Un jardín en el Auditorio Nacional


Anoche presencié por primera vez un recital en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música y disfruté como un niño. Como un niño en todos los sentidos, porque gocé con esa intensidad única con la que se vive todo en la infancia, en la que uno descubre el mundo a diario, pero también porque, al igual que un niño en pleno proceso de aprendizaje, lo desconozco casi todo de la música clásica. O sin el casi. Así que anoche fui de asombro en asombro, completamente fascinado


Escribió Einstein que todos somos muy ignorantes, sólo que no todos ignoramos las mismas cosas. Entre las muchas cosas que ignoro, la música ocupa un lugar prominente y,  pese a ello, la de ayer fue una de esas noches que no olvidaré gracias al recital que ofreció el conjunto Forma Antiqva dentro del ciclo Universo Barroco. Seguro que las personas expertas disfrutaron el recital desde otros prismas, con otros matices, pero desde mi perspectiva, la armonía creada por el conjunto fue perfecta y trasladó una alegría contagiosa.  


El recital busca, y consigue, llevar a los espectadores a los londinenses jardines Vauxhall, unos jardines de recreo del siglo XVIII. Pocas cosas logran una evasión mayor del mundanal ruido que la naturaleza y, sin duda, una de ellas es la música. Gracias a piezas sobre todo de Haendel, pero también de otros compositores de aquella época, entre otros, los españoles Santiago de Murcia o Antonio de Literes, el recital logra, en efecto, crear la sensación de estar paseando por un jardín. Allí, una fuente coqueta; aquí, unas flores radiantes en plena primavera; un poco más allá, una tormenta, antes de que vuelva a salir con todo su esplendor el sol. 


El recital se divide en seis secciones, todas ellas con nombres ligados a la vegetación: Lavandula, Paeonia, Digitalis, Lilium, Calendula y Tulipa. Todas ellas me encantaron y se me hicieron cortas. Quizá la que más me emocionó, en la que más se me fueron los pies, fue la quinta, en la que la guitarra tiene un papel protagonista. La música, como la naturaleza, sirve como alegre refugio y anoche lo fue en la Sala de Cámara del Auditorio. Fuera quedaron el trabajo, las noticias, los líos del día a día. Lo importante, lo imperioso, lo único que nos ocupó durante algo más de una hora, fue sencillamente disfrutar y maravillarnos con piezas compuestas hace tres siglos.


Hay algo totalmente contrario a la lógica de este tiempo acelerado y utilitarista en el que vivimos en el hecho de estudiar y recuperar composiciones del siglo XVIII, es decir, algo bello y estrictamente necesario, casi revolucionario. En una época en la que mandan la fugacidad y lo práctico resulta más oportuno que nunca detenerse un momento y mirar atrás. Es fascinante que hoy sintamos semejantes emociones al escuchar la interpretación de piezas que fueron creadas hace tres siglos, cuando la sociedad y el mundo eran bien distintos. Pero la buena música, igual que la buena literatura, es atemporal y sobrevive al paso del tiempo. Como explica Pablo J. Vayón en el precioso texto que acompaña el libro de mano, “aquella es música viva, que ha dejado en el papel sólo un rastro de su auténtica naturaleza, a la espera de que el intérprete la haga suya y le dé razón de ser”. 


El conjunto Forma Antiqva, fundado en 1998 en Langreo (Asturias), cuenta con la dirección de Aarón Zapico, quien también interpreta el clave. Junto a él, sobre el escenario, Alejandro Villar y Guillermo Peñalver (flautas), Jorge Jiménez y Daniel Pinteño (violines), Elisa Joglar (violonchelo), Antonio Clares (viola), Jorge Muñoz (contrabajo), Pablo Zapico (guitarra barroca) y Pere Olivé (percusión). Fue fabuloso ver la concentración de todos ellos y, a la vez, comprobar lo mucho que estaban disfrutando al crear algo tan hermoso juntos. Sus gestos de complicidad, sus bromas, sus sonrisas. Fue una noche maravillosa, todo un descubrimiento, en el que lo anacrónico de verdad no era escuchar composiciones del siglo XVIII e instrumentos barrocos, sino que alguien de pronto sacara un móvil para hacer una fotografía. ¿Qué era ese cacharro luminoso y ruidoso y qué pintaba en un jardín londinense de hace tres siglos? La música acudió al instante al rescate y todo lo demás, incluido ese inoportuno móvil, volvió a ser intrascendente. Antes de la propina, el programa oficial del concierto terminó con Happy We!, de Acis and Galatea, que como indica el libro de mano es un dúo en el que “los dos jóvenes enamorados cantan justo antes de la irrupción de Polifemo, que precipitará la tragedia. Final de exultante e ingenua alegría para esta fantasía musical con flores”. 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Estimado Alberto, cuando mencionas a los músicos que tocaron en el concierto, te has dejado a Antonio Clares, viola.
Saludos
Alberto Roa ha dicho que…
Gracias por el apunte. Ya está incluido.

Un saludo.