Los ayuntamientos deben 17.000 millones a proveedores

Escandalosa deuda contraída por los ayuntamientos con sus proveedores y bochornoso espectáculo el dado ayer con todos los ayuntamientos enviando facturas impagadas al Ministerio de Hacienda para que papá Estado les saque las castañas del fuego. Los cajones de muchos ayuntamientos españoles escondían facturas de hace años y, entre todos, deben 17.000 millones de euros a los proveedores. Una cifra enorme qe no hace sino confirmar la chapucera, irresponsable y patética gestión de muchos gobiernos municipales que han demostrado sobradamente su incompetencia y que han llevado a la ruina a muchas pequeñas empresas. La cifra es una previsión, no una cifra definitiva, pero supongo que por ahí andará la deuda de os ayuntamientos con los proveedores. El espectáculo es muy poco edificante y no pone en cuestión la organización territorial del Estado ni nada por el estilo, sino la manifiesta incapacidad de gestión de muchos políticos que han gastado lo que no tenían.


Hay alcaldes que han aprovechado para saldar deudas de, atención, 1997. La mayoría de las deudas son de estos últimos años de crisis, pero la insensatez e incompetencia estaba ya antes asentada en muchas casas consistoriales. Bochornoso. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, declaró ayer que esta medida ayudará a proteger 100.000 puestos de trabajo entre los que no lo perderán por los impagos de las entidades locales y los que se podrían crear. Creo que el ejecutivo ha actuado muy bien en este caso y probablemente es su mejor medida desde que llegó al gobierno el equipo de Rajoy. Porque son muchos los problemas que tiene España, pero que las administraciones públicas paguen lo que deben a proveedores es algo básico, elemental. Sin esa cuestión, la confianza en la economía española no será plena y el sentimiento de que aquí e hacen demasiadas cosas mal no desaparecerá en absoluto. Muchos ayuntamientos se ha gastado lo que no tenían con un derroche indecente del dinero público, endeudándose y actuando de un modo irresponsable e indigno de alguien en quien sus conciudadanos confían para gestionar su localidad.


Algunas voces dicen que las condiciones puestas por el gobierno para este fondo (créditos con un interés del 5% a diez años) son excesivas y que son un regalo envenenado para los ayuntamientos. Si no fuera porque es un asunto serio, sería para echarnos todos unas risas con esos argumentos. Dicen que servirá para saldar deudas, pero no para sanear los ayuntamientos y que no será la panacea. ¿Qué queremos? ¿Poder seguir haciendo disparates financieros varios sin temor a que luego las condiciones que se nos pongan sean excesivas a nuestros ojos y nos pidan un plan de viabilidad? Si fueran mínimamente responsables planterarían el debate en otros términos y, para empezar, harían autocrítica y se comprometerían a no gestionar los recursos de una forma tan irresponsable y derrochadora. No me parece serio que los alcaldes derrochadores puedan hacerlo todo tan mal, puedan gastarse tanto dinero que no tengan y puedan llevar a la quiebra a muchas pequeñas empresas y al abismo a muchos autónomos y, encima, ahora se quejen porque tendrán que pagar un interés del 5% por el salvavidad que les lanza el gobierno central. Sólo faltaría. Quizás quieren que les demos un premio.


El Ayuntamiento de Madrid se lleva, sin discusión, el primer premio con una deuda de 1.017 millones de euros. El consistorio de la capital ha presentado 16.712 facturas impagadas con 1.700 empresas. Nadie puede discutir que Madrid ha crecido y se ha transformado mucho en los últimos años con Gallardón al frente del ayuntamiento, pero ha sido a costa de un endeudamiento excesivo. Otros municipios de la Comunidad de Madrid también han presentado una gran deuda con proveedores como es el caso de Alcorcón (12o millones de euros), Alcalá de Henares (94 millones de euros) o Torrejón de Ardoz (70 millones). En otras comunidades destaca Jeréz de la Frontera, con 400 millones de euros; Jaén, con 300; o Valencia con 190. Destacable también la ciudad autónoma de Ceuta, que tiene 83.000 habitantes y una deuda de 80 millones de euros. Ver a los gestores ceutíes al frente del ayuntamiento de una ciudad de una gran población sería todo un espectáculo.


Como ocurre siempre, hay honrosas excepciones que deben ser elogiadas. Es el caso de ciudades grandes como Barcelona, Girona, Málaga o Valladolid, que no han recurrido a este instrumento financiero. En ayuntamiento barcelonés tiene sólo cinco facturas pendientes de pago que ascienden a 1.500 euros. Creo que hay que destacar también la buena gestión de los ayuntamientos que están al corriente de pago. Durante muchos años los que cumplían, los que no se endeudaban hasta las cejas y los que pagaban a tiempo eran los raros, los pringaos. Si todo el mundo lo hace, les dirían. Ellos cumplieron y fueron responsables. Supongo que no siempre han tenido premio y que en muchas ocasiones los pésimos gestores han recibido un amplio respaldo en las urnas, pero lo ejemplar es lo suyo, lo de quienes mantuvieron el sentido común y fueron racionales en los gastos y las inversiones. Por eso hay que felicitar a esos ayuntamientos que no han necesitado acurrir a pedir auxilio al gobierno central como muchos otros. Lo razonable sería que los ciudadanos supiéramos valorar este tipo de cosas.

Durante demasiado tiempo hemos vivido en una ficción y los ayuntamientos no han tenido el menor problema en seguir haciendo más obras y más inversiones y cada vez más faraónicas sin pagar a nadie. Así nos ha ido. Un país en el que los primeros que no pagan son los propios ayuntamientos y en el que tener contratos con las administraciones públicas puede ser el comienzo del fin para una empresa, porque Dios sabe cuándo te pagará tu trabajo, es un país poco serio en el que se están haciendo las cosas mal y se ha de cambiar con urgencia. Los primeros que deben dar ejemplo son los ayuntamientos, los gestores públicos. Recurrir a la deuda en ciertas situaciones y en momentos concretos es necesario y es un recurso legítimo al que pueden recurrir los ayuntamientos, pero todo dentro de unos límites racionales. Se acabó la fiesta para los malos gestores, o eso espero.

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