Feliz y reivindicativo Orgullo

Cada año por estas fechas pienso que quizá hacemos demasiado caso a los ruidosos e intolerantes retrógrados que aprovecha el Orgullo para vomitar todo su odio con especial saña. Todos los años cuando llega junio me digo que quizá convendría más centrar este artículo en todos los logros conseguidos, en celebrar que hoy en algunas partes del mundo, sólo en algunas partes del mundo, podemos ser más libres que nunca antes en la historia. Podría centrarme en destacar historias alegres e inspiradoras, porque a todos nos gusta un buen dramón como Brokeback MountainIt’s a sin, que desde luego son fantásticas producciones y muy necesarias, pero también necesitamos series como Heartstopper o Ser o no ser que nos digan que todo va a ir bien y nos muestren a personas LGTBI felices, porque esa representación es muy positiva. A ratos pienso, en fin, que más vale destacar lo colorido y diverso del arcoíris frente la grisura de los que añoran una sociedad en blanco y negro.

Pienso esto todos los años, sí, que igual sería mejor hacer como que no oímos a los homófobos de turno; pero luego recuerdo que son precisamente sus alaridos de odio los que nos recuerdan que aún queda mucho por avanzar. Que es mucho lo logrado desde los pioneros de Stonewall, cuando un grupo de personas LGTBI (con varias mujeres trans al frente) dijeron basta a las redadas policiales homófobas en Nueva York a finales de los 60, pero que no hemos llegado aún al final del camino. Y que todo ese odio que los retrógrados de siempre escupen a diario, pero con especial saña cuando se acerca el Orgullo, debe ser combatido. Son esos discursos, de hecho, y lo que hay detrás de ello unas de las principales razones por la que el Orgullo sigue siendo necesario. 

Debemos rebatir y combatir el odio, no dejar sin responder tanta basura, y debemos hacerlo por dignidad, por la calidad democrática, por la decencia de la sociedad y porque de ninguna manera vamos a volver a ningún armario ni vamos a dejar abandonados a los jóvenes que sufren al ver tanta discriminación a otras personas por su orientación, identidad sexual o expresión de género. Hay que seguir avanzando. El Orgullo puede ser festivo, naturalmente que sí, y además pocas cosas enervan más a los retrógrados que ver a personas LGTBI felices y de fiesta, pero debe ser también combativo y reivindicativo. Ahora más que nunca. Por todos los que no pueden ser ellos mismos, por los que sufren a diario, por los que viven en países donde la homosexualidad está aún castigada incluso con pena de muerte, por todos esos jóvenes que son expulsados de su casa sólo por no ser heterosexuales, por el auge de la extrema derecha que pone en riesgo derechos adquiridos, por la agotadora presunción de heterosexualidad, por los discursos de odio que campan a sus anchas y por muchas otras razones. 

Es importante, por ejemplo, recalcar que muchas personas LGTBI no son libres de hablar de su orientación o identidad sexual en el trabajo. Y antes de que vengan los listos de siempre a decir que ellos no van por ahí diciendo que son heterosexuales, sorpresa: sí lo hacéis. Habláis constantemente de vuestras familias. Y es lógico, pasamos mucho tiempo en el trabajo. Se trata simplemente de que todas las personas se sientan libres de hablar de ello, no que tengan que andar midiendo lo que dicen por miedo a miradas de incomprensión o críticas. Según un estudio de UGT, el 40% de los profesionales LGTBI no son visibles en el trabajo y es aún mucho lo que las empresas pueden hacer. Y los trabajadores con compañeros LGTBI, por supuesto, también

Este día del Orgullo también es imprescindible combatir el ataque constante a las personas trans. Se genera un clima irrespirable para ellas. Se cuestiona su identidad sexual. Se niega la propia existencia de las personas trans. Se hacen constantemente bromas llenas de odio sobre ellas. Hay políticos que se creen muy divertidos por decir que van a cambiar de nombre a sus consejeros para que de golpe sean mujeres. Las personas trans, simplemente por existir, están permanentemente en la diana. Se han generalizado las supuestas comedias que se ríen mucho de los cambios de sexo y del lenguaje inclusivo, apelando a los más bajos instintos y dañando a estas personas. Es impresentable y es especialmente triste que algunas de estas críticas procedan de personas incapaces de entender que el feminismo y la defensa de los derechos de las personas LGTBI no están en absoluto enfrentadas, es más, que comparten objetivos y, sobre todo, enemigo. 

Es también bastante irritante la condescencia con la que a menudo se mira a las justas y razonables demandas de las comunidad LGTBI. Se nos dice que qué más queremos, que ya hasta nos podemos casar y adoptar hijos, que somos unos cansinos, que ya está todo hecho. No llegan a entender, porque no lo viven en primera persona y no tienen empatía, que  aún queda mucho por avanzar. Sencillamente para ellos no es problema porque no lo experimentan ni tienen el menor interés en comprender lo que sí viven sus vecinos, amigos o familiares. En vez de intentar escuchar, para variar, a las personas LGTBI, prefieren ridiculizarlas y agitar el fantasma de un malvado lobby LGTBI que quiere acabar con la civilización occidental y volver homosexuales a sus hijos

Esto nos lleva a otro clásico de los retrógrados: la inclusión forzada. Todo el día están hablando de ellos, de forma un tanto obsesiva. Vienen a decir que no les molesta ver a personas LGTBI en películas, series o videojuegos pero, vaya por dios, cada representación que ven en la pantalla les parece inclusión forzada. A ver si lo que les cuesta entender es que plasmar en la pantalla realidades que existen, y las orientaciones e identidades sexuales no normativas existen, no es nada forzado, es, precisamente, mostrar lo que existe. Esta patraña de la inclusión forzada es la manera poco sofisticada que tienen algunos de decir que les incomoda ver a personas no heterosexuales en películas y series. Básicamente, todo les parece inclusión forzada. Todo lo que no sea ver en pantallas a parejas heterosexuales como dios manda, claro, todo lo que no sea una muy forzada historia son rastro de personas no normativas. 

Luego está el deporte, mundo aparte. Hace unos días, Dennis González, campeón de Europa de natación sincronizada, tuvo que grabar un vídeo tras recibir un aluvión de comentarios homófobos repugnantes. Poco después, las futbolistas Jenni Hermoso y Misa Rodríguez han recibido también multitud de insultos asquerosos por subir una foto juntas de vacaciones. Tampoco se han callado. Y han hecho muy bien. Qué importante es que grandes deportistas como ellos no se achanten contra el odio. Que todavía hoy en los estadios “maricón” se siga usando como insulto contra futbolistas dice mucho del atraso en el que está el mundo del deporte, unos deportes más que otros, es cierto. 

También están quienes dicen que el problema del Orgullo es que es una fiesta en la que se bebe alcohol y la gente sólo baila y esas cosas (a diferencia del resto de fiestas, donde todo el mundo sabe que la gente se reúne sólo para jugar al ajedrez y leer a Kant). Que el Orgullo también sea una fiesta, también pero no sólo, no significa que se pueda estigmatizar este día y las reivindicaciones que hay detrás, como hace el indigno cartel institucional del ayuntamiento de Madrid que no muestra los colores de la bandera arcoíris y reduce el Orgullo a unos cuantos condones, copas y tacones. Y se quedan tan anchos. 

No faltan quienes dicen que el problema real del Orgullo, porque, por lo que sea, las personas homófobas sienten una increíble necesidad de contarnos cómo debería ser el Orgullo, es que se ha politizado. Acabáramos. Muchos no terminan de entender lo que es la política. Lo que no puede ser el Orgullo es sectario o partidista, pero el movimiento LGTBI, naturalmente, es político, pura política: un movimiento político que defiende la igualdad y los derechos de todas las personas independientemente de su orientación o identidad sexual. Los Derechos Humanos son política. Muchas de las mejores ideas de la historia de la humanidad y los avances sociales lo son. Todo lo es, en realidad. Claro que lo es. De un lado está la política de quienes defienden la igualdad de derechos y, del otro, la política rancia de quienes defienden discriminar a unas personas sólo por ser diferentes. No se trata de huir de cualquier política, se trata de combatir la política tóxica y defender la adecuada, que va mucho más allá de partidos políticos, va más bien de estar en el lado bueno de la historia.  

Esto nos lleva a la amenaza real de los partidos de extrema derecha, en crecimiento en todo el mundo, en especial, en Europa, como se vio en las últimas elecciones europeas. Estos partidos usan a las personas LGTBI para azuzar su xenofobia, diciendo que el riesgo real son los inmigrantes, como si esos partidos no llevaran muchos años lanzando su mensaje de odio contra las personas no heterosexuales, como si no hubiéramos oído su defensa de las pseudo terapias de conversión, sus gracietas homófobas sobre la fiesta del Orgullo o sus declaraciones, perdonándonos la vida, diciendo que las parejas homosexuales pueden adoptar hijos pero solo si renuncian a ellos las heterosexuales. Como si en Italia el gobierno ultraderechista de Meloni no hubiera tomado ya medidas obscenas contra las madres lesbianas. Sabemos perfectamente lo que piensan de la diversidad, lo que sienten cuando nos ven paseando de la mano de nuestra pareja, lo que piensan ante la marcha del Orgullo. Que se camuflen de respetuosos de las personas LGTBI sólo porque odian todavía más a las personas inmigrantes no es precisamente un consuelo, hace su discurso político aún más repugnante. 

Y también están, claro, quienes nos dicen que somos muy valientes en Europa, pero que podemos ir, por ejemplo, a Gaza a defender los derechos de las personas LGTBI. Lo hacen las mismas personas que miran hacia otro lado ante las masacres cometidas por Israel, porque desde su mirada sectaria y fanática de la vida creen que todas las personas LGTBI son de izquierdas y, por ser de izquierdas, automáticamente son defensoras de Hamas y no sé cuántas estupideces más. Como si fuera incompatible criticar a la vez los execrables atentados terroristas de Hamas y las execrables matanzas de palestinos que está cometiendo Israel. Como si ellos, que no paran de lanzar mensajes de odio contra las personas LGTBI en su país, pensaran de verdad que nos ponen en un aprieto señalándonos los países extranjeros donde los derechos LGTBI brillan por su ausencia. Como si ellos tuvieran que venir a contarnos todos los motivos reales por los que el Orgullo sigue siendo necesario en todo el mismo. Como si ellos, en fin, no fueran también una razón de peso que sigue haciendo necesario este día festivo y reivindicativo.

Así que, sí, es posible que hagamos demasiado caso a los retrógrados, que es lo que buscan. Pero lo cierto es que hacen daño con su odio y debe ser combatido. Los discursos del odio no son inocentes, duelen y siembran el terreno para las agresiones. Dado que hay pocas cosas que disgusten más a los retrógrados que ver a personas LGTBI celebrar y disfrutar libres y orgullosas, disfrutemos de este Orgullo, celebremos todo lo que hay que celebrar y no nos olvidemos de seguir reivindicando, porque a veces es agotador e injusto tener que estar remando todo el rato, pero no nos queda otra opción

¡Feliz y reivindicativo Orgullo!

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