Los años de Super 8


La concesión del Nobel de Literatura a Annie Ernaux en 2022 fue, claro, un reconocimiento a la autora francesa, pero también, en cierta forma, a un modo de literatura a menudo menospreciada. Es esa literatura que nace de la experiencia propia de quien escribe, pero que lo trasciende. Puede llamarse autoficción, se le puede poner esta o aquella etiqueta. Lo cierto es que no es menos ficción una obra en la que una autora revive momentos de su pasado que otra obra en la que supuestamente todo se ha inventado. Todo es ficción. Los recuerdos lo son. La forma de contarlos, concretamente. No existe esa diferencia entre lo real y lo imaginario, entre la ficción y la autoficción. 

Hay quien descalifica obras como la de Ernaux diciendo que no tiene mérito simplemente contar su propia vida. Además de mucha honestidad y mucho valor, en los libros de la autora francesa es indudable que hay mucho valor literario porque, a partir de sus historias, construye obras que interpelan al lector, lo emociona e invitan a reflexionar. Es buena literatura, sin etiquetas, sin importar cuánto de imaginación o cuánto de eso que llamamos realidad hay detrás. 

Lo mismo cabe decir del documental Los años de Super 8, dirigido por la propia autora y por su hijo David, en el que la escritora pone voz a grabaciones caseras de su familia filmadas entre 1972 y 1981. Es una auténtica delicia. La Autora cuenta ya casi al final del documental que, cuando volvió tiempo después a aquellas grabaciones, cuando sus hijos fueron padres y buscaron ese recuerdo de su infancia, hallaron unos imágenes alegres y nostálgicas. Unas imágenes bellas sin sonido, que, cuenta la autora, necesitaban palabras. Son las palabras que le pone en la voz en off de esta película, lo que le da sentido a todo. Qué bella defensa de su oficio de escritora. No es sólo que sea falso eso de que una imagen valga más que mil palabras, es que las imágenes, por valiosas y bellas que sean, por llenas de vida que estén, como es el caso, en estas grabaciones domésticas, necesitan de palabras para alzar el vuelo, para contar una historia. 

Al igual que en sus libros, aquí la historia es a la vez íntima, porque son años importantes de la vida de la autora y su familia, de su cotidianidad, y también más universal, porque habla de su compromiso político, del desclasamiento, de los cambios sociales y políticos en Francia o de sus viajes por el mundo, incluido el Chile de Salvador Allende en 1972, apenas año y medio antes de su asesinato y el golpe de Estado secundado por Estados Unidos, o la Unión Soviética en los años 80, años antes de la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la URSS.

Las imágenes, tan adorables y tiernas como la de cualquier grabación de cualquier familia en sus momentos de celebración (cumpleaños, navidades, viajes..), se elevan, en efecto, con la voz en off de la autora. Un texto con la calidad y el estilo directo propio de sus obras, de frase corta y querencia por las reflexiones de la mano de anécdotas o sucesos aparentemente menores de su día a día

El documental tiene un interés añadido, el de asistir a los años en los que Annie Ernaux empezó a escribir y a publicar sus libros. Escribe en secreto, a escondidas de su madre y de su marido, su primer libro, Los armarios vacíos, en el que relata cómo la cultura la separó de sus orígenes. Gallimard aceptó ese manuscrito y empezó así la carrera profesional de la autora. Ernaux utiliza en el documental un recurso que le da mucha fuerza a la narración: pasa de la primera a la tercera persona varias veces a lo largo del relato. “La mujer de la imagen parece preguntarse siempre qué hace ahí”, dice, mientras vemos una imagen de ella misma. Cuenta que se sentía fuera de lugar con la familia de su marido, en su papel de buena esposa y madre abnegada. 

Las grabaciones de los viajes de verano y las fiestas familiares muestran también, de un modo muy sutil, el creciente deterioro de su relación de pareja. Por la frecuencia menor de las grabaciones y por el tipo de éstas, que pasan a reflejar más paisajes o más imágenes generales que escenas de risas y complicidades familiares. Un viaje a España en 1980, en el que quedaron fascinados por los sanfermines en Pamplona, es clave en su historia personal, muy regulador porque ahí se empezó a quebrar su relación de pareja. Pasaron por Valladolid, Toledo, Soria y Salamanca, entre otras ciudades. En esta última escribe en su diario una frase escueta pero demoledora:. “sobro en su vida”. 

En 1982 se separaron. Él se quedó con la cámara. Ella, con todas las películas familiares de esos años. Y también en ese detalle encuentra la autora algo metafórico: él grabará con la Super 8 su nueva vida, ella se queda con los recuerdos grabados de la infancia de sus hijos, de su vida en común. Unas grabaciones que, años después, han sido la materia prima de este maravilloso documental en el que Annie Ernaux lleva al cine su comprometida forma de entender la literatura. En este caso, literatura con imágenes de fondo. El documental, precioso, puede verse, claro, en Filmin. 

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