¿Quién se acuerda de Siria?


Hace unas semanas, recordarán, Siria estaba en el primer plano informativo. El inhumano uso de armas químicas por parte del régimen del tirano Basar Al Assad provocó la reacción de Estados Unidos, cuyo presidente había puesto como línea roja el empleo de este tipo de armas. Pero Obama no encontró los apoyos internacionales que espera para dar una respuesta a esta actitud impresentable del régimen sirio. Gran Bretaña, cuya política internacional durante muchos años ha sido hacer seguidismo de la estadounidense, esta vez decidió darle la espalda. Los tradicionales aliados del régimen sirio, Rusia y China, naturalmente, no apoyaron ninguna intervención militar en el país. Entre que a Obama realmente lo último que le apetecía era emprender una nueva operación militar en el exterior, cuando lo que quiere es todo lo contrario, poner fin a la era de guerras que abrió Bush con Afganistán e Irak, y que no halló aliados para dar un castigo a Al Assad por el uso de armas químicas, esa intervención que parecía inmediata se demoró.

Después, unas palabras del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, dejaban abierta la puerta a una vía diplomática: que el régimen sirio pusiera bajo control internacional su armamento químico. Al Assad aceptó, veremos si con la misma intención de cumplir el acuerdo que el resto de compromisos internacionales que ha adquirido en los los dos últimos años y no ha cumplido (¿recuerdan esos alto el fuego que jamás cumplió?), y ahora un equipo internacional de la ONU se encarga de supervisar esa entrega de armas químicas. Dicen que va por buen camino. Ojalá. Indudablemente, es una buena noticia para el mundo que el que según parece es uno de los mayores armamentos químicos del mundo deje de estar en manos de un sátrapa. Cosa distinta, insisto, será ver si el tirano cumple su palabra. Y cosa muy distinta es que esta entrega de armas química suponga un final del conflicto sirio. En absoluto. La guerra sigue. El drama humanitaria continúa agrandándose. 

Hago toda esta introducción simplemente a modo de recordatorio, porque la extrema velocidad con la que consumimos las noticias y con la que un tema pasa de abrir informativos a la sección de breves, si acaso, nos hace muchas veces perder la perspectiva. Y conviene recordar que la guerra en Siria es un asunto desgarrador, espantoso, infernal. Abra o no telediarios. Sea o no noticia. Centre o no los debates internacionales. Es una guerra en la que un dictador alocado demostró hace mucho que está dispuesto a cualquier cosa para seguir en el poder. Cualquier cosa incluye violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos y bombardeos contra su población. Y es una guerra también en la que el bando opositor cada vez está más radicalizado y en el que cada día que pasa se infiltran más elementos radicales próximos a Al Qaeda, lo que arrincona a las posiciones democráticas y moderadas dentro de la oposición y dificulta la construcción de un nuevo Estado de libertades para todos en un futuro sin Al Assad. 

Por tanto, aunque nadie parezca acordarse de ello, en Siria sigue habiendo una guerra. Cientos de personas siguen muriendo. Miles de refugiados huyen del conflicto. Vidas rotas, familias destruidas, infancias arrancadas de cuajo. Es importante no olvidar esto. Algunas actitudes cuando el régimen utilizó armas químicas contra la población y Estados Unidos amagó con actuar fueron muy deprimentes. No seré yo, a estas alturas de la vida, defensor de la política exterior de Estados Unidos. No va de eso. Pero hubo actitudes radicales y estúpidas. Personas que, de repente, se dieron cuenta de que en Siria pasaba algo. Fue anunciar Estados Unidos que iba a intervenir y salir esta gente a decir "no a la guerra". Como si la guerra sólo existiera cuando la provoca Estados Unidos. Como si sólo mataran las armas estadounidenses. Como si los más de 70.000 vidas que se ha cobrado el conflicto sirio no significaran nada, no fueran la brutal consecuencia de una guerra que lleva dos años librándose. Pero no, para algunas personas, sólo habría una guerra en Siria con la intervención de ese archienemigo de las libertades que es Estados Unidos. Un dictador puede masacras a su pueblo todo lo que quiera y un país se puede desangrar, que si Estados Unidos no está de por medio, habrá mucha gente que ni rechistará. Pero si aquel país decide actuar, aunque sea de manera limitada, clamamos contra su política exterior y contra su afán por provocar guerras. Da igual que esa guerra en la que quiera intervenir lleve dos años sembrando todo un país de muerte y destrucción. Sólo será guerra en el momento en el que caiga el primer misil estadounidense. Sólo entonces será políticamente correcto criticar el conflicto. 

Luego está la propia postura de Estados Unidos, que fue lamentable. Un papelón en toda regla. Obama se habrá arrepentido una y mil veces de decir lo que dijo sobre la línea roja. Maldita la hora, pensará. En el fondo, dijo eso para fingir que de verdad estaba preocupado por lo que ocurría en Siria. No lo parecía, desde luego. La Administración Obama, como la mayoría del resto de países del mundo, parecían vivir la guerra siria con enorme indiferencia y con indecente distancia. Pero él quiso demostrar que no era así. No nos fuéramos a pensar que a todo un Nobel de la Paz le importaba más bien poco que se violaran repetidamente los Derechos Humanos y que un país se sembrara a diario de odio y cadáveres. Por eso dijo que le preocupaba lo que pasaba en Siria y que la línea roja en la actuación de Al Assad era el uso de armas químicas. Quizá no pensaba que el alocado tirano iba a usar ese armamento. Pero lo hizo. Y Obama se vio entonces obligado a cumplir su palabra, pese a que lo dijo sin la más mínima convicción. 

Finalmente, ha encontrado esta solución de emergencia, que en el terreno diplomático supone un alivio para él, que no quería ni oír hablar de un nuevo conflicto internacional, pero sobre todo una victoria para Rusia, una cierta legitimación del régimen sirio y una derrota para las posiciones más moderadas de la oposición siria, que han vuelto a ser ninguneadas. El mensaje lanzado por Estados Unidos y por la comunidad internacional en su conjunto a Al Assad es bien claro: puedes seguir masacrando cuanto te venga en gana, pero no lo hagas con armas químicas. Emplea cualquier otro sistema. Mataos, desangrad el país, destruirlo todo. Pero dejad a un lado las armas químicas, porque si no lanzamos un mensaje de debilidad al eje del mal. A los regímenes totalitarios que tienen también este tipo de armas. No puede quedar sin castigo un ataque así. Lo demás, los 70.000 muertos en los dos últimos años, al parecer, sí. 

Y con este panorama, llegamos a la situación actual. Siria, de nuevo en el olvido. Con la diplomacia avanzando a su ritmo, mientras no hay ninguna esperanza de resolución del conflicto bélico en el país. Todo lo contrario. La situación es cada vez peor. Es alarmante la radicalización constante en las filas de los rebeldes. Las posiciones moderadas pierden terreno. Lo cual, por cierto, no puede extrañar a nadie. Lo raro de verdad sería que las posiciones más moderadas ganaran peso en una guerra que cada día es más violenta y que cada vez siembra de más odio el país. Cuando un conflicto se deja pudrir, naturalmente, los fanáticos entran. Es un imán para posiciones radicales y un repelente para las moderadas. Y cuanto más dure la guerra, mucho peor. En cuanto al régimen, esta decisión diplomática le da un balón de oxígeno. Por lo pronto, gana tiempo. Ha recibido un permiso implícito de la comunidad internacional. Puede seguir bombardeando a su pueblo sin problemas. Que lo haga con armamento tradicional. Pero no tiene el menor impedimento para seguir haciéndolo. Aunque ahora parece que nadie se acuerda de Siria, ya ven, la situación dista mucho de haber mejorado. Y conviene recordarlo. 

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