Ha vuelto

En medio del inmenso e inabarcable océano del catálogo de Netflix se pueden encontrar pequeñas islas recónditas realmente atractivas, como Ha vuelto, de David Wnendt, basada en la novela homónima de Timur Vermes. Esta película alemana no es perfecta pero sí muy interesante, por sus osadía, que le lleva por momentos a bordear un precipicio, sobre el que hace equilibrismos durante todo el metraje. Hay momentos fallidos en este filme irregular, sí, pero también otros brillantes, y estos últimos son lo suficientemente inteligentes y atinados como para salvar al conjunto. 


El argumento es simple: Adolft Hitler despierta de pronto en el Berlín de 2014. No es un imitador de Hitler ni un lunático. Es Hitler. Sin saber cómo, el dictador nazi despierta en una ciudad que no se parece en nada a la que él conoció. La original premisa da lugar a escenas cómicas, pero pronto la película toma otros derroteros. Por casualidad, un reportero en horas bajas da con este hombre, a quien toma por un imitador del dictador, claro, y decide llevarlo a la televisión, a ver qué tal funciona. Lo que era una comedia distópica, o algo así, pasa a ser una sátira política y social particularmente pertinente en estos días de expansión inquietante de los discursos del odio de la extrema derecha en todo el mundo. 

Hitler quiere retomar su obra, claro. Cree que el destino le ha dado una nueva oportunidad y piensa que esta vez lo hará mejor. ¿Podrá convencer a la sociedad moderna y democrática del siglo XX? ¿Habremos aprendido alguna lección de la historia? ¿Primará más en las televisiones y el resto de medios de comunicación la responsabilidad o el afán por la audiencia? El mero hecho de que nos tengamos que plantear estas preguntas, de que sean pertinentes en este momento, es ya un fracaso de la sociedad. Porque, naturalmente, tenemos sobrados ejemplos de partidos radicales y extremistas que han convencido a millones de personas, incluso en países que saben bien lo que supone vivir bajo una dictadura. 

Como telón de fondo del filme está la crisis de refugiados. Contemplamos cómo ciertas actitudes de los medios de comunicación propagan con facilidad discursos tóxicos, y también cómo hay personas que abrazan con facilidad esas mentiras que culpan de todo a los malvados extranjeros. La crítica a la prensa es evidente en el filme. Como lo es su vocación de servir como aviso a navegantes. ¿Cómo es posible que una sociedad que ya ha caído en el error de comprar discursos del odio se deje atrapar tan fácilmente de nuevo por esas mismas mentiras? Pero es que, ay, Hitler, ese imitador de Hitler que dice barbaridades, da audiencia en la televisión. ¿Nos suena de algo? 

Tampoco faltan las reflexiones sobre los límites del humor (escuchamos chistes sobre judíos realmente incorrectos) y sobre el arma de doble filo que en ocasiones suponen estos programas satíricos. Ese prestigio de lo que se presenta como discurso políticamente correcto y no es más que puro discurso de odio. En el filme, ese Hitler que todos toman como un imitador y no como el real, claro, se convierte en un personaje popular de la televisión y de YouTube, lo que vuelve a plantear el necesario debate sobre cómo con frecuencia estos energúmenos extremistas encuentran altavoz a sus salvajadas incluso allí donde se les critica, y el riesgo que tiene la democracia de albergar en su seno a quienes quieren destruirla. 

Ha vuelto, en fin, tiene sus momentos más y menos atinados, pero de fondo queda una historia distópica que, como toda buena distopía, habla mucho más del presente y sus riesgos muy reales que de un futuro imposible. 

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