que la consulta fue un acto de propaganda sin validez alguna. Volvemos al punto de partida, o seguimos en él, mejor dicho. Nadie mueve un ápice sus posturas. El gobierno central se aferra al cumplimiento de la ley y eso es muy tranquilizador por parte de un gobierno, más preocupante es que se salte la ley a la torera como ha hecho el ejecutivo catalán, pero no es suficiente ante un problema política como el planteado en Cataluña. El gobierno no debería quedarse en el escrupuloso respeto a la ley. No puede salir de ahí, pero debe abrirse al diálogo. 

El gobierno es libre de defender que lo ocurrido ayer en Cataluña es un paripé, una huida hacia delante del ejecutivo catalán, una pamplina. Puede dudar de los datos ofrecidos por la organización.  Puede ordenar a la fiscalía que investigue si ayer se cometió algún delito. Perfecto. Pero no puede, o al menos creo que no debería, hacer como si no hubiera pasado nada. Como si esos dos millones de catalanes, dos millones, fueran unos títeres de un político loco que les está llevando al abismo. El gobierno lleva mucho tiempo ignorando que, con razones o no, hay una parte considerable de la sociedad catalana que ha girado hacia posturas soberanistas. Es una realidad. Desagradable, incómoda, lo que quieran. Pero real. Muy real. Y si no se hace frente a la realidad es muy difícil resolver los problemas. No se puede afrontar lo que, a ojos de uno, no existe. Las colas de ayer en los colegios electorales deberían abrir los ojos al gobierno central.

Qué decir del ejecutivo catalán. Los días previos a la consulta nos han dado una clara demostración, por si nos hacía falta todavía salir de dudas, de la inconsistencia y falta de altura política de Artur Mas y compañía. A mitad de la semana pasada hubo un momento cósmico, de obra de ficción surrealista, cuando el gobierno catalán anunció que el dispositivo de los Mossos de Escuadra para el 9-N ya estaba listo y que aún no sabían si sería para garantizar que el proceso consultivo se desarrollara con éxito o para retirar las urnas si se lo pedía la Justicia. Todo muy poco serio. Mas y compañía entienden la independencia como un salvoconducto para escurrir el bulto de sus errores. Juegan con los sentimientos legítimos y libres de los ciudadanos en su propio beneficio. Mas definitivamente se ha creído ese personaje de salvador de una patria oprimida. La noche del sábado al domingo durmió en el Palacio de la Generalitat por si ocurría algo que torciera la voluntad de su pueblo. Empieza a dar síntomas preocupantes el presidente catalán. 

Pero, sin duda, lo más perturbador e inquietante de todo es la desfachatez con la que los políticos partidarios de la independencia, al menos los políticos de CiU, emplean este gran proyecto de construcción nacional para tapar sus vergüenzas. Se diría que la estelada les sirve para camuflar los casos de corrupción o los escándalos de la familia Pujol. La escena del expresident, defraudador confeso durante décadas, haciendo cola para votar en la consulta de ayer mientras varios ciudadanos le ovacionan e incluso piden fotos con él es demoledora. Habla mucho del grado de perversión al que mucha gente ha llegado en Cataluña, de cómo anteponen la independencia a todo lo demás, incluso a que le roben a uno de forma descarada. Las personas que se hicieron ayer una foto con Pujol se la hicieron con el padre de la patria y olvidaron que ese señor les ha estado robando. Artur Mas era foco de las protestas ciudadanas por sus recortes sociales hasta que se le encendió una luz y decidió pasar a ser el mesías de la independencia. Pasó de ser alguien criticado al rey del proceso nacional en el que todo lo que sea trabajar por la independencia (el paro, la corrupción, la sanidad, la educación...) queda en un segundo plano, se supedita al monotema. Eso habla de una sociedad enferma y de un gobierno sin escrúpulos. 

Ayer aplaudieron a Artur Mas cuando llegó a votar al colegio electoral. Estaría bien haber podido hablar con las personas que ovacionaron al presidente. Conocer sus historias personales. Saber si están en el paro, si se han visto afectados por los obscenos recortes sociales aprobados por el gobierno de Mas, si alguno de ellos ha sido agredido en manifestaciones pacíficas por los Mossos de Escuadra, si sienten que el ejecutivo está abandonando temas importantes para protegerse con el señuelo de la independencia... Algún mecanismo extraño se activa en la mente de alguien que ovaciona a quien está recortando del modo en el que Mas lo ha hecho y que incluso le pide fotos a un defraudador confeso. Algo así como, quizá, pensar que el responsable de todos sus males es España, incluso de que Pujol no encontrara tiempo en 32 años de regularizar sus cuentas en paraísos fiscales. 

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