Medusa


El regreso de Victoria Abril a los escenarios españoles 45 años después es todo un acontecimiento. Ella es la gran protagonista de Medusa, la obra con más noches programadas en la 70 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, y que cada día cuelga el cartel de no hay billetes. Ella provoca un runrún en el público cuando aparece en escena por primera vez, despierta aplausos espontáneos y se dirige a los espectadores fundiéndose con su personaje, hablándolos directamente, en especial, en el emotivo alegato final en el que el juego del teatro se eleva a otra dimensión, con referencias a Mérida y a momentos y noches que hacen que, al cabo, la vida valga la pena a pesar de todo. 

Victoria Abril está impecable en su papel de Medusa, esa mujer monstruosa que petrifica con la mirada y tiene cabellos de serpiente. Es sublime su interpretación, siempre con el tono justo, la entonación precisa y adecuada, la fuerza expresiva que requiere el personaje, su exquisito buen decir del texto, sus fluctuaciones de la comedia pura al drama. Ha tardado 45 años en volver a actuar en un teatro en España y podríamos decir que ha valido la pena la espera. Acudir cada verano a disfrutar del teatro en Mérida es siempre un privilegio. Si además se puede asistir a un regreso triunfal de la manera,  semejante lección interpretativa, el privilegio es aún mayor. 

La obra de José María del Castillo plantea una atrevida y original relectura del clásico mito de Medusa. Aquí se muestra la historia contada con ella. Por eso, Victoria Abril se dirige directamente al público, buscando su reacción. Se presentó siempre a Medusa como un ser pérfido que disfruta matando a los hombres con su mirada, pero aquí se nos cuenta la otra cara de su historia, la de una mujer que, siendo joven, inocente, fue violada y terminó siendo castigada por ello. Una mujer condenada a la soledad, a no poder hablar con nadie, a ser vista como un monstruo. 

La interpretación del mito que plantea esta obra ofrece un interesante debate sobre los prejuicios, los bulos, las verdades oficiales, las apariencias y el miedo al diferente. También sobre la violencia y cómo, con frecuencia, esconde temores y vulnerabilidades. Sobre el fanatismo y la construcción de mitos, la necesidad de que haya héroes y villanos, de reducir el complejo mundo a un simple juego de buenos y malos, sin matices. Medusa, que había consagrado su vida al culto a la diosa Atenea, termina teniendo una opinión más bien escéptica con respecto a los dioses, porque tienen el poder que los humanos quieren darles, porque siempre mienten, porque dan lugar a fanatismos y locuras. 

Medusa es, ya digo, el triunfal regreso al teatro español de Victoria Abril, pero es mucho más. Es una obra multidisciplinar, con el atractivo y el riesgo que ello conlleva. Hay danza en varios momentos de la función, que son de los mejores de la noche. Particularmente, la sutileza y el simbolismo de la escena en la que se narra la violación de Medusa por parte del dios Poseidón. Impactante, de una belleza y una dureza conmovedoras. Mención especial para la bailarina Elisabet BioscaY hay también música, con la cantante Ruth Lorenzo. 

Hay igualmente una mezcla constante de estilos. El componente más cómico lo pone la diosa Atenea, representada por Mariola Fuentes, que construye una diosa caprichosa, alocada, egocéntrica y, por momentos, hilarante. Ella provoca las mayores risas del público. El punto más dramático y atormentado lo pone Perseo, el héroe que le cortó la cabeza a Medusa, a quien pone aquí voz y cuerpo Adrián Lastra, que aporta al personaje la fragilidad y las dudas de las que nunca hablan las crónicas cuando se trata de glosar las hazañas de los grandes guerreros

Esa miscelánea de disciplinas y de estilos funciona en el majestuoso escenario emeritense. Y lo hace también el recurso a los efectos especiales y a imágenes grabadas que se emiten en distintos momentos de la función. En especial, en el punto culminante de la obra. El teatro es una labor de equipo y sin duda contribuyen al éxito de Medusa, entre otros, la coreografía de Aleix Mañé, música de Alejandro Cruz Benavides y escenografía de Mónica Boromello. Este último punto lo resalto cada año en la crónica de la obra del Festival a la que asisto, pero me voy a repetir: qué abrumador debe ser plantear una escenografía para semejante lugar, por sus dimensiones y particularidades, por su trascendencia y sus resonancias históricas. Aquí todo está dispuesto al servicio del buen transcurso de la historia. 

También es un debate recurrente cada año el del papel de los clásicos y las versiones que de ellos se hacen. Hay una corriente muy contundente que recela de las versiones modernas porque entiende que se está desvirtuando el valor real de aquellas históricas clásicas. Pienso que es justo lo contrario: el hecho de que haya relecturas y nuevas versiones no hace sino confirmar la enorme vigencia de los clásicos, demuestra que están vivos, que nos siguen interpelando. Lo preocupante sería que no se representaran, que no siguieran dando lugar a nuestras interpretaciones, que no se posaran sobre ellos miradas distintas. 

Para gustos, claro, los colores, pero nada puede perjudicar más a los clásicos que situarlos en un pedestal y convertirlos en algo sacrosanto e intocable. Precisamente si algo reivindica esta versión de Medusa es tirar los mitos de los pedestales, defender más la impureza, los matices, frente a los grandes relatos heroicos. Y esto bien puede aplicarse también a los clásicos, que iluminan siglos después, precisamente, porque siguen generando debate y dando pie a relecturas contemporáneas como las que nos ofrece cada año desde hace ya 70 él siempre sorprendente y único Festival de Teatro Clásico de Mérida. Hasta la próxima. 

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