La trampa


 Siempre que veo una película de M. Nigth Shyamalan me imagino al director diciéndose a sí mismo esa frase tan clásica en los concursos de la tele: “hemos venido a jugar”. Durante la escritura del guión supongo que su frase preferida será “¿por qué no?”. Busca siempre el director de El Sexto Sentido sorprender, ofrecer un entretenimiento tenso y trepidante de inicio a fin, regalar giros de guión inesperados y mantener al espectador sin parpadear hasta el desenlace. Y lo suele conseguir. 

Ahora llega La trampa y es puro Shyamalan. Las interpretaciones no son siempre las mejores, hay momentos en los que la película camina peligrosamente en la frontera entre la genialidad y el delirio y toma algunas decisiones de guión difíciles de entender. Pero todo vale la pena porque quizá pocos directores entienden como él el cine como un puro entretenimiento. La prioridad absoluta de las películas de Shyamalan es atrapar la atención del público y en eso siempre acierta

Con mayor o menor brillantez, con escenas más o menos creíbles, pero nunca provoca indiferencia. Lo único irrenunciable para el director es entretener, no aburrir nunca, mantener vivas la intriga y la tensión. Una película de Shyamalan podrá resultar mejor o peor, más atinada o menos, peor jamás resultará aburrida.

Ahora el director nos presenta a un padre que acompaña a su hija al concierto de una cantante que ella adora, de la que conoce todas las letras y por las que siente una enorme devoción. Él (Josh Hartnett) se presenta como un padre modélico, que hasta finge emocionarse por estar en ese concierto y que hace todo lo que está en su mano para contentar a su hija (Ariel Joy Donoghue), que además ha sufrido acoso en la escuela. En esos primeros minutos de toda película de intriga en la que todo parece normal, vemos pronto que algo raro sucede. El padre se percata enseguida de una inusual gran presencia de policía. 

Y poco más convendría destripar en una crítica de la película, la verdad. Cuanto menos se sepa de lo que va la película, mucho mejor. Hay un concierto de una estrella juvenil, un padre que acompaña a su hija y algo extraño que es mejor no desvelar y que termina desencadenando la trama. Con eso basta y sobra para entregarse al disfrute. 

La película retrata bien el fenómeno fan, también la relación paternofilial. Quien da vida a la cantante, por cierto, es Saleka, hija del director, quien ya colaboró con él poniendo música a algunos de sus últimos trabajos y que ahora da el salto a la interpretación. Destaca especialmente en las escenas del concierto, con una muy buena voz y mucha verdad en la recreación de escenas del espectáculo. 

En general, la película está especialmente lograda en las escenas que transcurren en el estadio donde sucede el recital. Va un poco de más a menos y, a medida que se acerca el final, se suceden las decisiones arriesgadas y los momentos en los que uno se imagina a Shyamalan diciéndose eso de “hemos venido a jugar”. Es una película imperfecta, pero siempre entretenida. Hemos venido a disfrutar y La trampa termina dando exactamente lo que se espera de ella. 

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