Inspiradora Marcha por el Clima en Madrid

Una manifestación no sirve para resolver un problema por sí sola, naturalmente, pero al menos transmite esperanza e ilusión, que no es poco en estos tiempos. La Marcha por el Clima de Madrid de ayer fue muy inspiradora. Ilusiona verse rodeado por decenas de miles de personas que claman para movilizarse contra el cambio climático. Personas de distintos países, carteles en muchos idiomas, activistas procedentes de Chile, Brasil y muchos otros lugares, familias enteras, con muchos niños, en una actitud pacífica, movilizados por una lucha justa que nos afecta a todos. Muchas personas, sobre todo jóvenes, de esos que se suele decir que nunca se implican por nada y que, cuando lo hacen, reciben toda clase de críticas por parte de quienes detestan que les cuestionen su modelo de vida y, de paso, que les recuerden lo que eran de jóvenes y lo que han dejado de ser. Ese poema de José Emilio Pacheco: "ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los 20 años". 


No sólo había jóvenes, por supuesto, porque los negacionistas son ruidosos y exasperantes, sí, pero no son una mayoría, tampoco en las generaciones mayores. Me ilusionó mucho ver a niños y niñas decorando sus propias pancartas, lanzando mensajes para salvar el planeta, tanto como lo hizo ver a personas mayores comprometidas con el futuro del planeta, con el legado que dejarán a quienes llegan detrás de ellos. Un ambiente magnífico, con mensajes  ingeniosos y alguno especialmente combativo. Por supuesto, no hay una única forma de afronta la emergencia climática, bienvenido es siempre el debate. De hecho, sólo hay una forma de afrontarlo que no nos podemos permitir: el negacionismo, negar la existencia del cambio climático y el impacto del hombre en el mismo.  Porque los negacionistas también sufren las enfermedades causadas por la contaminación. Dejando a un lado el oscuro y suicida negacionismo, hay una multitud de formas de enfrentarse a esta crisis y todas tuvieron cabida ayer en la Marcha por el Clima. 

Algunos de los mensajes de las pancartas daba en el clavo. Sin duda, el mensaje de que no hay un planeta B, de que esto es lo que tenemos, ésta es nuestra casa y la estamos destrozando. También el mensaje de quienes recordaban que se trata de cambiar nuestra vida para que no cambie el clima. Y ésta es la clave de por qué es tan difícil combatir el cambio climático. Porque nos apela directamente a nosotros. No es que dejando de tomar aviones, yendo a la compra con bolsas de tela y haciéndonos vegetarianos vayamos a resolver el problema. Tampoco se trata de que todos lo hagamos todo perfecto en todo momento. Pero sí hay que tomar conciencia, no vale culpar de todo a los gobiernos y a las empresas. Entre otras cosas, porque nosotros elegimos a esos gobiernos con nuestros votos y porque nosotros consumimos lo que producen esas empresas

Es tan incómodo este asunto porque no vale compartir de boquilla una preocupación lógica por el planeta. Hay que implicarse. Y cuesta. Porque implica en cierta forma un cambio de vida. Consumir menos, por ejemplo. Pensar en los medios de transporte que empleamos. No derrochar. Por supuesto, reciclar. Cambiar, en definitiva. Y cambiar, desde el punto de vista de la comodidad, a peor. Se trata, sí, de renunciar a ciertas comodidades. Nos resulta más fácil ir a comprar el pan en coche, aparcando en la puerta de la panadería, pero tal vez toque ir andando o en Metro. Nos encanta renovar el vestuario en todo momento, pero quizá toque comprar menos ropa y cuidarla más. Es magnífico darse una ducha larga, larguísima, tras un duro día de trabajo, pero quizá toca acortarla. ¿Resolveremos el problema con estos gestos? No. Ni de broma. Pero ayudaremos, contribuiremos y, sobre todo, entenderemos en carne propia que este reto global necesita cambios reales. En las políticas de los gobiernos y en las exigencias medioambientales a las empresas, sí, pero también en nuestro día a día. 

Una de las cosas que más me gustaron en la Marcha de ayer fue la ausencia casi absoluta de banderas nacionales, más allá de alguna que portaban los activistas chilenos, país en el que debería haberse celebrado la Cumbre del Clima, pero que vive un momento de protesta política y fuerte agitación en las calles. Me gustó no ver banderas, no tanto porque no tenga especial cariño por ellas (dado para lo que muchos la utilizan), que también, sino, sobre todo, porque este problema es global. Es un problema universal que nos afecta a todos y las emisiones que hacemos en España afectan a otros países, igual que el deshielo de los polos, aunque estén muy lejos, nos afectan a nosotros. Es un problema global y ahí no pintan nada las banderas ni las reclamaciones nacionalistas ni las visiones provincianas, sencillamente porque si seguimos destrozando el planeta, todo lo demás no importará, no tendremos un lugar donde seguir con nuestras batallitas y nuestras fronteras. 

Una banda interpretó ayer en la Marcha Resistiré, ese tema tan combativo que puede ser un himno de muchas batallas justas, también de esta lucha por el planeta, por su supervivencia. En un mundo como el actual, tan lleno de egoísmo y cortoplacismo, se enfrenta a un problema que exige de la generosidad y de la visión a largo plazo, que nos apela directamente, que nos mueve a implicarnos y cambiar. Quizá por eso hay tantas resistencias, tanto negacionismo. ¿Qué decir de quienes se han dedicado esta semana de Cumbre del Clima a ridiculizar a Greta Thunberg o a hacer chistes de taberna sobre la calefacción que usarán o dejarán de usar los asistentes a la Cumbre?  Quizá sólo uno: el mundo no es binario, nada es blanco o negro, pero entre personas que se implican por una causa justa y tipos que ridiculizan e insultan a una activista de 16 años tengo pocas dudas de a quién prefiero. 

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