Este año toca a su fin y cualquier resumen de estos últimos doce meses sólo puede empezar por el 29 de octubre. Aquel día, una terrible dana, la más devastadora en décadas, causó 223 muertes sólo en la Comunidad Valenciana. Fue una catástrofe pavorosa, una auténtica pesadilla que causó pérdidas humanas irreparables, además de terribles daños materiales que mantiene a muchas personas fuera de sus casas, muchos comercios y empresas sin actividad y muchos chavales alejados de sus colegios. Desde el primer momento resultó inevitable preguntarse qué había fallado, porque la población no recibió alertas en sus móviles hasta demasiado tarde, cuando había ya riadas en varios municipios. Y también fueron inmediatas las críticas ante la clamorosa lentitud en la respuesta del Estado.
Por supuesto, también surgió de inmediato la admirable solidaridad ciudadana. Miles de voluntarios se volcaron desde el principio en la ayuda a los afectados. Hubo toda clase de iniciativas y donaciones desde toda España. Entre el dolor, la búsqueda desesperada de desaparecidos (aún hay tres familias en esa terrible situación), la sensación (muy real) de abandono y la repugnante toxicidad de los bulos, que no faltaron en un momento así de doloroso, cundió un lógico cabreo y un indudable desapego ciudadano con la clase política. Este estado de opinión, que ha hecho un daño muy profundo en la confianza en las instituciones de la sociedad española, quedó claro en las protestas ciudadanas contra los Reyes y los presidentes de la Generalitat y del gobierno central en una visita a todas luces inadecuada a Paiporta, donde la ayuda llegaba a cuentagotas. Se aprobaron ayudas millonarias a los afectados, que deben llegar con agilidad. Ojalá se tome nota de todos los fallos y los errores, pero vista la actitud de la clase política, no parece muy realista esperar que así sea. Y ojalá también aprendamos a valorar y respetar la ciencia y la lucha contra el cambio climático. Nos va el planeta y la vida en ello.
2024 también ha sido un año de guerra en Ucrania, donde Putin continúa con su alocada invasión, y en Palestina, con extensión al Líbano, donde Israel continúa provocando muertes indiscriminadas con el pretexto de los ataques terroristas de Hamas de octubre del año pasado. Este año ha llegado también la inesperada y acelerada caída del régimen de Bassar Al Assad y, por tanto, de la guerra civil en Siria, que deja un alivio incuestionable y lógico en la sociedad civil de aquel país, porque se libra de un tirano execrable y el espanto de su represión, pero también una incuestionable y lógica incertidumbre sobre qué deparará el futuro, dada la presencia de grupos yihadistas radicales en el muy heterogéneo grupo de rebeldes que derrocó al dictador. Una razón más para mirar a esa zona del mundo, llena de amenazas, disputas e intereses geopolíticos cruzados.
La caída de Al Assad tiene muchas implicaciones. Es, desde luego, un serio varapalo para Rusia e Irán, que eran los dos grandes apoyos del régimen del tirano sirio. De hecho, Rusia le ha dado asilo a Al Assad en Moscú. Turquía parece uno de los grandes vencedores de este nuevo escenario, en el que Israel busca también sacar partido y en el que, en principio, Estados Unidos y el resto de Occidente parecen no querer entrar. El temor a que la nueva situación en Siria provoque un rearme de grupos yihadistas y los supuestos planes de la futura Administración Trump de atacar instalaciones iraníes.
Este año se han celebrado elecciones en muchos países del mundo, incluida Rusia, por cierto, donde, para sorpresa de nadie, arrasó Putin, claro. En las elecciones presidenciales de Estados Unidos la victoria fue para un amigo de Putin, Donald Trump, quien venció con claridad ante Kamala Harris, que encabezó una candidatura improvisada en tiempo récord para el Partido Demócrata después de que Joe Biden se retirara de la carrera electoral tras un calamitoso debate con Trump. Cuesta creer que un delincuente confeso, racista y machista como Trump arrasara así en las presidenciales, pero lo cierto es que lo hizo, quizá no a pesar de todo lo anterior, sino precisamente por eso. La selección de su equipo parece propio de una distopía: un antivacunas en Sanidad, un tipo acusado de abuso sexual para la fiscalía, una negacionista del cambio climático para Energía… Ahora, con semejante Administración, Trump abre un escenario muy inquietante ante las perspectivas de aislamiento internacional en cuestiones como la guerra en Ucrania (que dice que quiere terminar rápido, se teme que mediante cesiones a su amigo Putin) o la lucha contra el cambio climático. En el interior, las personas en situación irregular viven con miedo ante las promesas de expulsiones masivas.
Otras elecciones importantes del año fueron las celebradas en México, en las que la ciudadanía mexicana eligió a Claudia Sheinbaum como primera presidenta del país. Una de las primeras polémicas que protagonizó tuvo a España en el centro, tras no invitar la nueva presidenta mexicana al rey a su toma de posesión. Según dijo, por la falta de respuesta del monarca a una carta en la que el antecesor de Sheinbaum le pedía a Felipe VI que España pidiera perdón por la conquista de América.
En nuestro país no faltaron elecciones, donde además paradójicamente hubo victorias de políticos más bien moderados, muy a la contra de la dinámica de confrontación y polarización en la que se ha instalado la política española, en Galicia (Alfonso Rueda), Euskadi (Imanol Pradales) y Cataluña (Salvador Illa). El PP fue el partido más votado en las elecciones europeas de junio, en las que también venció el centroderecha a nivel europeo, y en las que repuntó con fuerza la extrema derecha. La nueva Comisión Europea, en la que repite la conservadora Ursula Von der Leyer como presidenta y que incluye a la española Teresa Ribera como vicepresidenta, pese a la oposición del PP español, tiene por primera vez a candidatos de la extrema derecha, propuestos por la primera ministra italiana, Georgia Meloni.
Además de la mayor presencia del extremismo más radical en el Parlamento europeo, el mayor impacto de las elecciones europeas se dio en Francia. Tras la victoria contundente del partido de la extrema derecha de Le Pen y Bardella, el presidente Macron decidió convocar elecciones legislativas. Dijo que era para dar voz a los franceses, pero no midió bien su movimiento. La izquierda se agrupó, la extrema derecha mantuvo una fuerza inquietante y el resultado de las legislativas, tras una segunda vuelta en la que funcionó el frente republicano contra el partido de Le Pen, fue un escenario ingobernable. La alianza de partidos de izquierdas fue la más votada, sí, pero quedó lejos de tener mayoría en la Cámara. La derecha tradicional y los macronistas tampoco tienen mayoría, ni la extrema derecha. Tras una intensa ronda de consultas con los partidos, Macron nombró a Michel Barnier como primer ministro, pero cayó pocos meses después por una moción de censura en la que la izquierda y la extrema derecha unieron sus votos. Hace solo una semana, Macron eligió nuevo primer ministro, el centrista François Bayrou, contra el que la izquierda ya ha dicho que quiere presentar una moción de censura. Por ley, en Francia no se pueden convocar elecciones legislativas hasta que no pase al menos un año desde las anteriores. No sería precisamente una gran sorpresa que en el verano de 2025 los franceses volvieran a acudir a las urnas.
En España, la polarización ha vuelto a ser la palabra clave a la hora de hablar de política. Como siempre, hay personas que creen que determinado partido político lo hace todo, absolutamente todo, bien, o todo, absolutamente todo, mal, en función simplemente de si son de su cuerda o no. Ha sido un año de casos de corrupción que cercan al gobierno y están en proceso judicial, de mucho ruido sobre la justicia y el lawfare, de debilidad de la mayoría del gobierno en el Congreso, con Junts y el teatro de Puigdemont coqueteando con hacer caer a Sánchez, y también un montón de polémicas que impiden mantener debates sosegados sobre cuestiones relevantes para el país. Por ejemplo, el caso de fraude fiscal del novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y la presunta filtración de un correo por parte de la fiscalía general del Estado. Por alguna razón, hay gente que cree que se tiene que criticar o la filtración o el fraude fiscal, pero que no se pueden criticar ambas cosas a la vez. País fascinante este.
Este año ha tenido otro nombre propio en Francia, el de Gisèle Pelicot. La mujer, que sufrió durante años abusos por parte de su marido y de decenas de hombres después de que aquel la drogara, dio un auténtico ejemplo en el juicio contra sus agresores, afirmando que es momento de que la vergüenza cambie de bando y plantando cara ante sus agresores. Se convirtió en un auténtico referente de la necesaria lucha feminista, ese movimiento que busca la igualdad real entre hombres y mujeres, que tan contestado es por una parte muy ruidosa y gris de la sociedad. Es, más o menos, esa misma parte que aprovechó el shock causado por las denuncias contra Iñigo Errejón, que se había significado públicamente contra el machismo, como una especie de prueba de que el feminismo era innecesario, cuando en realidad demuestra exactamente lo contrario, que es más necesario que nunca.
Los discursos de odio, que lamentablemente siguen sufriendo las mujeres, también se han repetido este año con la inmigración. No sólo en España, porque si una corriente puede identificarse claramente en buena parte del mundo occidental ésa es el auge inquietante de discursos racistas. No hay más que ver la utilización política de la inhumana gestión de la inmigración por parte del gobierno de Meloni en Italia, las prisas que se han dado muchos países europeos en dejar de aceptar peticiones de asilo de refugiados sirios o la irresponsable falta de acuerdo entre las distintas comunidades autónomas españolas para ayudar a liberar la situación de colapso de los centros de atención a menores inmigrantes no acompañados en Canarias.
Por supuesto, en 2024 ha vuelto a hablarse mucho de la Inteligencia Artificial, con dos bandos opuestos, el de quienes abrazan todo lo que ofrece esta nueva tecnología sin cuestionar sus riesgos, de un lado, y el de los que sólo se quedan con sus riesgos y amenazas, sin reconocer sus aportaciones. Quizá, como en todo, como dijo el clásico, la virtud está en el término medio. Este año, de momento, la UE aprobó el primer reglamento del mundo sobre el desarrollo responsable de la IA.
Una vez más, la cultura nos ha ofrecido los mejores momentos del año. A partir del lunes, de hecho, resumiremos los mejores libros, películas, exposiciones y obras de teatro del año. La cultura nos ha dado alegrías como el León de Oro que ganó Pedro Almodóvar en Venecia o el recibimiento en Cannes a la actriz Karla Sofía Gascón por su interpretación en Emilia Pérez, dos logros que son pura marca España y que bien podrían celebrarse en las calles como, por ejemplo, una Eurocopa, que ganó la selección española de fútbol en verano. Por cierto, con varios jugadores procedentes de familias inmigrantes, para disgusto de los rancios retrógrados de siempre. En lo deportivo, 2024 ha sido también el año de la retirada de Rafa Nadal, el mejor deportista español de todos los tiempos, después de más de dos décadas logrando victorias y dando ejemplo de entrega y sacrificio dentro de la pista.
En la tele, ha sido el año de la irrupción de La Revuelta, de David Broncano, en el acces prime time de La 1. Nadie esperaba semejante éxito de audiencia, hasta el punto de superar casi a diario al hasta ahora intocable El Hormiguero, de Antena 3. Por supuesto, también eso se ha politizado, igual que la decisión de no pocas personas de abandonar la red social X, anteriormente conocida como Twitter, camino a Bluesky, huyendo ante la plataforma de Elon Musk, quien será asesor de Trump y que ha tomado un serie de decisiones para permitir e incluso alentar los bulos y la crispación en la antigua red del pajarito.
En Twitter se comentó mucho la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París, que a mí sin embargo me encantó. En general, me gustó mucho todo lo visto esas dos semanas en la capital francesa. No hubo la esperada tregua olímpica en las guerras que sacuden distintas partes del mundo, ni tampoco en los grandes retos de fondo de la humanidad, pero al menos sí hubo una cierta tregua en la lucha partidista en Francia y, en general, un entretenimiento fabuloso a nivel mundial para millones de personas que somos fans de los Juegos Olímpicos y lo que simbolizan. Volvimos a disfrutar de deportes que sólo vemos cada cuatro años, buscábamos cada noche el calendario de competiciones del día siguiente y gozamos disfrutado de la belleza de lugares icónicos de París convertidos en escenarios de competiciones deportivas. Francia demostró que, pese a todo, sigue siendo capaz de asombrar al mundo, igual que hizo hace unas semanas con la reapertura de Notre Dame. Apenas cinco años después del incendio que llegó a amenazar la catedral parisina, se ha vuelto a levantar, más luminosa y bella que nunca. Porque, en un mundo de guerras, bulos y polarización, también hay buenas noticias, aunque a veces cueste encontrarlas. Ojalá en 2025 haya muchas más de éstas que de las otras.
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