Fin de Feria


Dijo Salman Rusdhie en una entrevista reciente en El Ojo Crítico que “uno nunca sabe cuándo va a enamorarse de un libro o quién va a enamorarse de un libro, pero cuando ocurre, cuando nos enamoramos de los libros, nuestra forma de pensar cambia. Eso es lo que puede hacer la literatura y con eso creo que es suficiente”. No es poca cosa, no. En tiempos de guerras, extremismos, fanatismos y sinrazón, el papel de la literatura como algo capaz de ayudarnos a cambiar nuestra forma de pensar es especialmente relevante, como lo es la importancia de eventos como la Feria del Libro de Madrid, cuya 83 edición echó el cierre ayer. 

No faltan quienes creen que es un poco exagerado eso de que la cultura pueda cambiar el mundo, y desde luego no parece alcanzar para detener guerras o evitar oleadas de odio y extremismo político, pero se sigue presentando como algo imprescindible para la vida. Entre otras cosas, porque no existe eso llamado realidad alejado por completo de eso que llamamos ficción, porque no son menos reales los personajes de los libros que las personas que nos rodean, porque la vida está compuesta por igual de lo que vivimos y de lo que leemos. Y la Feria simboliza bien esa simbiosis. El Paseo de coches del madrileño parque del Retiro, cuyo nombre afortunadamente no concuerda desde hace muchos años con su actividad, porque no circulan coches por él, se convierte cuando llega la primavera y asoma el verano en el Paseo de los libros, en una ciudad efímera, fantasiosa y encantada en la que cientos de casetas de distintas librerías y editoriales ofrecen mil y una historias a los cientos de miles de lectores que pasean en busca de refugio, de entretenimiento, de reflexiones, de emociones, de complementos para su vida diaria.

Aunque suene muy prosaico, la Feria busca, en primer lugar, que se vendan libros. Está organizada por el gremio de libreros de Madrid y, aunque es mucho más que una simple actividad económica, también es un sector relevante que genera una no menor cantidad de puestos de trabajo. Y es importante ponerlo en valor. A falta de datos definitivos, parece que ha sido una buena Feria. En sus primeros diez días habían pasado por ella más de 550.000 personas y el volumen de negocio ascendía a los 5,5 millones de euros, según los datos facilitados por la organización. El jueves se darán las cifras finales, pero parece que esa sensación que uno tenía al pasear por la Feria, rodeado de muchas personas cargadas de bolsas con libros, se corresponde con la realidad. Eso, en un país en el que se lee lo justo, es ilusionante y esperanzador. Toda esa gente se reúne en torno a los libros. Compran obras para ellos y para su gente. Llevan a sus hijos e hijas para que sigan amando la lectura. Esperan a la firma de su autor preferido. Charlan con otras personas de su pasión. Acuden a conferencias y presentaciones de todo tipo. Escuchan un programa de radio en directo. 

Creo que, más allá de las cifras, la Feria ha sido un éxito un año más por muchos otros motivos más intangibles, que no pueden resumirse en datos, pero que son la esencia misma de esta cita. Por ejemplo, la bibliodiversidad presente en el Retiro estos días. Siempre hay polémica por los criterios para tener una caseta y seguro que todos los sistemas son mejorables, pero creo que la organización de la Feria ha vuelto a lograr la cuadratura del círculo de darle presencia a las pequeñas editoriales y a las firmas más situadas en las afueras de lo comercial, en especial en ese rincón llamado Indómitas. 

Es maravilloso encontrar casetas de tan distinto enfoque, unas al lado de otras, conviviendo, representando lo que debería ser la sociedad, lo que cada vez es menos. Vivimos un tiempo en el que las redes sociales crean burbujas en las que sólo nos relacionamos con personas que tienen las mismas aficiones e ideas que nosotros. Eso no es el mundo real, donde siempre habrá gente que piense distinto. Y por eso es tan extraordinario que la Feria suponga un antídoto contra ese efecto burbuja de las redes. Allí encuentras casetas de editoriales católicas muy cerca de otras marxistas, librerías especializadas en literatura náutica junto a otras de Historia, las grandes librerías al lado de otras chiquitas, casetas con literatura en otros idiomas (descubrí la librería francesa El Bosque, que pienso visitar pronto) al lado de otras temáticas, centros oficiales y librerías en los márgenes del sistema… Se puede dar por hecho, insisto, pero no me parece algo menor y creo que es un punto fuerte de la Feria esa extraordinaria diversidad en todos los sentidos. La sociedad debe ser eso y no la jaula de grillos con descalificaciones al que no piensa como nosotros y mensajes de odio que, con excesiva frecuencia, es. 

En este sentido, por supuesto, un año más se ha constatado que hay muchos mundos y todos están en este de la Feria. Autores consagrados al lado de otros cuyos nombres no nos suenan pero que arrastran a una legión de jóvenes. Ensayos de autores muy de izquierdas conviviendo al ladito de otros de autores muy de derechas. Personas, en fin, de aquí y de allá, de esta y aquella idea, que se cruzan con una afición común, la de los libros, que quiero pensar que presupone también una actitud ante la vida. Una actitud que excluye las verdades absolutas, que apuesta por la convivencia, no como mensaje bobo de tazas de café, sino desde la asunción de la complejidad y la riqueza de la vida en sociedad, de la evidencia de que habremos de convivir del mejor modo posible con personas que piensan distinto a nosotros. Y, por supuesto, con la certeza también de que la cultura debe ayudar a rebatir posiciones dogmáticas y extremistas. En este sentido, por cierto, la Feria ha actuado bien en un par de casos conocidos de amenazas ultras contra autores que acudían a firmar. Naturalmente, Eva Orúe, directora de la Feria, mostró el firme compromiso con la diversidad ideológica del evento, que es un lugar de encuentro y culto a la palabra y a las ideas, donde no caben matonismos. 

La Feria aumenta la presencia de la información cultural en los medios, genera debates, abre puertas y plantea reflexiones atractivas en su cada vez más nutrido programa de actividades paralelas a la de las casetas. Además, en la Feria se puede hablar con libreros y editores, los lectores pueden entrar en contacto con esas personas que están detrás de los libros que les han cautivado. Conviven lectores y lectoras (todas las estadísticas muestran que ellas leen más que ellos) de todos los gustos y generaciones. Es una especie de oasis que cada año nos hace sonreír y esperanzarnos. Este año la Feria ha tenido como tema central el deporte, dado que estamos en año olímpico, y el próximo, según se anunció ayer, girará en torno a Nueva York, otra ciudad libresca por excelencia. Ya queda menos para ver lo que la organización de la Feria tiene pensado para 2025. Ojalá podamos disgustarla en el Retiro, donde siempre y, si es posible, con menos incertidumbre en lo relativo a los cierres y los avisos climáticos, no porque el tiempo se pueda controlar, lógicamente, sino porque este año da la sensación de que la gestión de los avisos y los cierres del parque podría haber sido más clara. Larga vida a la Feria del Libro en el Retiro. 

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