Todos recordamos dónde estábamos el 11 de septiembre de 2001 y, claro, resulta que muchas personas estaban en un avión con destino a Estados Unidos. El país cerró el espacio aéreo, lo que obligó a desviar cientos de vuelos. Ese día, 38 aviones comerciales con 7.000 personas a bordo aterrizaron en Gander, Terranova. Esa pequeña localidad duplicó de golpe su población al recibir a todos esos pasajeros, con cuya acogida se volcaron sus habitantes.
Esta fascinante historia fue llevada al teatro en 2015 con Come from away, un musical que desde entonces ha ganado un Tony y cuatro premios Olivier, entre otros reconocimientos. La función llegó a Buenos Aires en 2022 y es ahora esa versión porteña de la obra la que llega al Teatro Marquina de Madrid, con libro, música y letras de Irene Sankoff y David Hein y dirección de Carla Calabrese.
Es un musical extraordinario, que se promociona como “el espectáculo más reconfortante y conmovedor de Broadway”. Reconfortante y conmovedor, dos adjetivos que pondrán los pelos de punta a esas personas que tildan despectivamente de “buenista” cualquier atisbo de humanidad y generosidad. Lo cierto es que está muy bien descrito el musical, sí. Conmueve con su historia emotiva y su forma magistral de transitar de la comedia al drama, y, por supuesto, reconforta en un mundo en el que el odio parece desatado. Esta historia tan humana, tan inspiradora, tan bella, siempre viene bien, pero quizá más que nunca en estos tiempos nuestros de miedo al diferente, discursos de odio e indiferencia generalizada.
Impacta el trabajo actoral y vocal del elenco, en el que todos los intérpretes se desdoblan en más de un personaje, ya que dan vida a los habitantes de ese pueblito canadiense y, a la vez, a los pasajeros cuyos aviones fueron desviados hacia allí. La frescura, versatilidad y agilidad del elenco en esta obra muy exigente en todos los sentidos es, sin duda, de lo mejor del musical. También lo son sus músicos, que están en el escenario. Siete músicos que interpretan instrumentos clásicos como la batería, el violín o la guitarra, pero también otros como la flauta irlandesa, la gaita irlandesa, la mandolina o el bodhrán. Hay dos escenas especialmente memorables en las que los músicos se entremezclan con los intérpretes.
La escenografía, sencilla y efectiva, la coreografía, las canciones, poderosas y muy bien interpretadas, y las escenografías, perfectamente planeadas y que permiten cambiar en cuestión de segundos el escenario modificando el orden de unas sillas, también cumplen con nota en este musical. Come from away, que no tiene descanso, es un in crescendo emocional y un reto titánico para los intérpretes, que salen y entran del escenario, transformados en otros personajes, constantemente. Se transita con facilidad y maestría de momentos muy emotivos a otros hilarantes. Es una obra que pasa como un suspiro. Una gozada.
Y luego, claro, está la historia, tan impactante, tan bella, tan inspiradora. Ocurrió de verdad lo que vemos. Los personajes y sucesos que se interpretan en la pantalla son reales. Esos días en los que el mundo parecía hundirse, en un pequeño pueblo canadiense, un grupo de 7.000 pasajeros de todo el mundo fueron acogidos de forma generosa, humana y hospitalaria. En mitad del caos y del horror, hubo un admirable ejemplo de lo mejor del ser humano. Es una historia muy poderosa, sí, que supone un alegato en favor de un mundo sin fronteras. Hay menciones a las distintas religiones, a las diversas orientaciones sexuales, a las miradas de desconfianza que injustamente sufrieron muchos musulmanes tras el 11-S y también una bella escena sobre las mujeres pioneras en la aviación. O sea, todo lo que los retrógrados detestarían, todo lo que emociona y reconforta al resto de personas, que son inmensa mayoría, pero hacen menos ruido que los que vomitan su odio a la mínima ocasión.
Este magnífico musical nos devuelve también a la pregunta sobre si salimos mejores de las grandes tragedias y los traumas que tantas veces nos planteamos con la pandemia de Covid-19, y cuya respuesta, tristemente, a menudo no nos gusta. Esta obra emotiva, humanista y hermosa, nos reconforta, sí, porque resulta que, a veces, sí salimos mejores, sí sale lo mejor de las personas en situaciones dramáticas, el ser humano se muestra de pronto capaz de acoger, acompañar y abrazar a perfectos desconocidos. La cultura no puede salvar al mundo, claro que no, pero de cuando en cuando sí nos puede recordar de que esa misma humanidad llena de odio, injusticias y desigualdades también puede ser admirable y ejemplar. Y en nuestras manos está ser idealistas, buenistas y todos esos términos que, por alguna razón, hay gente que utiliza a modo de insulto. Es esa gente a la que empalagaría una función como Come from away. Para todas las demás personas, que seguro que son mayoría, es una obra más que recomendable.
Hay una escena que apela especialmente al espectador. Ya al final de la obra, los pasajeros agradecen con efusividad la hospitalidad de las personas de esa pequeña localidad canadiense. “Tú habrías hecho lo mismo”, responden siempre los vecinos de Gander. ¿De verdad habríamos hecho lo mismo en una situación así? ¿Habríamos acogido en nuestra casa a personas desconocidas de otras partes del mundo que necesitaban ayuda? Queremos pensar que sí, pero basta ver las noticias para dudarlo. Come from away plasma con brillantez y emoción un caso real que demuestra que sí, que a veces la humanidad se antepone a todo, que el odio y la indiferencia no tienen por qué ser la norma.
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