Nada es exactamente como parece a simple vista en La última casa, la novela de de Arantxa Urretabizkaia, editada por Consonni y traducida del euskera por Bego Montorio Uribarren. Es una obra narrada en tercera persona, desde una narradora omnisciente, en la que lo realista va de la mano del misterio y en la que la narradora va dosificando poco a poco la información sobre la vida de la protagonista en un in crescendo de intensidad.
El punto de partida es la compra de una casa con jardín en Hendaya por parte de una mujer mayor, que la ha elegido como su último hogar. Todo parece perfectamente normal, sin más intriga ni secreto. Un relato realista, una visión vitalista de la vejez. La mujer visita la que será su futura casa, imagina qué plantas y flores tendrá su jardín, se ve viviendo allí, hace los trámites necesarios para la compra. Pero hay elementos perturbadores: un vecino que fue policía y que espía a la protagonista, retazos de un pasado que se intuye lleno de secretos y medias verdades, un sospechoso bulto en el jardín de esa futura casa…
Si el tono y el lugar desde el que se cuenta la historia son lo más importante de una novela, aquí ambos aspectos lucen especialmente. La novela tiene la fuerza de los relatos cortos, no pierde intensidad en ningún momento, al revés, va creciendo la corriente literaria y narrativa. Es una auténtica delicia. La protagonista es una mujer llena de aristas y secretos, que idea su nueva vida, porque es anciana, pero sigue con ilusiones y planes de futuro. Intenta escapar de los recuerdos del pasado, pero le asaltan una y otra vez.
El estilo, directo y claro, alcanza cotas de especial brillantes en los pasajes en los que se presentan los recuerdos de la protagonista como si de películas se tratara, cuando personajes de su pasado vuelven a su vida. La protagonista comienza las obras en la que será su última casa recién comprada justo cincuenta años después de su huida a París, ciudad muy presente en la novela, igual que Burdeos. También se menciona Buenos Aires, donde la mujer vivió un tiempo en el pasado.
La identidad y la memoria ocupan un papel central en el libro, que es de esas novelas que picotean un poco aquí y allí, con trazas de muy diversos géneros, y que no dejan de sorprender al lector hasta el final, un final magnífico y poderoso, propio de los relatos en los que no hay ni un gramo de grasa, ni una pizca de relleno o de palabrería. Todo directo al grano, con un altísimo nivel de inicio a fin. Literatura en estado puro.
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