Hit Man


Odio la normalidad, le escuchamos decir a un personaje de Hit Man, la última película de Richard Linklater, en un momento del filme. Las películas del director de la magistral Boyhood son cualquier cosa menos normales. No siguen caminos trazados ni cuentan historias convencionales o planas. Sus películas están siempre muy por encima de lo normal, es decir, de la media, en cuanto a su originalidad, la calidad de sus guiones, el nivel interpretativo de su elenco (qué gran director de actores es Linklater) y la valía general de la película. Hay mucho cine en cada plano, en cada trama, en cada personaje. Incluso en sus películas más aparentemente intrascendente o ligeras de su filmografía hay mucho más de lo que parece. Todas, desde luego, valen la pena. 

Reconozco que, si fuera por la sinopsis de la película, no me habría acercado a ella ni por asomo si no supiera que su director es Linklater. Su firma invita a confiar y a entrar en el juego que nos plantea, por más bobalicona o simple que pueda parecer la historia a simple vista. Y, una vez más, Linklater lo logra. Construye una comedia negra muy surrealista, con toda clase de giros de guión y con tramas de lo más estrambóticas, pero también con un cierto poso y reflexiones sobre la identidad. 

Hit Man está muy remotamente inspirada en la historia real de Gary Johnson, que también era un profesor universitario que colaboraba con la policía en sus raros libros, como el protagonista de la película, a quien da vida Glen Powell. Se nos presenta como un tipo con una vida más bien anodina, que da sus clases en la universidad, vive solo en casa con sus dos gatos y colabora con la policía, sí, pero muy en segundo plano, sin exponerse ni asumir riesgos. Naturalmente, todo cambia, porque en las películas siempre todo cambia y da un giro inesperado para que empiece la acción. De pronto, el tranquilo y apacible profesor universitario que habla de Nietzsche y de la vida a sus alumnos universitarios tiene que fingir ser un asesino a sueldo, tras ser apartado del puesto quien hacía ese trabajo para detener in fraganti a personas que querían librarse de otras (Austin Amelio).

Su papel no es, claro, ser un sicario, sino sólo parecerlo, sonar creíble, actuar ante los que quieren contratar sus servicios, sacarles las palabras exactas que los incriminen y los lleven a juicio. Comienza asustado, pero pronto descubre que es lo suyo. Se inventa otra identidad. Y le gusta. Aprende de ella. Se siente cómodo. Mientras lleva esta doble vida, en sus clases reflexiona sobre cómo el yo es un constructo social, algo que vendemos de cara a los demás, y sobre la construcción de la propia identidad. La película, con un tono cómico en todo momento, gira en torno a esa cuestión. ¿Quiénes somos realmente? ¿Podemos cambiar? ¿Es cierto que si nos comportamos como queremos ser terminando siendo como nos comportamos? ¿Es verdad eso de “fake it until you make it”, que se puede traducir como “finge hasta lograrlo”? De eso va fundamentalmente la película. 

Por supuesto, la historia da otro giro. Se nos cuenta de forma muy divertida y original la forma en la que el protagonista se adapta a este nuevo trabajo y cómo logra llevar a juicio a muchas personas que quieren encerrar la muerte de otras, salvando además así vidas. Pero llega el giro que le termina de dar un último impulso a la historia cuando el protagonista conoce a una mujer (Adria Arjona) que quiere matar a su marido porque le hace la vida imposible. El protagonista, frío y profesional hasta ese momento con todos sus casos, siente una atracción inmediata por la mujer, lo que le llevará a entrar en una espiral de fingimiento, pasión y mentiras. 

El tramo final de la película es muy, muy bueno. Y, además, bastante incorrecto, nada complaciente. La naturaleza de la relación entre los dos protagonistas, la evolución de la historia y su resolución son, de nuevo, puro cine. Y, siempre de fondo de esta historia de enredos, engaños y dobles vidas, la reflexión sobre la identidad y la construcción de nuestra personalidad. Hit Man es una historia extraña que quizá en manos de otro director hubiera descarrilado, pero Linklater tiene muchas horas de vuelo y mucha maestría a la hora de contar historias, lo que se nota en las cerca de dos horas de metraje que se pasan volando. 


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