El mago del Kremlin

 

Una de las grandes virtudes de la literatura es que nos puede ayudar a intentar entender algo que no comprendemos. Intentar entender algo, por supuesto, no es justificarlo ni simpatizar con ello, es sencillamente eso, intentar entenderlo. Es lo que nos sucede con Rusia, que es un gran misterio a nuestros ojos occidentales. El mago del Kremlin, la excepcional novela de Giuliano da Empoli que he leído en original en francés y que en España ha editado Seix Barral, es un libro que ayuda a intentar entender la Rusia de Putin, los instintos a los que apela y sobre los que construye su autoritario y criminal liderazgo. 


La novela me ha parecido muy interesante en fondo y forma. Ayuda a entender mejor Rusia, este país siempre complejo y contradictorio, son su añoranza por la época imperial, su querencia por los líderes fuertes y sus recelos ante Occidente, y lo hace además desde una estructura narrativa muy sugerente, ya que el narrador del libro durante buena parte del mismo es Vadim Baranov, un personaje ficticio inspirado en Vladislav Surkov, que fue asesor y viceprimer ministro de Putin. Es desde la mirada de este superasesor, el mago del Kremlin del título, desde donde se nos cuenta la historia reciente de Rusia y la influencia del fin de la Guerra Fría y los años de capitalismo de amiguetes despiadado que llegaron después en la Rusia de hoy en día. 


El personaje creado, inspirado en uno real, pero con licencias narrativas por parte del autor, tiene una personalidad arrolladora, es un protagonista realmente fascinante. Es un tipo que entró en el círculo de confianza de Putin casi por casualidad, más por curiosidad de ver cómo eran los entresijos del poder que por ambición. Alguien que proviene de los círculos culturales y casi diríamos que alternativos de Moscú. Gran lector y amante de la cultura occidental, herencia de la extensa biblioteca de su abuelo, en gran medida, compuesta por libros en francés. Su padre perteneció a la elite soviética, lo que le procuró una infancia feliz y privilegiada, aunque luego con la llegada de Gorvachov cayó en desgracia.


La novela relata cómo funciona la Rusia de Putin, esa oligarquía donde la cercanía al poder garantiza dinero, influencia, seguridad. Se muestra a un líder sobrio, frío, que nunca muestra sus sentimientos, que jamás se siente realmente amigo de nadie, que sólo mira por afianzar su posición de liderazgo desde una mirada imperialista del mundo, convencido de que él tiene una suerte de mandato popular sagrado para mantener a Rusia en su posición de máxima influencia en el mundo. 


Hay pasajes fascinantes en la novela (el relato de los años 90, desenfrenados y corruptos, es brutal), pero lo más valioso de la misma es cómo permite acercarse a la mentalidad y a a sociedad rusa. Se cuenta que los rusos quieren, fundamentalmente, dos cosas: seguridad interior y poderío y pujanza en el exterior como potencia mundial. Putin construye su liderazgo transmitiendo que puede ofrecerles las dos cosas, con mano dura contra los delincuentes y los terroristas en el interior, incluso utilizando a su favor los atentados chechenos en 1999, detrás de los que incluso se llega a insinuar que podría estar el propio Putin, por un lado, y con acciones audaces y autoritarias de fuerza como la invasión de Ucrania, que en buena medida la ciudadanía apoya y respalda porque lo conciben como una operación necesaria para frenar lo que a sus ojos es una presión injustificada de Estados Unidos y la OTAN que pone en riesgo a Rusia. 


El destino de los rusos es ser gobernados por los descendientes de Iván el terrible”, escribe el narrador.  Para mostrar a Putin como un líder era imprescindible la televisión. (“hacíamos una televisión bárbara y vulgar, como pide la naturaleza de este medio”). En la televisión pública, por cierto, hicieron un concurso en el que el público debía elegir con sus votos el mayor héroe de Rusia. Tuvieron que falsificar los resultados para que no saliera Stalin, el más votado. “Entonces entendí que Rusia nunca sería un país como los otros”, leemos. 


En la novela aparecen personajes reales como Boris Berezosky, propietario de la televisión pública en los tiempos de Yeltsin, que acabó cayendo en desgracia en la era de Putin; Limonov, cuya personalidad compleja y excéntrica retrató a la perfección Carrère, o Prigozhin, jefe del grupo paramilitar Wagner, que también acabó mal con Putin, al que aquí se llama “el zar”. A Putin se le retrata como un líder paranoico que, en parte, es así por el trabajó que ejerció en contraespionaje, profesión para la cual casi es requisito indispensable desconfiar de todo. También como un líder solo que no se deja aconsejar realmente por nadie. 


En la novela se muestra que la nostalgia por el comunismo de parte de la población rusa con la que juega Putin no es por el régimen en sí, sino por el orden y el sentido de comunidad, el orgullo de pertenecer a algo grande. Es muy revelador el relato de un viaje de Putin a la cumbre de la ONU en Nueva York, en la que la delegación rusa se indigna por no recibir un trato especial. “No somos Finlandia”, dicen. También es revelador lo que cuenta sobre el recuerdo de la Guerra Fría, un relato muy distinto al habitual en Occidente. “Ellos cree haber ganado la Guerra Fría, pero la Unión Soviética no la perdió. La Guerra Fría acabó porque el pueblo ruso terminó con un régimen que le oprimía. No fuimos vencidos, nos liberamos de una dictadura. Nosotros hicimos caer el muro de Berlín”, leemos. 


La guerra de Ucrania y otras atrocidades de Putin contra el derecho internacional y contra la humanidad provocaron sanciones contra los oligarcas rusos. El personaje ficticio que narra este libro cuenta el gran impacto que sufrió cuando supo que estaba  la lista de las sanciones de EEUU y la UE, porque él admira la cultura occidental y, como tantos otros oligarcas, tiene un discurso muy duro contra Occidente pero viaja a lujosos hoteles de Europa y Estados Unidos en cuanto se le presenta la ocasión. “Un exilio inverso, el peor de los castigos para alguien como yo”, escribe. El mago del Kremlin, en fin, es una novela imprescindible para intentar entender un poco mejor la realidad en Rusia. Y es, por encima de todo, una gran novela. 

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