La utilidad de lo inútil


Mientras leía con placer La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, editado por Acantilado con traducción de Jordi Bayod, pensaba que es curioso cómo a menudo se ven los clásicos como algo viejuno, con una capa de polvo, cuando lo cierto es que las ideas defendidas en este manifiesto y apoyadas en escritos clásicos son tremendamente revolucionarias. Los saberes clásicos, la literatura, el arte, incomodan a la visión utilitarista de la vida, tan extendida hoy en día. Todo lo que no aporta beneficios económicos inmediatos es despreciado. Pero lo cierto es que hay mucha utilidad en lo tildado de inútil, del mismo modo que hay mucha modernidad en lo clásico. No, los clásicos no son textos pasados de moda, sino que son increíblemente actuales. Y son además muy críticos con las ideas predominantes en nuestro tiempo. En no pocos casos podríamos decir incluso que son anticapitalistas antes de que existiera el capitalismo.

Ordine fue elogiado y multipremiado por su admirable compromiso en defensa de los clásicos y del papel de la cultura en la sociedad. Alguien malpensado podría incluso afirmar que fue elogiado y premiado, en ocasiones, por instituciones que no lo leyeron, porque la tesis que sostiene en este libro es manifiestamente contraria al pensamiento dominante en los principales centros de poder, muy crítica con la senda actual del mundo. De hecho, el libro fue publicado en 2013, con los ecos de la crisis financiera y los recortes muy presentes. Resulta llamativo, sí, que tuviera tanto predicamento en según qué estamentos dado su discurso, que es cualquier cosa menos un mensaje anquilosado o complaciente con el sistema. Quizá sea por aquello que se dice de que la mejor forma de guardar un secreto es escribir un libro. El caso es que este muy exitoso manifiesto, en efecto, tiene el enfoque combativo y poderoso que se espera de tal género literario. 

El libro comienza con una cita de Pierre Hadot que da título a la obra: “y es precisamente tarea de la filosofía el revelar a los hombres la utilidad de lo inútil o, si se quiere, enseñarles a diferenciar entre dos sentidos diferentes de la palabra utilidad”. Esa postura contra el utilitarismo y a favor de lo bello por el simple hecho de serlo, de la búsqueda del conocimiento sólo por el placer mismo del proceso y no porque tenga una utilidad inmediata, es el hilo conductor del libro, que se apoya en reflexiones de pensadores, filósofos y escritores de distintas épocas

Es un libro inspirador, particularmente en un momento como el actual. En un mundo que impone el egoísmo y el individualismo, que con frecuencia valora a las personas más por lo que tienen que por lo saben, más por su cuenta corriente que por su cultura, en el que todo lo que no genera dinero es automáticamente despreciado, un mensaje así, sostenido además en grandes pensadores clásicos, es desde luego muy bienvenido.

Ademas, esa defensa de lo inútil conduce también a la defensa de la duda, de la búsqueda permanente, de la certeza de que no existen verdades absolutas.  “Creer que se posee la única y sola verdad significa sentirse con el deber de imponerla”, escribe el autor, que poco después añade que “considerar la propia verdad como la única posible significa negar toda la búsqueda de la verdad”, por lo que, claro, “quien está seguro de poseer la verdad no necesita ya buscarla, no siente ya la necesidad de dialogar, de escuchar al otro, de confrontarse de manera auténtica con la caridad de lo múltiple”. 

El autor dedica también parte de la obra a la educación, de nuevo, con una visión crítica con el enfoque demasiado utilitarista que se impone en institutos y universidades, con el consiguiente desprecio del latín y el griego, por ejemplo, o de la mayoría de las humanidades. No concibe la universidad como una empresa ni a los alumnos como clientes, entiende que la universidad debe ser un lugar de pensamiento, de curiosidad, de desafiar lo establecido, de explorar con libertad nuevas ideas. 

El libro está repleto de citas maravillosas de grandes pensadores, como la distinción que hacía Sócrates entre esclavos y hombres libres (los educados en la filosofía que no tienen amo al que adular), la idea de Kant de que “el gusto por lo bello es desinteresado” o la de Ovidio, que afirmó que “nada es más útil que las artes inútiles”. Por supuesto, Montaigne aparece unas cuantas veces. En sus Ensayos afirmó que “no hay nada inútil, ni siquiera la inutilidad misma” y también que  “es el gozar, no el poseer, lo que nos hace felices”. 

Hay multitud de citas que incluiría en esta crítica. Me quedaré sólo con unas pocas más. Por ejemplo, el increíble periódico semanal que entre  1831 y 1832 proyectaron Giacomo Leopardi y Antonio Ranieri. Se llamaba Lo Spettatore Fiorentino y proclama en su preámbulo: “reconocemos con franqueza que nuestro periódico no tendrá ninguna utilidad”. O la rotunda afirmación de Baudelaire cuando escribió aquello de que “ser un hombre útil me ha parecido siempre como algo en verdad espantoso”. De Sócrates cuenta el autor algo maravilloso. Se dice que mientras le preparaban la cicuta, él se ejercitaba con una flauta para aprender una melodía. Cuando le preguntaron para qué le serviría respondió “para saber esta melodía antes de morir”.

Impacta también un pasaje de Ionesco de 1961 que resuena con asombrosa vigencia en nuestros días: “el hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio”.  

El libro se cierra con el muy interesante ensayo La utilidad de los conocimientos inútiles, de Abraham Flexner publicado en octubre de 1939, y la fecha importa. Explica que “el mundo ha sido siempre un lugar triste y confuso; sin embargo, poetas, artistas y científicos han ignorado los factores que habrían supuesto su parálisis de hacerlos tenido en cuenta”. Sostiene el autor con ejemplos que “a lo largo de la historia de la ciencia la mayoría de descubrimientos realmente importantes que al final se han probado beneficiosos para la humanidad se debían a hombres y mujeres que no se guiaron por el afán de ser útiles sino meramente por el deseo de satisfacer su curiosidad”, como el descubrimiento de la insulina por Banting o los experimentos de Ehrlich que terminarían conduciendo al nacimiento de la bacteriología. Menciona también lo irracional de la intolerancia hacia los extranjeros y enumera la lista de excelsos científicos emigrados a Estados Unidos desde Alemania, en aquel momento, recordemos, 1939, dominada por Hitler. 

La utilidad de lo inútil, en fin, es un librito maravilloso e inspirador, un canto a la resistencia de los saberes tildados de inútiles en un mundo enfermo de utilitarismo, el que Nuccio Ordine, fallecido el año pasado poco antes de la entrega de los premios Princesa de Asturias en los que fue reconocido, recuerda la modernidad y espíritu critico y revolucionario de los clásicos, esos que solemos ver como algo anticuado y rancio. Un manifiesto extraordinario. En el libro, eso sí, chirría la ausencia casi total de mujeres. Se argumentará, claro, que al centrarse en el pasado, la mayoría de los autores y pensadores eran hombres, pero, precisamente llevados por ese espíritu crítico que alaba y tan bien defiende el libro, resulta inevitable pensar en la ausencia de la mitad de la población en esta obra y, claro, en buena parte de la literatura y la historia del mundo durante demasiado tiempo. 

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