Diario a los setenta


Es siempre muy gozoso volver a leer a May Sarton, cuyos diarios sigue editando Gallo Nero. Es como volver a hablar con una buena amiga un tiempo después de la última vez o como regresar a una ciudad querida, enseguida uno se reconoce en esos pequeños detalles, se siente a gusto, en casa. Del encuentro con sus libros puede decirte lo mismo que escribió ella sobre el encuentro con un amigo al que llevaba un año sin ver: “enseguida retomamos nuestra amistad sincera, risueña, llena de preguntas y amor, como si nos hubiéramos visto el día anterior, como si no hubiera pasado el tiempo”. 

Tras Diario de una soledad y La casa junto al mar, la editorial Gallo Nero recupera ahora en español Diario a los setenta, que la autora escribió entre 1982 y 1983, cuando cumplió setenta años, con traducción de Blanca Gago. Una vez más, es maravilloso comprobar la inmensa capacidad de Sarton de convertir en literatura lo cotidiano, sentir que uno vive el paso de los días de su mano, gracias a su prosa ligera, lírica y armoniosa.

La autora reflexiona sobre su edad y la vejez. Empieza a escribir este diario justo el día que cumple 70 años. Nada más empezar el diario afirma: “no me siento mayor en absoluto, y no tanto una superviviente como alguien que aún está recorriendo su camino. Supongo que la vejez comienza cuando miramos atrás más que adelante, pero lo cierto es que yo sigo mirando con ilusión los años que quedan por venir y, sobre todo, las sorpresas que me aguardan cada día”. Y, poco después, cuenta que las alegrías de su vida no tienen nada que ver con la edad, no cambian. “Las flores, la luz de la mañana y el atardecer, la música, la poesía, el silencio, los jilgueros brincando alrededor…”. 

Al igual que en sus anteriores diarios, la autora relata aquí cómo vive en la contradicción de tener una gran vida social y muchas amistades, algo que llena a la autora y la hace feliz, y sus ansias de soledad, porque aprecia el tiempo sola, escribiendo, cuidando de su jardín, leyendo. Queda claro que su estado ideal es la soledad, pero disfruta mucho de la compañía de sus amistades. En esto, no puedo empatizar más ni sentirme más identificado con ella. Es una constante en las personas que apreciamos la soledad y, a la vez, gozamos de una buena conversación, de sabernos rodeados de gente querida. 

En lo que no me siento identificado y me maravilla leer a Sarton es en su pasión por la jardinería y su conocimiento enciclopédico de todos los tipos de flores y vegetaciones, que verdaderamente admiro. Es algo que valoro especialmente dado que a duras penas distingo entre varios tipos de planas o flores. El cuidado de su jardín en la casa frente al mar en Maine ocupa una buena parte de su tiempo. Quizá por eso está tan pendiente del clima, lo que hace que prácticamente en cada nueva entrada de su diario haga mención a las condiciones meteorológicas con las que amanece el día.

Lo más atractivo de los diarios es que  captan la vida y todo lo que va pasando a medida que sucede desde el prisma de Sarton. La propia autora escribe en las primeras páginas de este libro que había echado de menos escribir un diario, “el nombrar las cosas a medida que van surgiendo. De pronto surgen noticias o sucesos inesperados. Cartas de amistades o desconocidos, noticias de la televisión, anécdotas cotidianas.  En este libro cuenta la noticia de la muerte de  Judy, quien fue su pareja durante años, a la que recuerda con mucho amor. 

Hay muchas más menciones a la literatura que a la política y la actualidad, pero también aparecen algunas menciones a noticias. La autora muestra su apoyo a Israel, como en diarios anteriores. También es muy crítica con la política de Reagan, entonces, presidente estadounidense. De él dice en un pasaje del diario que : “se comporta como un dibujo animado, siempre dispuesto a desplegar su repertorio de gestos fútiles y descuidadas ocurrencias”, algo que bien podríamos decir de tantos otros políticos hoy en día. En otro momento del diario afirma que “parece que Estados Unidos va convirtiéndose, poco a poco, en un lugar consagrado a las comodidades de los ricos donde los pobres están cada vez más abandonados”. 

Sus amistades son su familia (cita a Yeats para recordar eso de “su gloria fue tener tales amigos”).  Y buena parte del diario  se centra en las charlas y los encuentros con sus amistades. Sarton transmite en su escritura una forma de estar en el mundo serena y consciente de todo lo que ocurre a su alrededor. Es muy observadora y sensible, no deja pasar los días sin más. Alaba, por ejemplo, la actitud de una amiga que acoge en casa unos días. Cuenta que “es un placer estar con alguien que, a los ochenta, afirma estar viviendo sus años más felices, alguien que permanece callada mientras yo ando de aquí para allá porque desea concentrarse en lo que ve”.

Afirma la autora que para ella escritora es “un modo de comprender lo que me sucede, un modo de pensar las cosas difíciles”. En sus diarios, en medio de esa cadencia con la que cuenta el pasar de los días, aparecen perlas de sabiduría. Por ejemplo, cuando afirma que “si no hay bastante espacio en una vida o en un trabajo para que el alma respire, entonces algo falla”. En este mundo con una vida tan acelerada y, con frecuencia, con las prioridades confundidas, es un auténtico remanso de paz resguardarse en las páginas de los diarios de Sarton, acompañarla en esa casa frente al mar en Maine, en sus paseos y sus tardes de lectura, en sus cenas (cuyos menos resumen con todo detalle) y sus charlas. Como cuando nos reencontramos con alguna amiga querida. 


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