Hay libros que son una joya por el contenido y el continente, en fondo y forma. Libros que son pura fantasía y que uno sabe que guardará siempre cerca, porque volverá a ellos de forma recurrente. El gran libro de las bicicletas. Los mejores relatos, ensayos y diarios de la literatura ciclista universal, editado por Blackie Books, es uno de esos libros raros y exquisitos. Cuenta con la edición de Lucía Barahona Lorenzo, a la que nunca agradeceremos lo bastante este proyecto, y está ilustrado por Conxita Herrero, cuyo trabajo eleva aún más esta joya.
El libro reúne sesenta y un relatos sobre bicicletas, “el mejor invento del mundo”, divididos en siete partes: Bicis campestres, Un día en las carreras, Una bicicleta propia, Bicis fantásticas, Bicis urbanas, Cicloviajes y Recuerdos de bicicleta. Hay relatos creados específicamente para este libro, fragmentos de novelas y obras teatrales, textos de autores clásicos y otros de escritores contemporáneos jóvenes, letras de canciones… Todo tiene cabida en esta monumental obra de más de 450 páginas que proporciona muy buenos ratos de lectura. Tiene el encanto de las obras que reúne relatos breves y la capacidad de sorprender de los libros singulares que no se ponen límites y abordan un tema, en este caso, la bicicleta, desde todos los prismas que uno pueda imaginar e incluso desde muchos que escapan a su imaginación.
“Aprender a ir en bici es uno de los grandes hitos de nuestra existencia porque comprende dos conceptos extraordinarios: el equilibrio y la libertad”, leemos al comienzo de la obra. Y es verdad. También coincido en que las personas y los lugares a menudo nos gustan muchísimo más cuando van acompañados de una bicicleta. No está nada mal tampoco la frase de Stewart Parker que se lee en uno de los relato del libro y que dice que “es imposible desesperarse por la raza humana cuando se ve a alguien montado en bicicleta”.
Cada relato incluido en la obra viene seguido por un breve texto explicativo sobre el autor y su contexto. Naturalmente, es imposible mencionar aquí todos los relatos que más me han gustado, comentaré sólo algunos de ellos, entre muchas joyas como una maravillosa rareza de Lorca (Buster Keaton, actor de cine mudo). En e El viaje en bicicleta de Hoopdriver, de H. G. Wells, se describe perfectamente la sensación de la primera mañana de vacaciones. El relato incluye frases maravillosas como esta: “montar en bicicleta se parece mucho a una relación amorosa: es, sobre todo, cuestión de fe”. En el comienzo de la novela Los escándalos de Crome, de Aldous Huxley, un joven que va a la montaña con su bicicleta y, de pronto, se siente de mejor humor. “Le pareció que el mundo estaba bien”.
Me gustó especialmente el relato Un paseo al cementerio, de Uxía Taboada (digan lo que digan, yo también pienso que El Principito es un libro muy bueno). Hay varios relatos sobre aventuras y hazañas del pasado a lomos de una bicicleta como el viaje en bici de París a Madrid en 1893 de Édouard de Perrodil o el relato de Ander Izagirre sobre Alfonsina Strada. El ciclismo de competición está menos cubierto que otras facetas, pero también hay mención a él. Por ejemplo, a través de la historia de Dino Buzzati, un escritor que cubrió el Giro de Italia de 1949 sin haber visto antes una carrera ciclista en su vida. Se preguntó si valía la pena dar la vuelta al país en bicicleta. Su respuesta fue contundente: “por supuesto que sí: es una de las últimas provincias de la fantasía, un baluarte del romanticismo, que, situado por las sórdidas fuerzas del progreso, se niega a darse por vencido”. La aventura de los ciclistas en las grandes vueltas ciclistas siempre ha atraído a escritores como Colette, que escribió sobre el Tour de 1912.
La bicicleta es sinónimo de libertad y por eso encaja tan bien con el feminismo, como demuestran los relatos del apartado Una bicicleta propia. Es muy interesante una entrevista a Susan B. Anthony, feminista sufragista y escritora estadounidense, que afirmó, tal vez de forma un poco hiperbólica, que “la bicicleta ha hecho más por emancipar a las mujeres que cualquier otra cosa en el mundo”, y que también sostenía que una imagen pedaleando era “la viva imagen de una mujer libre y sin límites”. Frances E. Williard relata cómo aprendió a pedalear con 53 años y le puso nombre a su bicicleta: Gladys. Es impresionante la historia de Annie Kopchvsky, rebautizada Annie Londonderry por un patrocinio de su viaje al mundo en bicicleta en 1894, que nos cuenta el relato de Lola Buendía.
Son también muy curiosos los relatos del bloque Bicis fantásticas, con bicicletas que se regeneran, un hombre que es mitad persona y mitad bicicleta y viceversa, túneles misteriosos o un texto de Mark Twain con el rey Arturo de Camelot como protagonista y con un papel estelar de las bicicletas, entre otros.
En Chi va piano, Marta D. Riezu afirma que Venecia es el único lugar del mundo donde la bicicleta compite con un transporte tan expresivo como ella, porque en la ciudad de los canales manda la góndola. En La historia de cómo recuperé mi bici, Raúl de Orte cuenta una historia muy real de robos de bicicletas e indagaciones detectivescas.
La bici es muchas veces la mejor compañera de aventuras, una promesa de viajes futuros. En Más complicado de lo que parece, Dervla Murphy cuenta que en su décimo cumpleaños le regalaron una bicicleta y un atlas y entonces decidió que algún día viajaría en bici hasta la India. En Vacaciones ideales, Paul Fournel nos permite sentirnos un parisino que coge su bicicleta y viaja al sur de Francia con ella, y que busca un bar con televisión para ver el final de la etapa del Tour. Y en Sin prisa, del Taller El bon pedal, se relata un viaje iniciático real que cambia la vida porque permite cambiar la mirada.
Termino con cuatro relatos. Joan Carbonnnel Solsona explica en Equilibrio una muy interesante teoría de Iván Illich, quien defendía que cualquier solución tecnológica (como Internet o el coche) atravesaban dos umbrales: en primer lugar, el invento proporciona una gran mejoría en la vida de los seres humanos y las sociedades, pero, en un segundo umbral, una vez se ha asimilado esa mejora, se invierten muchos recursos económicos en adaptar el mundo a esa tecnología (las grandes autopistas para los coches, por ejemplo), por lo que se transforma el mundo y lo que tenía que ser un medio para resolver un problema pasa a ser el fin de nuestros tiempos esfuerzos humanos. Eso no ocurre con la bicicleta, que tiene todas las ventajas descritas y ninguna de las desventajas.
En El hombre del velocípedo, Uwe Timm expone las críticas a las que se enfrentó la bicicleta en sus orígenes, ya que se le achacaban riesgos de todo tipo, desde accidentes a “riesgos morales” relativos a las mujeres o a la amenaza de bancarrota para el gremio de los zapateros o el de los cocheros de alquiler. También son muy interesante el relato de Adrián Streuvels sobre las distintas palabras que denomina a la bicicleta en los diferentes idiomas, y Bicis y pelis, de Toni Junyent Rosa, que nos regala una lista de películas en las que aparecen bicis en momentos importantes del filme. Son algunos de los muchos textos que he disfrutado en este colosal e imprescindible El gran libro de las bicicletas, lo más parecido a pedalear leyendo que he experimentado nunca. Un regalo maravilloso.
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