Slow


 A estas alturas, de muy pocas películas puede decirse que no se parecen a nada que hayamos visto antes. Ocurre, sin embargo, con la exquisita Slow, de Marija Kavtaradze, protagonizada de forma magnética por Greta Grineviciute y Kestutis Cicenas. Nunca antes había visto una película con un protagonista asexual cuya trama gira en torno a cómo esa orientación condiciona su vida y sus relaciones sentimentales. La película lituana, que puede verse en Filmin y me recomendó una buena amiga y gran cinéfila, es una tierna, sensible y madura aproximación a la asexualidad y una reflexión sobre una relación amorosa en la que ambas partes tienen formas muy diferentes de concebir el sexo. 

Es muy acertado el tono, el lugar desde el que se cuenta la historia. Elena, bailarina y profesora de baile conoce a Dovydas, intérprete del lenguaje de signos, cuando da clases a un grupo de alumnos. Hay una conexión inmediata entre ambos y ese enamoramiento, el comienzo de la relación, está contado con una belleza y una ternura extraordinarias. De esas veces que el cine se parece a la vida, en la que cada plano parece a punto de traspasar la pantalla, de tanta verdad como contiene, de tanta complicidad como transmiten los dos protagonistas. Cada mirada, cada palabra, cada broma compartida. Esa confianza, esa intimidad creada casi de forma instantánea, ese chispazo mágico cuando dos personas afines se conocen y empiezan una relación. 

Todo desborda idealidad en la relación de Elena y Dobydas, hasta que él le cuenta que es asexual. Ella, de primeras, ni siquiera entiende qué es lo que le dice. Si ya de por sí cualquier orientación o identidad sexual no normativa está infrarrepresentada y generalmente malentendida, qué decir de la asexualidad, sobre la que hay un gran desconocimiento. De la mano de los protagonistas, los espectadores también conocen más esta realidad. Él puede enamorarse de alguien, se ha enamorado de ella, y puede desear tener una relación sentimental, compartir la vida, pero no siente ni sentirá deseo sexual. 

El tema se aborda con exquisita sensibilidad, de un modo maduro y realista. Son preciosos los momentos de complicidad entre los dos protagonistas, el sentido del humor compartido, la absoluta conexión entre ambos, pero chocan una y otra vez con esa realidad desconocida para ella: su pareja nunca sentirá deseo por ella, el sexo nunca será como ella lo concibe, como siempre ha sido para ella. La película nos plantea una historia de amor, de sexo, de las ideas preconcebidas sobre las relaciones de pareja, de anhelos y necesidades, de miedos y esperanzas. 

Las profesiones de ambos no parecen casuales, ayudan también a narrar la historia. Porque ella es bailarina y entiende el baile como el espacio de la libertad, de conocimiento de su cuerpo, de desinhibición, con un componente muy sensual. Él, intérprete del lenguaje de signos, lo es porque lo estudió para ayudar a su hermano sordo, lo que da una idea de su sensibilidad, y también simboliza su vocación de debatirlo y hablarlo todo. Hay una escena magnífica en la película en la que ella le pregunta a él si no le incomoda hablar de lo que les pasa. Él dice que no. Quiere hablarlo, verbalizarlo, conjurar las amenazas a la relación dialogando, compartiendo lo que se siente, traduciendo, interpretando, el lenguaje del otro

A veces el cine entretiene y ya. Y bien está. Pero qué bonito es cuando además te acerca a una realidad que desconoces y cuando te hace pensar. Slow lo consigue con creces. Es una película excepcional. 

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