Hoy, 2 de noviembre, día de los difuntos, España sigue de luto oficial por las víctimas de la devastadora dana que ha provocado más de 200 muertes, la mayoría de ellas, en la Conunidad Valenciana. La conmoción, el dolor y la solidaridad con las personas damnificadas recorren todo el país. Nuestros amigos de otros países nos escriben y preguntan, aterrados. Las imágenes que llegan desde los municipios más afectados son desoladoras. Los testimonios procedentes de la zona cero de la tragedia son terroríficos. Creo que es imposible hacernos una idea de la auténtica dimensión de lo que ha ocurrido estos días, por más fotos o imágenes que veamos, por más que nos lo cuenten los equipos de asistencia o los vecinos en la zona. Todos los expertos hablan de un fenómeno de una extraordinaria potencia devastadora, que superó todas las previsiones. Ha sido un terrible desastre natural en el que cabe preguntarse si se podría haber evitado parte de sus espantosas consecuencias.
Porque lo primero aquí, por supuesto, es acompañar a las víctimas, seguir con la búsqueda de los desaparecidos y trabajar a destajo para restablecer lo más parecido a la normalidad en esas zonas de Valencia. Nada hay más importante que estar a su lado, apoyarlos en su dolor y ofrecerles toda la ayuda posible. Pero hay preguntas, muchas preguntas, que es inevitable y obligatorio hacerse. No se trata de politizar esto, como ya está intentando hacer de forma obscena y miserable algún político que se está retratando con su peor cara estos días. Se trata de analizar qué ha fallado, porque parece obvio que algo ha fallado.
Creo que hay que distinguir entre cuestiones de fondo, reflexiones y medidas necesarias a largo plazo, por un lado, y otros aspectos más específicos ligados a esta dana, a lo ocurrido estos días. Respecto a esto último, hay hechos incuestionables. La Aemet, siempre tan denostada por negacionistas del cambio climático y también por gente que cree que esto de las predicciones meteorológicas puede ser algo infalible, advirtió días antes de lo que se venía y el mismo día de la tragedia, antes de las ocho de la mañana, elevó a nivel rojo el riesgo en la región. Sólo 12 horas después se envió el sistema de alarma, cuando ya había pueblos inundados y después de que la inmensa mayoría de la población en las localidades afectadas hubiera ido a la escuela y al trabajo, hubiera hecho vida normal, sin recibir aviso alguno, sin que se interrumpiera la actividad, más allá de alguna institución concreta, como la Universidad de Valencia o los edificios de la Diputación, que enviaron a sus empleados a casa a las dos de la tarde.
Es inevitable pensar que la tremenda cifra de fallecidos habría sido menor si los sistemas de prevención y aviso a la población hubieran funcionado antes. Las riadas sorprendieron en cuestión de minutos a muchas personas que venían del trabajo, que estaban en la calle. Parece evidente que falló el sistema. La gente no estaba suficientemente alertada de lo que venía. Es cierto que la cantidad de agua caída en algunas zonas superó con creces a lo previsto por la Aemet, pero es que lo previsto por la agencia estatal ya era una cantidad tremenda que implicaba riesgos serios, como remarca el nivel rojo. Algo falló.
Las consecuencias de la dana han sido devastadoras, miles de personas quedaron atrapadas en sus coches y en sus casas, hay zonas a las que los servicios de emergencia no han podido acceder transcurridos dos días de la tragedia. Está claro que la dimensión de lo ocurrir es dantesco. Pero también es inevitable preguntarse si la respuesta de las autoridades está siendo suficiente. Y muchos vecinos afectados no lo creen. Falta agua y comida en varias localidades. Hay escenas terribles de personas recorriendo kilómetros a pie en busca de alimentos, familias sin leche para sus bebés, gente que necesita medicamentos. Desde luego, muchos miembros de la UME, policías y guardias civiles están haciendo un trabajo admirable estos días. Pero no está claro si ha habido suficientes recursos o si se ha fallado también en la respuesta a la tragedia, además de en la prevención. Parece que esa respuesta se ha quedado corta. El Estado está fallando a muchas personas. Es así de crudo. Así de triste. Así de tremendo.
Se equivocan los responsables políticos, da igual que sean autonómicos o nacionales, del gobierno o la oposición, de aquí o de allí, si no hacen autocrítica o si juegan a echarse culpas unos a otros. Porque a la gente le da absolutamente igual la maraña de competencias, la disputa sobre quién debe hacer qué. Es importante, claro, y se tendrá que analizar todo lo que se deja mejorar, pero es muy deprimente y bochornoso ver a algunos políticos apelar a protocolos, competencias y demás disputas partidistas. Esto es una emergencia. No estamos para peleas ni debates de salón. Hay gente con fallecidos en sus casas. Hay decenas de desaparecidos.
Los políticos también se equivocan, por cierto, si tienen la tentación de salvarse entre ellos, conscientes unos y otros de las carencias indudables de la respuesta del Estado a la tragedia. Esto no va de buscar culpables, tampoco de intentar hacer ver que no se ha hecho nada mal. Va, ahora, de volcar todos los recursos del Estado. Hoy. Ya. Lo antes posible. Prioridad absoluta.
Por supuesto, estos días dejan también imágenes admirables de solidaridad. Grupos de jóvenes recorriendo pueblos valencianos para echar una mano, asociaciones recogiendo ropa y comida para entregársela a las personas afectadas, instituciones y empresas donando dinero. Y es admirable y reconfortante que, ante tanta devastación, también salga lo mejor de las personas. La tragedia también nos recuerda, más allá de la importancia de la solidaridad, de lo necesario que es contar con un Estado fuerte con capacidad de responder en situaciones así. Es importante recordarlo cuando se tengan debates de barra de bar sobre impuestos y políticos.
Esta tragedia también nos hace preguntarnos por la escasa cultura de la prevención que tenemos en España ante situaciones así. Esto nos lleva a reflexiones más a largo plazo. Incómodas pero necesarias. Sabemos que se han construidos viviendas en arroyos o ramblas donde el agua siempre termina volviendo, por más que lleve décadas sin pasar por ahí. Y sabemos también que los sistemas de alarma y prevención se toman demasiado a menudo a pitorreo. Estos días ha sido imposible no recordar la impresentable actitud de no pocas personas, incluidos políticos y periodistas, cuando la Comunidad de Madrid envió hace un año un aviso a la población ante la amenaza de una dana, que finalmente causó tres muertes, pero no dentro de la M-30. Hubo gente que dijo que los gobiernos quieren a la gente en sus casas, personas que lamentaron muy fuerte que les suspendieran un partido de fútbol, tipos que dijeron que eso de recibir mensajes de las autoridades en sus móviles era una intromisión inadmisible en su privacidad… Con estos mimbres, claro, desarrollar una cultura efectiva y serie de prevención se antoja complicado. Entonces, la Comunidad de Madrid acertó, por más que no pocos líderes políticos de su mismo partido aprovecharan la situación para hacer politiqueo barato y chusco. Imposible no preguntarse si a las autoridades les cuesta actuar con prevención ante situaciones así, conscientes de las críticas que recibirán si al final llueve menos de lo previsto o los efectos no son tan devastadores como se temían.
Nos debemos tomar en serio la prevención. Y la prevención es eso, prevención, lo que quiere decir que en algunas ocasiones se alertará por fenómenos que terminen no siendo tan intensos. Y no pasará nada, porque será mejor prevenir. En otros países como Estados Unidos se evacúa a cientos o miles de personas cuando hay avisos de fenómenos meteorológicos adversos. Aquí eso sería impensable y se tildaría de alarmista al gobernante de turno que adoptara medidas así. También hay que empezar a normalizar, y parece mentira que no hayamos aprendido nada de la pandemia, que se pueda parar toda actividad no esencial por fuerza mayor. No puedo dejar de pensar estos días en todas aquellas personas trabajadoras que murieron al volver de sus puestos de trabajo. Cómo es posible que en una situación así todo siguiera con normalidad, la prioridad fuera que la rueda siguiera girando, seguir produciendo, no vaya a ser que prevenir e intentar salvar vidas se interponga en el camino de la lógica productiva que antepone los beneficios económicos a cualquier otra cosa.
También nos recuerda esta terrible tragedia el impacto demoledor del cambio climático. Porque, digan lo que digan los negacionistas, que son un peligro público, aunque siempre hubo danas, es obvio que el calentamiento del mar genera más energía para que estos fenómenos sean aún más devastadores. Está fuera de toda duda que mirar hacia otro lado ante el cambio climático, ante esta emergencia mundial, nos conduce a un escenario en el que inundaciones como ésta, episodios de sequía extrema y demás fenómenos explosivos serán más habituales. Es una evidencia científica. Y, hablando de ciencia, no faltan energúmenos que se dedican a lanzar bulos estos días o gente fanática que por alguna razón ve a la Aemet como su mayor enemiga, cuando es, de largo, la institución que antes y mejor predijo lo que se nos venía encima. Necesitamos más respeto y apoyo a la ciencia. Siempre. Y menos charlatanes y negacionistas. Nos va la vida en ello.
Por último, dos cuestiones. Una, el politiqueo es asqueroso, especialmente en contextos así. Parece mentira que haya tantos políticos de distintos colores incapaces de aparcar sus miserias y su bajeza moral en situaciones así. Diría que los votantes lo castigarán, pero recuerdo ciertas actitudes de determinados políticos en la pandemia y no lo tengo tan claro. Y dos, que no haya que politizar esto, lo cual creo que es una evidencia y una cuestión de elemental respeto a las víctimas, no puede significar que no se deba investigar de forma seria qué ha fallado y qué cambios se deben aplicar en los sistemas de prevención, alarma y atención ante tragedias así. Porque parece obvio que algo ha fallado y ha costado vidas.
Queda eso y queda, por supuesto, hoy y siempre, la humanidad, la empatía, el apoyo a las víctimas, acompañarlas en su dolor. En mitad de la devastación y el dolor, como el personaje de La Peste de Camus, hay que ser ése que se queda, el que apoya a los que sufren, el que antepone la humanidad a todo lo demás. Y hay mucha buena gente que está dándolo todo en apoyo de las víctimas. Esa gente y su ejemplo es lo único bueno de esta tragedia, lo que nos recuerda lo que nos hace humanos. Una pequeña luz en mitad de la más absoluta y dolorosa devastación,
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