Ensayo general


Empiezo a escribir estas líneas nada más terminar de leer Ensayo general, el último libro de Milena Busquets editado por Anagrama, que me ha encantado. Me dispongo a explicar en esta crítica por qué he disfrutado tanto con su lectura cuando recuerdo lo que la propia autora escribe en esta obra sobre las razones por las que nos gusta, conmueve, agita o emociona un libro, sobre cómo intentamos intelectualizarlo de más. “Una novela es genial porque lo es, no hay más (del mismo modo que uno está enamorado porque lo está. Es una especie de grosería preguntarme a alguien por qué ama a otra persona. Porque sí, no hay ninguna otra respuesta posible)”. 

Podría, por tanto, limitarme a decir que Ensayo general es un libro genial y dejarlo ahí, pero a riesgo de llevarle la contraria a la autora, escribiré un poco más sobre ello. Como muchos lectores, descubrí a Milena Busquets con su extraordinario También esto pasará. Quedé completamente deslumbrando con la forma en la que la autora recordaba con brutal honestidad y mucha ternura a su madre. Desde entonces, he seguido los pasos literarios de Busquets, desde sus artículos en prensa a sus nuevos libros. Ahora, en Ensayo general  reúne una treintena de textos breves, todos ellos centrados en sus vivencias y pasiones, en sus filias y sus manías, en pequeñas anécdotas y pensamientos, en recuerdos y emociones

Son textos muy bien hilados, porque no estamos ante una simple recopilación de relatos o artículos, no es una sucesión de textos inconexos, en absoluto. Tienen una lógica y una continuidad. Como hilo conductor encontramos la voz narrativa de la autora, tan personal, tan original, con su ligereza inteligente. Todo está en su sitio en este libro, todo aporta, empezando por la muy bien elegida imagen de portada. Es una foto de Xavier Miserachs de un grupo de jóvenes en la playa de Tossa de Mar en 1965 que retrata bien el tono del libro y la propia forma de entender la vida de la autora: la ligereza, la pasión veraniega, el mar, los instantes felices en compañía de gente querida, la falta absoluta de solemnidad


Abre el libro Lo que he perdido, texto en el que la autora reflexiona sobre la maternidad y afirma que “ser padre es un estado exacerbado”. Sus hijos aparecen mencionados en varios momentos del libro. Es especialmente bello el relato El gran teatro del Liceo, en el que rememora momentos especiales vividos en el teatro barcelonés. En concreto, recuerda un gesto de su madre en una representación de la compañía de ballet de Maurice Béjart, cuando en un momento especialmente emotivo de la función le apretó la mano “con suavidad”. Años después, ella repite ese gesto con sus hijos en el mismo escenario cuando en un concierto o en una representación de ballet sucede algo único en el escenario. 


La autora defiende la ligereza y la frivolidad. “Me gusta la gente ligera que se enfada poco, que ríe a menudo, que pilla todas las bromas”, escribe. En un texto dedicado a su niñera cuando era pequeña, la describe así: “era tan pasota como mi abuelo; menos dos o tres cosas en la vida, todo les daba igual, no se alteraban por nada, no se dejaban arrastrar por el tumulto, pero eran generosos y magnánimos, todo el mundo les quería (o yo les quería). Creo que este tipo de pasotismo positivo que en realidad no es más que una forma de tolerancia extrema ha pasado de moda. Es una lástima, era gente que hacía lo que se tenía que hacer, sin enfadarse ni indignarse y sin importarles nunca lo que fuesen a pensar los demás”. 


Huye de toda solemnidad. Por eso, por ejemplo, desconfía de esa idea de que hay trenes que sólo pasan una vez en la vida. Es falso. Los trenes no dejan de pasar todo el rato, en realidad. Y, además, descubrió pronto que “la mayoría de los trenes no iban a ninguna parte, porque es allí donde vamos todos”. Comparte su pasión por los perros, los libros (“me he sentido más dueña de algunos libros, paisajes y obras de arte de lo que nunca me sentiré de mis verdaderas y escasas posesiones materiales“), las pequeñas cosas, los veranos en Cadaqués, los baños a los ocho de la mañana en el mar… Escribe mucho de amor y pasiones (“Romeo y Julieta se hubiesen acabado separando, lo sabe todo el mundo”). También de la importancia de la imaginación en nuestras vidas (“era muy soñadora, lo sigo siendo; la realidad es, más que nada, un impedimento”).


Me ha gustado mucho Qué necesita uno para ser feliz, en el que afirma que “ser feliz no es tan difícil” y también que cree que en las épocas buenas es feliz al menos una vez al día o incluso más. Relata todo lo que no necesita para ser feliz, hasta llegar a un final sorprendente.

 

La autora incluye también varias piezas breves sobre cómo vive la escritura y cómo se ve impulsada a ello. Escribió incluso en contra de la voluntad de su madre, que tuvo una gran influencia en ella.Todos los escritores creemos, al menos durante cinco minutos, que hemos escrito una obra maestra (los bobos lo creen durante más tiempo, pero hay pocos bobos entre los escritores, somos una profesión de listos), leemos. También reflexiona sobre las dudas y falta absoluta de certezas de la literatura, porque “no hay ninguna garantía de que nadie pueda escribir un buen libro”.


En Diez años menos tres días, el más largo de los textos del libro, la autora recuerda a su madre cuando se acerca el décimo aniversario de su muerte. Son páginas bellísimas y muy emotivas. También muy honestas, ya que cuenta que llegó a dudar que su madre la quisiera. También afirma que nunca la leyó en vida porque “leerla no me hubiese hecho quererla más, solo me hubiese hecho conocerla más, y no es seguro que los hijos deban conocer a los padres”.


Termina Ensayo general con el texto que da título al libro, que es un buen resumen del tono de toda la obra y de la forma de entender la vida de la autora, que tan bien transmite con su estilo ágil, vitalista, apasionado e incluso contradictorio a ratos, irresistible siempre. En ese último texto escribe: “me gustan los ensayos generales y me parece que la vida en general se parece más a eso: no lo hacemos del todo bien, no estamos nunca lo suficientemente preparados, llevamos ropa vieja y vamos sin maquillar, estamos un poco cansados, un poco tristes y un poco solos, pero lo hacemos lo mejor posible”.

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