Federico García Lorca en Buenos Aires


Hace unos días volví a visitar Granada tras unos cuantos años. La ciudad de la Alhambra siempre es un acierto, sorprende siempre por más veces que uno regrese a ella. La última vez que estuve allí aún no había abierto el Centro Federico García Lorca, que naturalmente visité esta vez de inmediato, y que es muy recomendable. A través de imágenes, textos, dibujos, cartas manuscritas y diversos objetos, se recuerda la historia del inmortal poeta y dramaturgo, asesinado en 1936. La tienda de ese espacio tiene, como no podía ser de otro modo, mucho de librería. Además de la obra completa de Lorca y toda clase de ediciones de sus libros de poemas y sus obras teatrales, también hay libros sobre el autor de los más variados. Me atrapó automáticamente Federico García Lorca en Buenos Aires, de Pedro Larrea, editado por Renacimiento

Después de Sant Jordi, la montaña de libros que me esperan en casa no es pequeña, pero esta obra sobre Lorca y mi amado Buenos Aires se coló en el orden y se puso la primera de todas. Cuando estuve en Buenos Aires una de las muchas cosas que me enamoraron de la deslumbrante capital argentina fue, precisamente, la posibilidad de encontrar referencias a Lorca en cada rincón. La ciudad fue importante para el poeta granadino y él también dejó huella en ella. Lorca quedó prendado de Buenos Aires, del mismo modo que la ciudad del Plata cayó rendida a sus pies. 

El autor aborda de forma exhaustiva y desde distintas perspectivas el viaje de Lorca a Buenos Aires entre octubre de 1933 y marzo de 1934. El primer capítulo, en el que cuenta el viaje y las actividades del poeta en la ciudad, es maravilloso. Se narra con todo lujo de detalles el viaje desde que  sus amigos fueron a despedirlo a Atocha, donde viajó hacia Barcelona, ciudad de la que embarcaría hasta Buenos Aires. Emprendió la travesía en el Barco Conte Grande, donde avanzó trabajo y redactó algunas conferencias. 

Desde el primer momento, Lorca cautiva al público bonaerense. Tienen mucho que ver con ello varios periodistas amigos del poeta. En sus entrevistas e intervenciones públicas se presenta a Lorca como el representante de la nueva España, la de la II República. Sí algo rebaten sus amigos argentinos es esa imagen de Lorca como alguien neutral en política. También es muy claro Lorca sobre lo que opina del público burgués: “yo arrancaría de los teatros las plateas y los palcos y traería abajo el gallinero. En el teatro hay que dar entrada al público de alpargatas”.

El libro analiza después qué teatro se representaba en Buenos Aires cuando Lorca llegó a la ciudad y cuál era la tradición teatral allá. Es muy interesante, por ejemplo, ver la enorme influencia de las zarzuelas en Buenos Aires. Fue notable el éxito del “género chico” desde finales del siglo XIX, también del sainete. En Buenos Aires había iniciativas como el Teatro del pueblo, que tenían un claro paralelismo con La Barraca. El autor explica que existía una gran variedad en el teatro que se representaba en Buenos Aires cuando llegó Lorca. Teatro italiano (no coincidió con Pirandello por poco) y también de otros países como Alemania. De hecho, la primera obra que vio el autor de Bodas de Sangre en un teatro bonaerense fue El mal de la juventud, de Ferdinand Brückner. Una obra fuertecita, existencial, con referencias a la prostitución, a las relaciones homosexuales y al suicidio. También había una significativa presencia en la cartelera porteña de obras de autores españoles como Marquina, Muñoz Seca, Benavente, Arniches o los hermanos Álvarez Quintero. 

El libro, ya digo, muy exhaustivo, un regalo para todo amante de Lorca, recoge distintas críticas a las obras estrenadas por Lorca en la ciudad. Todo comenzó con Boda de sangre, estrenada por la compañía de Lola Membrives en Buenos Aires en el verano de 1932 y reestrenada el 26 de octubre de 1933, en presencia de Lorca. Una crítica a aquella obra recoge una preciosa descripción del teatro que hace Lorca. “El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y, al hacerse, habla y grita, y llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre”. Otra crítica de un periódico de aquella época sobre esta obra dice que Lorca: “es, tal vez, el primer dramaturgo que sabe envolver bien esa cosa sórdida y primitiva que es lo particular en esa cosa noble y moderna que es lo universal”.


Después llegó La zapatera prodigiosa, estrenada el  1 de diciembre de 1933. Pablo Suero, crítico de Noticias Gráficas y amigo de Lorca, califica la obra como clásica, en el sentido de “aquello que sabe ser actual y permanecer fiel a la esencia de lo antiguo”. Lorca le añadió Fin de fiesta, donde incluía tres poemas escenificados al final de la obra. Por último, Mariana Pineda se estrenó el 12 de enero de 1934. Era una obra primigenia del autor y llegó acompañada de una gran campaña en los medios afines al autor granadino. También fue un éxito, pero las críticas fueron mucho menos entusiastas. Se cuenta en el libro que el periódico Crisol fue uno de los pocos abiertamente críticos con Lorca, en buena medida, por su enfoque nacionalista que le hacía recelar de la admiración generalizada hacia un autor extranjero. El último gran acto público de Lorca fue un homenaje al autor en el teatro Avenida el 1 de marzo de 1934, en el que se representaron varias escenas de sus obras y el autor leyó el primer acto, inédito hasta entonces, de Yerma.


El libro dedica también un capítulo a hablar de las amistades de Lorca en Buenos Aires. Sin duda, Lola Membrives, actriz argentina de padre españoles que actuaba regularmente tanto en España como en Argentina, fue una figura clave del viaje del poeta y de su éxito allí. Fue su compañía la que representó todas las obras. Su marido, Juan Reforzo, empresario teatral, también fue un gran promotor de la obra lorquiana. El poeta tuvo una gran amistad con la actriz, aunque los dos andaban sobrados de ego, cuenta el autor. La relación se enfrió, entre otras cosas, porque la actriz  esperaba que Lorca eligiera a su compañía para estrenar Yerma, e incluso presionó al autor para que terminara de escribirla en su estancia en Argentina y Uruguay, pero Lorca le había prometido a Margarita Xirgu que la estrenaría con su compañía. En 1937, tras el asesinato de Lorca, Membrives ofreció funciones en honor y beneficio de la Falange. 


El libro también cuenta la gran amistad de Lorca con Pablo Neruda, con quien pronunció un discurso al alimón en homenaje a Rubén Darío apenas un mes después de llegar a la ciudad. Otra gran amiga de Lorca en Argentina fue Victoria Ocampo, intelectual, creadora de la revista literaria Sur, que se vendía a ambos lados del Atlántico y servía de puente cultural e intelectual entre ambos hemisferios. En 1933 creó un sello editorial asociado a la revista y editó Romancero gitano. Fue todo un éxito. El libro reconoce también a periodistas y críticos teatrales como José González Carbalho y Pablo Suero, con los que entabló una gran amistad y que tuvieron mucho que ver en la buena acogida a Lorca en los medios bonaerenses. En 1935, Suero fue enviado como corresponsal a Madrid y Lorca lo introdujo en su círculo. Es muy bello lo que dice de él César Tiempo: “tenía un sentido dionisíaco de la amistad y so para alguien se inventó la palabra filadelfo (de philos: amigo y adelfas:hermanos) fue para él”.


El capítulo final analiza la imagen de de Lorca en la prensa tras ser asesinado y durante la Guerra civil española. Impresionante los homenajes al autor y también la carta de artistas e intelectuales argentinos a la Junta de Burgos para denunciar el crimen. “Protestamos ante usted con nuestra máxima vehemencia y le decimos que la noble sangre de Federico García Lorca, que solo corrió impulsada por el amor a la belleza y a la justicia, ha puesto una nueva mancha, imborrable esta ver, sobre las espaldas culpables de su muerte”. Argentina y Uruguay son los primeros países en rendir homenaje a Lorca en 1937, tras el desconcierto inicial sobre su asesinato en 1936. También fue en Buenos Aires donde se publicaron los primeros tomos de las obras completas de Lorca en 1938.


Este libro, en fin, demuestra que, como sostiene el autor en sus páginas finales, “Buenos Aires le convirtió en símbolo, fue el primer paso para la mitificación de Federico, el primer eslabón de una cadena que no ha dejado de crecer con el paso de los años”. Un libro maravilloso que nos hace amar aún más a Lorca y a Buenos Aires, ese artista genial y esa ciudad maravillosa que cruzaron sus caminos durante apenas seis meses, pero que dejaron cada uno en el otro una huella indeleble. 

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