Crónica de un viaje septembrino

 

El encanto del agosto madrileño sigue siendo un secreto razonablemente bien guardado. La ciudad es algo más amable ese mes, porque todo está un poco menos lleno y el ritmo es menos loco y acelerado que de costumbre. Los cines de verano, las cenas sin necesidad de reservar con antelación, los planes improvisados, las verbenas que recuerdan ese Madrid pueblerino de otro tiempo, el pulso vital más relajado, sin esa prisa que nos arrastra el resto del año, las piscinas… Del mismo modo que pasar agosto en Madrid es mejor de lo que la mayoría de la gente cree (calor al margen), también es muy gozoso irse de vacaciones en septiembre, cuando todo el mundo vuelve

Es magnífico ir a contracorriente y empezar el año, porque todos sabemos que el año de verdad empieza en septiembre, aparcando unos días la rutina. Hacer las maletas cuando en la radio se habla de la operación retorno, pensar en salir cuando llega la rentrée, planear visitas a lugares menos concurridos que en los meses de pleno verano y darse incluso el lujo de echar algo de manga larga en la maleta, porque ya va refrescando. Septiembre, sinónimo de tantas cosas, de tantos inicios, es para algunos también sinónimo de viaje, descanso y celebración de la vida. 



Mis vacaciones septembrinas empiezan con una de las últimas oportunidades para disfrutar del cine de verano del Institut Français de Madrid, un lugar donde tan feliz he sido y soy siempre que vuelvo, donde pasé varios años estudiando francés. Me alegra especialmente empezar mis vacaciones allí, dado que buena parte de estos días los pasaremos precisamente en Francia. Toca Dalva, un impactante y notable ejemplo de cine social, después de una rica cena en el patio del café del Institut. 



Si de disfrutar se trata, Barcelona siempre es una buena idea. La ciudad que siempre me pone feliz, tan llena de buenos recuerdos en cada esquina, donde siempre estoy en casa. Esta vez, parada de paso antes de emprender viaje en tren a la Provenza francesa. Barcelona, bella como siempre, acoge estos días la Copa América de Vela, un gran acontecimiento deportivo que provoca debates y contra el que no faltan pintadas en las calles del barrio de la Barceloneta. En el puerto hay varias zonas con pantallas donde se pueden seguir las regatas, además de puestos de comida y stands de los distintos patrocinadores del evento. La Copa América ejemplifica bien la complejidad del debate sobre el modelo de ciudad y la relación de Barcelona con el turismo. Su actual ayuntamiento quiere reforzar el papel de Barcelona, olímpica en el 92, como ciudad vinculada al deporte. De ahí su apuesta por la Copa América o por la salida del Tour de Francia el próximo año. El debate sobre el turismo, sus ventajas, sus excesos y el impacto en la vida diaria de los vecinos sigue más abierto que nunca en una ciudad en la que el precio del alquiler no hace más que dispararse y muchos vecinos se preguntan legítimamente en qué les beneficia a ellos los récords de turismo. 



La ciudad, en todo caso, mantiene intacto su encanto y sigue también ofreciendo rincones de sosiego como el jardín del Museo Marítimo, algo así como un oasis en medio del mundanal ruido. Barcelona y su belleza esplendorosa, totalizante, se imponen a todo. Durante nuestra visita, la ciudad se prepara para la Diada y el ambiente festivo se respira por las calles. Por la noche, de pronto, escuchamos rumba en Plaza de Cataluña y nos encontramos con puestos y un concierto en directo. Fue una magnífica noche de verano que demuestra que hay muchas Barcelonas en una, una noche con un aire de verbena en pleno centro de la ciudad en una de esas sorpresas agradables de esta época del año. También son propias del periodo estival las tormentas de verano como la que cae el día siguiente. Es preciosa la forma en la que sale el sol y el cielo se abre de pronto. Otra de esas estampas tan propias de septiembre, tan perfectas, más aún en Barcelona. 

Siempre es un placer volver a Barcelona y siempre está bien también probar nuevos restaurantes o volver a otros ya clásicos para nosotros. A la primera categoría pertenece Sartoria Panatieri, elegida entre las mejores pizzerías del mundo. Una delicia. Entre los segundos sitios, a los que volvemos con frecuencia, La Mar Salada, con sus arroces exquisitos en la Barceloneta. Allí, mientras diluvia en la calle, tomamos la última comida de este finde barcelonés víspera de nuestro viaje a Francia. 



En la capital catalana tomamos el tren que nos llevará a Aviñón. El tren, con su ritmo sosegado, su romanticismo y su invitación irresistible a disfrutar del paisaje, es un medio de transporte especial, distinto a todos los demás. Menos contaminante, además. Así que poder hacer este viaje sin tomar un avión es uno de sus alicientes. El tren ayuda a rebelarse contra el ritmo acelerado de nuestro día a día, abrazar un ritmo más pausado. Viajando en tren tardamos más en llegar a los sitios, sí, pero lo hacemos más tranquilos y tras haber disfrutado mucho más del viaje en sí. Esta tarde rumbo a la Provenza francesa es un regalo para la vista. 


El cielo nos ofrece, por ejemplo, un esplendoroso arcoíris en Perpiñán y un paisaje bellísimo mientras nos adentramos en el país vecino. Destacan la Laguna de Leucate y luego la de Berre, entre la desembocadura del Río Ródano y la ciudad de Marsella. Esta última es una imponente laguna de agua salada conectada con el Mediterráneo. Otras imágenes imborrables de este viaje en tren camino de Aviñón son las de la catedral de Béziers coronando la ciudad y otro precioso arcoíris en Sète. 

Llegamos a Aviñón de noche, sin tiempo para ver nada, pero sí para percatarnos de que será una ciudad tranquila, con callecitas encantadoras, plazas en cada rincón y un ritmo sereno y calmado. Al día siguiente visitamos la gran joya de la ciudad, el imponente Palacio de los Papas. El edificio, de estilo gótico, empezó a ser residencia de los papas en 1309, con Clemente V. Es un palacio que cuenta una parte relevante de la historia europea, como el cisma de Occidente. 

Desde 1947, el Palacio de los Papas acoge también el Festival de teatro de Aviñón, el más antiguo y prestigioso de Francia, referencia en toda Europa. Se trata de un festival abierto desde sus inicios al teatro contemporáneo. Sigue ese espíritu de fusionar lo clásico con lo más moderno, llevando la cultura contemporánea a solemnes escenarios cargados de historia, una impresionante exposición de Miss.Tic que ocupa distintos espacios del Palacio. Es una artista callejera que falleció hace dos años y cuyas obras versan sobre el feminismo, las diferencias de clase, la rebeldía, la poesía y la política. Indiferente, desde luego, no deja la muestra, por el poder de sus obras y por el contraste con el escenario en el que se exponen, muchas de ellas, procedentes de las calles, además. No será la última vez que veremos mezclas así de inesperadas a lo largo del viaje, siempre con la cultura en un lugar preponderante. Allá donde vamos no dejamos de encontrarnos con galerías de arte e iniciativas y referencias culturales de todo tipo. 



Por supuesto, en Aviñón hay que visitar su famoso puente sobre el río Ródano, el de la popular canción. La serenidad y belleza de la ciudad cautivan. Una ciudad para recorrer en bicicleta, con casitas bajas, y en la que, todo hay que decirlo, encontramos, igual que sucederá a lo largo de todo el viaje, mucha más amabilidad que en París. De Aviñón recordaré también la visita a la librería La Comédie Humaine, llena de obras de la rentrée literaria, un acontecimiento en Francia


Los museos municipales de Aviñón son gratuitos. Me encantó el Museo Calvet, que fue creado por orden de Napoleón en 1811, atendiendo a la voluntad del médico de Aviñón Esprit Calvet. El museo, por cierto, está en la calle Joseph Vernet, dedicada a este pintor francés del siglo XVIII del que precisamente se exponen algunas obras en este espacio. Es un museo chiquito en un edifico precioso y que permite contemplar prácticamente en soledad esculturas, pinturas y hasta objetos procedentes del antiguo Egipto. Maravilloso. 



En Aviñón, que nos sirvió de centro de operaciones desde donde nos desplazamos a otras ciudades de la zona a lo largo de varios días, nos acostumbramos rápidamente a la costumbre de acudir a diario a una patisserie en busca de dulces para el desayuno del día siguiente. Nos parecieron especialmente excelentes los de La fabrique des saveurs y Choux et compagnie, aunque es imposible equivocarse cuando se trata de pastelerías en Francia. Hablando de comida, disfrutamos mucho en dos restaurantes excelentes: BibendumLa Cour d’Honneur. En general, hemos comido mucho y muy bien estos días. Es frecuente que los restaurantes ofrezcan el pescado del día y no faltan los quesos, el foie y los postres ricos. 


Una de las ventajas de Aviñón es que está muy bien conectada por tren con muchas ciudades de sus alrededores, así que cruzamos la muralla de más de cuatro kilómetros que rodea la ciudad varias veces. Esa muralla, por cierto, protegía a Aviñón de potenciales ataques y ahora la protege de las crecidas del Ródano. Otro río, el Durance, es especialmente importante para Aviñón y otras ciudades de la Provenza, ya que les aporta el agua y también el 80% de la electricidad que consumen, gracias a la energía hidráulica. En una excursión por los pueblos de la Provenza pasamos por la Via Domitia, calzada romana que iba desde Roma hasta lo que hoy es España, y vemos a lo lejos el castillo del marqués de Sade en Lacoste, propiedad ahora de la familia de Pierre Cardin. En esa excursión visitamos distintos pueblos. De todos ellos se dice exactamente lo mismo, que son uno de los más bonitos de Francia, y en ningún caso parece una exageración. 


Empezamos la visita en Roussilon, teñidas sus casas por completo del color ocre al que hace mención su propio nombre. Desde allí contemplamos, imponente, el Mont Ventoux. Impresiona la vista de Gordes, en mitad de una roca, totalmente integrado con el paisaje. Es bellísimo también Fontaine de Vaucluse, donde nace el río Sorgue, que ofrece estampas idílicas que inspiraron a Pretarca. De esos lugares donde uno tiene que frotarse los ojos para asegurarse de que es cierto lo que está viendo, de que realmente existe tanta belleza ante sus ojos. 


Cada pueblito que visitamos tiene su monumento a los soldados franceses caídos en las dos guerras mundiales. Más grande o más pequeño, todos guardan el recuerdo de ambas contiendas, espacios de memoria más necesarios que nunca en tiempos de revisionistas de la Historia. El de la foto de arriba lo vimos en Roussillon. 




También visitamos Saint Rémy de Provence, que fue el pueblo donde Vincent Van Gogh estuvo un año internado en un hospital psiquiátrico. Hay referencias al pintor en distintas zonas del pueblo, a pesar de que se le prohibió entrar al centro. Hoy ese edificio donde estuvo internado el artista sigue siendo un hospital psiquiátrico, pero también acoge un museo dedicado al pintor. Justo enfrente, además, hay valiosos restos romanos como un arco del triunfo del siglo I, pero el pintor sólo mostró interés por el paisaje y las personas. Van Gogh se enamoró de la luz del sur de Francia. En Saint Rémy de Provence, que es también la ciudad natal de Nostradamus, se pueden ver hoy representaciones de distintos cuadros de Van Gogh en los mismos escenarios naturales que inspiraron sus pinturas. 



Otro pueblito bello y con mucha historia, muy enfocado al turismo, prácticamente ya sin habitantes fijos, es Le baux de Provence, que tiene una bandera con una estrella como emblema por una leyenda asociada al rey mago Baltasar, y que perteneció al señorío de Mónaco. El pueblo, que conserva restos romanos, ofrece un imponente paisaje desde las alturas, donde estaba situado su castillo. Por cierto, allí compramos un par de patés excelentes, en especial, uno de trufa. Exquisito. 


La excursión por la Provenza concluyó con el plato fuerte, el Pont du Gard, el imponente acueducto romano sobre el río Gardon que construyeron soldados y no esclavos, algo infrecuente en la época, pero que se debe a que se levantó en medio de la Pax Romana y los soldados estaban entonces sin actividad. Tardaron cinco años en levantar este acueducto, el más alto de la época romana, sin argamasa, que tenía como finalidad llevar agua a Nimes. 

Al día siguiente visitamos Arles, donde vivió una temporada Van Gogh y donde tuvo la pelea en la que perdió su oreja. Allí pintó más de 300 cuadros en apenas 15 meses. La ciudad, que está en medio de su festival de fotografía, que lo invade todo, tiene varios lugares que recuerdan al artista, como el Espacio Van Gogh, donde se recuperó de sus heridas tras la pelea. En el ayuntamiento de Arles, además de una exposición de fotografía de prensa, encontramos el pebetero olímpico que pasó por la ciudad. 


La ciudad tiene como sus dos principales alicientes el teatro y el anfiteatro romanos, este último, muy bien conservado y donde se celebran corridas de toros. Tras la caída del imperio romano, fue convertido en fortaleza con casas en la Edad Media. Ahora acoge una muy interesante exposición  sobre la presencia femenina en los Juegos Olímpicos a lo largo de su historia. Además del paseo frente al río, que también retrató Van Gogh, y de sus callecitas y plazas, anoto dos de los descubrimientos en la ciudad: los calissons, un exquisito dulce con almendra, y una tiendita de de antigüedades en la que uno se pasaría las horas y donde compro un muy curioso libro de fotografía sobre España editado el siglo pasado, que permite descubrir cómo se veía nuestro país desde Francia. 


Llegamos a Nimes el día que comienza la Feria de la Vendimia. Así llamada, “feria”, en español. Igual que se antojan muy españoles sus festejos taurinos, a los que hay referencias en toda la ciudad, los puestos de las ferias con paellas y churros o la música de charanga que suena por las calles. Es como estar en unas fiestas populares de cualquier ciudad o pueblo español. 


Más allá de esta efusividad lúdico-festiva, la ciudad tiene mucho, mucho, mucho que ver. El anfiteatro romano, Las Arenas de Nimes, donde se celebran corridas de toros, es de los mejor conservados del mundo. Imponen sus dimensiones, como impone la bellísima Maison Carrée, un templo romano dedicado a los emperadores, situado en medio de la ciudad. Otro vestigio romano que vale la pena visitar en Nimes es la Torre Magna, que ofrece unas vistas maravillas de la ciudad y que además tiene a sus pies los precios jardines de La Fontaine


Ya en dirección de vuelta hacia España, abandonamos Aviñón camino de Narbona, la ciudad romana más antigua de Francia, que fue capital de la provincia romana Galia Narbonesis. Allí hacemos noche antes de seguir el camino a casa. Eso nos permite ver una ciudad tranquila y armoniosa, con bellísimos paseos frente al canal de la Robine y con un majestuoso palacio de los Arzobispos al lado de su catedral


Como ya ocurrió en el Palacio de los Papas de Aviñón, aquí también sorprende una exposición peculiar que contrasta con la solemnidad y la antigüedad del edifico. En este caso, una chiquita pero divertidísima y muy lograda exposición de playmobil con escenas representativas de la historia de Narbona. En la catedral, entre otras joyas, asombra un tapiz de finales del siglo XIV sobre la creación del mundo. Un día después, en Girona, encontraremos un tapiz de la misma temática aún más antiguo.  



En Narbona visito también la librería Libellis, donde compro un interesante ensayo sobre el impacto de las redes sociales y los teléfonos inteligentes en nuestra sociedad que empiezo a leer allí mismo. Y, como la gastronomía forma parte del interés en todo viaje y es de lo mejor de la vida, destaco un descubrimiento, la tarta bretona kouign-amann que comemos en un restaurante bretón en Narbona, que es de Occitania. El nombre de este postre es tarta de mantequilla en bretón y su sabor es indescriptible. 


De nuevo, en tren, y disfrutando de su ritmo pausado y de sus paisajes, con los Pirineos de fondo, llegamos a Girona. Una ciudad, por supuesto, también de origen romano, no podía ser de otra forma en este viaje que va tocando a su fin. Otra ciudad preciosa que ya conocíamos, pero donde siempre es un placer volver

Entramos en la catedral, tras subir la escalinata que tanta gente en todo el mundo conoce gracias a la serie Juego de tronos, y nos encontramos con un ensayo de un cuarteto de cuerda. Nos quedamos un buen rato escuchando esa música armoniosa. En la catedral impresiona el claustro, desde el que se puede acceder a una exposición de vitrales. Entre ellos, el vitral de San Martín y San Francisco, tapado durante casi  500 años por un retablo y descubierto en 2019. Pienso que en este mundo nuestro en el que todo parece ya sabido y descubierto, es bonito que aún nos llevemos sorpresas, que descubramos nuevas joyas que estaban ahí, adelante de nosotros, pero ocultas. 


El museo de la catedral ofrece piezas de un gran valor artístico, entre las que destaca el tapiz de la creación, del siglo XI. Un vídeo explicativo que incluye los primeros versículos del Génesis sirve para contar lo que allí se representa y las incógnitas que aún despierta este tapiz. Vistamos también la basílica de Sant Feliu, nos maravillamos ante la estampas de las casas frente al río Onyar, caminamos por la muralla de la ciudad y, por supuesto, disfrutamos también de buenas comidas en Nexe y en L’Alqueria. Muy recomendables ambos


El día que volvemos hay partido de fútbol entre el Girona y el Barça. Se respira un ambiente festivo en la calle ese domingo por la mañana, en el que la gente busca en puestos de segunda mano en su tradicional mercadillo. Visitamos, por casualidad, los jardines de la francesa, llamados así porque el ayuntamiento los compró en 1962 a la parisina Marie Auguste Bertroz, viuda de Roger Mathieu y enamorada de la ciudad. Todo rima con Francia en este viaje. 

Septiembre, sinónimo de tantas cosas, lo es también del regreso de nuestros programas preferidos de televisión, como La grande librairie. El espacio de libros de France 5 tuvo entre los invitados de su primer programa de la temporada al escritor Miguel Bonnefoy, quien definió la literatura diciendo que es el perfume de la realidad. Pienso que algo así puede decirse también de los viajes. La vida concentrada tras extraer toda su esencia. La vida despojada del ruido, de las carreras a ninguna parte, del ritmo acelerado y de las prioridades confundidas. El perfume de la realidad, sí. Benditos viajes septembrinos. 

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