Multitudinaria manifestación contra los recortes en Portugal

Tiene algo de belleza, de esperanza contagiosa, de satisfacción razonable ver a cientos de miles de ciudadanos manifestándose pacíficamente en la calle para defender sus derechos y protestar contra severos recortes. Esas escenas tienen un magnetismo especial que te atrapan; te sitúan, de entrada, al lado de toda esa gente. Te entusiasma ver que los ciudadanos alzan su voz, que no están anestesiados ni dormidos, que claman respeto a sus derechos. Todo eso me evocan las imágenes de la multitudinaria manifestación de ayer en Lisboa  contra las políticas de austeridad y recortes duros que está emprendiendo su gobierno por mandato de la UE. 

De forma pacífica transcurrió la marcha en la que los vecinos portugueses dijeron basta bajo el lema "el pueblo es el que manda". Y todas esas consignas de las manifestaciones ciudadanas pueden sonar a pasadas, a frases hechas de indudable belleza e improbable realización en la vida real, a utopías inalcanzables, a pensamientos poco realistas. Puede, claro que sí. De hecho en ocasiones suenan a eso. Pero transmiten algo más, algo difícil de explicar ver al pueblo vivo defendiendo sus derechos. A los ciudadanos gritando a sus políticos que esta austeridad para sanear las cuentas está ensuciando y empobreciendo sus vidas. Escuchar a las personas de a pie pidiendo que se ponga el bienestar de los ciudadanos, que es el auténtico indicador de la buena salud de un país, por encima de otras consideraciones. Que no todo valga para equilibrar el déficit. Que las personas estén por encima de los números.

Con Grândola Vila Morena como himno de sus protestas contra las políticas de austeridad que ejecuta su gobierno y que invaden Europa. Ese himno que puso banda sonora a la Revolución de los Claveles y se resucita ahora, para dar más razones quizás a quienes defienden que esto de las manifestaciones se ha quedado anclado en el pasado y que son unas consignas rancias las suyas. Pero para llenar de argumentos también a los que defienden que hoy, como ayer, el pueblo alza la voz para denunciar las injusticias y para pedir que se tenga en cuenta su bienestar y sus derechos, salvando todas las distancias lógicas entre las dos épocas históricas.

Quizás ver manifestaciones multitudinarias contra recortes que están asfixiando a los ciudadanos más humildes, pero también a los que formaban parte antes de la crisis de esa especie en peligro de extinción que es la clase media, despierta ese entusiasmo  porque supone constatar que, finalmente, no estamos tan dormidos. De algún modo significa que los ciudadanos no resisten todo lo que les echen, que están hartos de tantos y tan injustos recortes. Que es una patraña eso de que estén anestesiados y acomodados. Puede que esta no sea la verdad, pero satisface pensar que es cierto, que al final el pueblo sí siente y padece, que sí alza su voz contra las injusticias.

Hay muchas diferencias entre cada país y cada situación, por supuesto, y no pretendo yo hacer comparaciones de grueso calibre. Pero de alguna forma ver a la gente salir a la calle unida en torno a reivindicaciones comunes, manifestándose por sus derechos de forma pacífica es algo que despierta fascinación allá donde sucede. La que nos contagiaron los egipcios con su primavera árabe (sí, ya sé que ahora allí las cosas están sólo regular, siendo generosos, y que al final no es tan bello como se pintaba entonces). Es ese sentimiento estimulante que provoca ver a la gente reaccionar a aquello que le oprime. 

No es un canto esto a revoluciones, o no lo pretende. Aunque tampoco importa mucho esto, la verdad. Es sólo una forma de plasmar una sensación, un pensamiento. Llámese como se quiera. Pero ver a esos cientos de miles de ciudadanos por las calles de Lisboa te reconcilia de algún modo con el género humano. Te llena de una razonable satisfacción, de una cierta esperanza. Porque ahí ves al pueblo levantando la voz contra las injusticias, unido de forma pacífica para que los políticos y quienes mandan en este mundo nuestro (que no son aquellos, según parece) escuchen a los ciudadanos y atiendan a sus peticiones. No ocurrirá, probablemente. No servirá de nada, quizás. Pero al menos es la demostración de que los ciudadanos no duermen. De que sí sienten todo lo que están sufriendo, todo el daño que otros les están haciendo padecer y de que no están dispuestos a quedarse callados. La formidable belleza del pueblo alzando su voz. 

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