11 de marzo

Antes de escribir este artículo, que es siempre el que más me cuesta de todo el año, he releido el de este mismo día del año pasado. Entonces hablé del recuerdo necesario de los terribles atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, pero titulé "terremoto en Japon" y recogí las primeras noticias que llegaban desde el país asiático. Se temía que la tragedia pudiera provocar muchísimos daños personales, pero la magnitud de lo ocurrido aquel día desbordó los peores temores y nos dejó miles de muertos y desaparecidos, cientos de miles de desplazados y todo un país comportándose de forma cívica y ejemplar, levantándose de la mayor tragedia que ha padecido Japón en décadas. Como es lógico, lo que más se recuerdo hoy de lo ocurrido hace un año en Japón son los irreparables daños personales que causó la tragedia, pero también el admirable comportamiento de la ciudadanía de aquel país. Japón recibió un durísimo golpe aquel día, pero se levantó de él y hoy, junto al recuerdo de los muertos, heridos, desaparecidos y afectados, también deberíamos rendir homenaje a todos los japoneses que reaccionaron de forma tan cívica y ejemplar ante la tragedia que, en muchos casos, les dejó sin nada.


Escribo que este artículo es el que más me cuesta del año. Así es. Mal o bien, contando disparates o redactando mejor o peor, cuando escribo de la mayoría de los temas las palabras me fluyen con cierto ritmo. Sin embargo, cuando escribo de terrorismo, todo me cuesta muchísimo más. Me duele mucho escribir sobre ello, porque vuelven al recuerdo esas escenas, por otra parte jamás olvidadas, de la desolación, de la barbarie, del tremendo dolor que siempre causa la violencia y la sinrazón. Pero creo que es necesario hacerlo, al menos, cada año. Cada 11 de marzo, aunque a todos nos cuesta una barbaridad, hemos de hacer un esfuerzo por recordar lo ocurrido. Porque las víctimas se lo merecen, porque han de sentir nuestro cariño y nuestra cercanía, y porque hay que recordar. Es necesario. Ha de recordarse siempre lo ocurrido, para condenar como es debido el terrorismo, para dejar bien claro el daño inútil que causa y para reforzar nuestro apoyo a los afectados por esta lacra y nuestro deseo compartido de que cosas así no vuelvan a suceder jamás.


El año pasado escribía que no había un acto común de recuerdo a las víctimas del 11-M. Hoy no es sólo que no lo haya, sino que además mucha gente ha utilizado la tragedia con fines políticos.Los sindicatos han actuado con torpeza y algo de orgullo mal entendido al mantener su manifestación en Madrid de hoy contra la reforma laboral, y los que les han atacado sin piedad por ello tampoco han estado a la altura de lo que una tragedia así requiere. Y lo que requiere es unidad y dejar este y todos los atentados al margen de batallas políticas. Por eso, porque parece que nos cuesta más de la cuenta unirnos, hoy es necesario que el 11 de marzo recupere el sentido que, desde mi punto de vista ha de tener. Porque hoy tampoco tendremos actos comunes, pero sí compartimos todos, absolutamento todos, el desgarrador dolor aquellos días, la sensación de impotencia y enorme tristeza que nos invadió, lo mucho que nos marcó y nos cambió aquello para siempre. Y compartimos también la firmeza en la condena de esos atentados, el deseo de que nunca más vuelvan a ocurrir matanzas tan viles y crueles como aquella y el respeto y el apoyo que todos mantenenos hacia las víctimas.


A veces parece que en este país somos especialistas en enredarlo todo, en llevarlo todo a un insufrible y cansino debate político con dos bandos bien definidos e igual de cerrados e insensatos en el rechazo al diferente y en en el afán de mantener enfrentamientos estériles y en reseñar lo que nos separa en lugar de lo que nos une. De aquellos días de marzo, por encima de todo, me quedo con el impacto terrible que recibimos todos. Porque vimos en la televisión escenas dramáticas y desoladoras. Porque fuimos conociendo poco a poco que la magnitud de la tragedia iba creciendo más y más. Porque nadie con corazón soporta que unas personas inocentes que un buen día, como todos los días de la semana, cogieron el tren para ir a trabajar o a estudiar bien pronto por la mañana no puedan volveer nunca más a sus casas por la violencia ciega de unos indeseables. Con esos trenes se fueron muchos proyectos vitales, muchas ilusiones. Allí iban jóvenes con toda la vida por delante, personas de más edad pensando tal vez en esta u otra cuestión que le ilusionaba. Quién sabe. Padres y madres que pensaban en el examen que ese día tenía su hijo y que habían estado preparando la tarde anterior con él. Jóvenes que acaban de empezar un romance. Abuelos que marchaban a casa de sus hijos para llevar a sus nietos al colegio. Demasiado doloros y trágico para soportalo.


Por eso todos entramos en un estado de sock del que cada uno fue saliendo como pudo. Recuerdo de esos días el silencio en las calles. Las caras de la gente. Unos asesinos nos habían arrebatado la alegría, se habían llevado la vida de 192 personas y habían dejado desolado a todo un país y a toda una ciudad. Pero ese gran país y esa gran ciudad se levantaron, y su solidaridad desbordó las calles. Luego hubo comportamientos menos ejemplares de personas que, a un lado y otro de esa odiosa trinchera ideológoca en la que muchos siguen empeñados en meter a toda España, no estuvieron a la altura del momento. Pero la inmensa mayoría de la población sí lo estuvo. Y no hizo falta que nadie saliera a pedir donantes de sangre, porque los hospitales de toda España se llenaron de personas con ganas de ayudar en lo que fuera posible. Y no hizo falta llamar a los policías o médicos que no estaban trabajando en esos momentos para que salieran a las calles y se dirigieran a Atocha, al Pozo del Tío Raimundo o a Santa Eugenia para echar una mano. Con la tragedia Madrid y España mostraron su mejor cara. La de la solidaridad, la de unas personas que, aunque conmocionadas por lo ocurrido, no se quedaron paralizadas porque querían ayudar en la medida de los posible.


Lo más doloroso de aquellos atentados, naturalmente, fueron las 192 personas asesinadas, los muchos heridos y las muchísimas familias que quedaron rotas y para las que se paró el reloj cuando aún no eran las ocho de la tarde de una mañana de un jueves de marzo en el que, seguro, más de uno de los viajeros en esos trenes que partieron hacia el cielo pensaba en los planes para el fin de semana. Esas vidas rotas para siempre. El atentado dejó muchos heridos y en ellos tenemos también un ejemplo vital formidable, porque llevan ocho años luchando por salir adelante y vivir. Porque lo más grande de este mundo es precisamente eso, la vida, la que nos da disgustos y malos ratos, pero también satisfacciones y alegrías. La que nadie tiene derecho a arrebatarnos y la que hemos de defender siempre. Ojalá de nuestros ojos no vuelvan a brotar en el futuro más lágrimas por atentados terroristas. Este país y esta ciudad han sido sacudidos muy duramente durante muchos años por la barbarie terrorista.


Acabo la entrada diciendo que sólo pretende ser un sentido recuerdo y homenaje a las víctimas. Y un canto también a la libertad, a la democracia y a la vida. No confudamos, que es algo que solemos hacer con mucha frecuencia, unos temas con otros. Tragedias como la del 11 de marzo de 2004 lo que hace es demostrarnos, entre otras cosas, lo estúpidos que somos en muchas ocasiones por dar importancia a cuestiones absolutamente menores y por creer que son tremendos nuestros problemas sin pensar en todas esas personas que perdieron su vida y, desgraciadamente, siguen perdiéndola en muchos lugares del mundo, por la loca e inaceptable violencia. No soy nadie para hacerlo, pero pido que todos respetemos la pureza de esta fecha, que desde entonces es día europeo en recuerdo de las víctimas del terrorismo, y hagamos lo que estamos moralmente obligados a hacer: estar unidos ante el terrorismo, apoyar a las víctimas y recordar lo ocurrido con el deseo común de que nunca más vuelva a suceder algo así. Descansen en paz las víctimas de los atentados.

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