La novela interpela al lector de hoy en día. Todo gira en torno a algo muy actual: la salud mental, las turbas digitales que conducen a la muerte civil de personajes públicos, los juicios de otras personas sin conocer su situación real ni preocuparse por ella, la falta de comunicación real entre las personas en un tiempo en el que, paradójicamente, hay más herramientas de comunicación que nunca… Y el lenguaje, sí. En todo momento, el lenguaje y sus limitaciones. “Algunas ideas no se transforman en sonido, como si no se pudiera sacar porque están firmemente incrustadas como clavos de hierro”, leíamos en la obra anterior de la autora. Aquí, de nuevo, aparecen los problemas para comunicar lo que se siente.
Respecto a esto, hay un pasaje un poco largo pero muy revelador de la literatura de la autora y de su aproximación a la comunicación y el lenguaje. En este caso, además, con una protagonista que es terapeuta y cuyo trabajo, por tanto, tiene en el centro la comunicación.
“Ella nunca le ha temido al lenguaje. Estaba convencida de que entendía perfectamente el mundo de las palabras. Pensaba que, interpretando, explicando, refutando, aceptando y confesando, podía expresar con precisión su ser interior. Estaba segura, además, de que de esa manera podía examinar el corazón de cualquiera.
Ahora cae en la cuenta de que ella misma no era más que un ser humano abarrotado de palabras que desperdiciaba sin la mejor prudencia. Nunca se tomó el tiempo de pensar cómo nacían, cómo vivían y dónde iban a morir”. misma no era más que un ser humano abarrotado de palabras que desperdiciaba sin la mejor prudencia. Nunca se tomó el tiempo de pensar cómo nacían, cómo vivían y dónde iban a morir”.
El libro, además de por todo lo mencionado antes, me ha gustado mucho porque se aproxima a un fenómeno, el de las críticas en medios digitales, algunos lo llamarán cancelación, que poco a poco va asomando en la literatura, porque la vida y las realidades y debates de la sociedad de cada tiempo siempre terminan apareciendo en los libros. Por ejemplo, recientemente en Querido capullo, de Virginie Despentes. En Soy toda oídos, la autora no dice qué está bien o qué no, no hace una aproximación simplista a este fenómeno, porque ya decimos que es un buen libro que no busca pontificar ni simplificar la realidad, pero sí deja algunas reflexiones atractivas. Por ejemplo, cuando escribe de uno de sus personajes que “reprime su deseo de elegir un bando y tomar partido. Lo cierto es que, por una parte, es más fácil y simple decantarse por algo que no hacerlo. Es una manera rápida de mostrar qué tipo de persona se es, resulta una opción atractiva”. Y ahí, en esas pocas palabras, se encierra quizá una de las claves de este tiempo nuestro tan polarizado y poco reflexivo, tan alérgico a los matices y al debate entre diferentes.
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