Sobre la fiesta del cine

La fiesta del cine, con entradas a menos de tres euros en muchas salas, se saldó con un gran éxito la semana pasada. Entre el lunes y el miércoles, 1.513.958 personas fueron a ver películas en la pantalla grande. Una gran noticia, sin duda, por lo que tiene de respaldo al séptimo arte en un momento crítico para la industria cinematográfica en España, que ha generado un inevitable y lógico debate sobre el precio de las entradas. La caída en el número de espectadores, es indudable, se debe también al precio elevado de las entradas. El cine, por ejemplo, no es una alternativa de ocio asequible para muchos jóvenes, que no pueden ir a las salas una vez por semana con esos elevados precios. Creo que eso es innegable. Pero no podemos quedarnos en la superficie y ya de paso desechar, como se está haciendo con motivo del éxito de la fiesta del cine, esos otros motivos por los que la asistencia a las salas es baja. 

Interesa mucho, por supuesto, a aquellos que piratean películas culpar exclusivamente del bajo número de espectadores en los cines a la industria. Todo es culpa de las distribuidoras que ponen precios imposibles, nos cuentan. Si pusieran siempre el precio de estos tres días de fiesta del cine, añaden, iría mucha más gente a las salas. Veríamos. Lo que hay que explicar es que este precio es una promoción, algo extraordinario que en absoluto le sale rentable a las empresas propietarias de los cines. Pasa con todo. Si lanzas una promoción que rompa los precios, el fin puede ser captar público, dejarte ver, crear (como ha sido el caso) un evento social comentado por todos. Pero hay que saber que no es algo sostenible, porque no son precios por los que le salga rentable a las distribuidoras poner películas. Eso creo que no se ha tenido demasiado en cuenta en esos juicios apresurados sobre la fiesta del cine que ha dado razones a unos cuantos para limitar la baja asistencia a las salas al precio de las entradas.

Probablemente se debería hacer un esfuerzo por bajar esos precios. Es muy posible que el sistema deba ser replanteado, por ejemplo, lanzando modelos legales y sostenibles para ver cine en nuevas pantallas. Ahí está el exitoso experimento de Paco León con su película Carmina o revienta, que tuvo un modelo de distribución mixto, al simultanear su estreno en salas y en plataformas digitales. La industria se ha quedado atrasada, como tantas otras (medios de comunicación, sin ir más lejos) ante la imparable irrupción de Internet. Es un hecho. Seguro que las empresas deberían haber andando más listas y estoy convencido de que han cometido y cometen errores. Pero no olvidemos tampoco que muchas salas han tenido que cerrar asfixiadas por la poca asistencia a las salas. No dejemos de lado la brutal subida del IVA hasta el 21%, caso único en los países de nuestro entorno, que facilitan el acceso a la cultura con impuestos más bajos. Cargar todas las tintas contra las distribuidoras, sinceramente, me parece injusto. Injusto y muy cómodo para aquellos que desean tener la conciencia tranquila mientras consumen de manera gratuita e ilegal el trabajo de creadores. 

Por supuesto que la piratería también está detrás del descenso del número de espectadores. Rápidamente muchos, al ver que en la fiesta del cine ha ido más de un millón y medio de espectadores a las salas (un 663% más que en los tres primeros días de la semana anterior, un 98% que en la edición pasada), han decidido que esto demuestra que el problema del cine no es la piratería sino los precios disparados de las entradas. Como si las dos cosas no pudieran ocurrir a la vez. Como si no pudieran existir varias razones que explicaran este fenómeno. Claro que no es así. La coartada perfecta para perpetuar el gratis total, es decir, el disfrutar del trabajo de otros sin pagar nada por ello, es el precio de las entradas. Pero son dos cosas distintas. Acepto, ya lo dije arriba, que los precios son elevados. Yo soy el primero que iría más al cine si no fuera tan caro. Pero no se pasa por la cabeza piratear obras culturales por ello. Hace falta una labor de concienciación sobre la propiedad industrial en este paraíso de la piratería que es España. 

Así que, sinceramente, creo que el éxito de la fiesta del cine debe hacer reflexionar a las empresas distribuidoras, por supuesto. Pero tampoco nos engañemos. El problema de la piratería está ahí y además no estoy seguro, ojalá me equivoque, de que dentro de ese millón y medio de espectadores no haya gente que vaya de manera muy ocasional al cine y que asistió por la promoción exclusiva, como si le hubieran dado vales descuentos para una carrera de caballos.Y sobre todo, tampoco falseemos la realidad. Comprendo que las personas acostumbradas a descargarse el trabajo de otros de manera ilegal no estén muy al corriente de la realidad en las salas de cine, porque no van y sólo la utilizan de lejos como parapeto para su actitud reprochable y que tanto daño está haciendo a la cultura. Pero hay que decirles que en muchas salas hay promociones todas las semanas. Por ejemplo, de ir al cine y darte un vale con el que puedes ver una película en los próximos 10 días con un descuento considerable. Esto ocurre en muchas grandes distribuidoras . Por lo que tampoco es totalmente cierto aquello del precio del cine rígido y muy elevado siempre. 

Se pueden utilizar muchas excusas, muchos argumentos para lavarse la conciencia, para darse la razón en la actitud de piratear obras culturales que han sido fruto del trabajo de directores, actores, equipo técnico, etc. Es que están muy caras las entradas, así que me descargo ese trabajo de manera ilegal. Esto es como si nos gusta mucho un jersey en una tienda de ropa, pero como nos parece que está caro, nos lo llevamos gratis (por la cara, robando el trabajo de otros) o encargamos una copia ilegal a otros. El cine, en eso estoy de acuerdo, no puede ser un producto de lujo. Si hay margen para bajar las entradas, las distribuidoras están en la obligación de intentarlo, sobre todo para evitar perder a tanta gente joven que deja de ir a las salas. Ellos tienen su parte de responsabilidad y sus deberes. Pero quienes piratean obras culturales y luego encima se sienten con autoridad moral para ir pontificando sobre lo que otros deben hacer, también tienen lo suyo. Pongamos las cosas en su sitio. 

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