Abordar la vida de uno de los tótems de la historia de la literatura es siempre un riesgo del que es difícil salir vivo. Creo que Rupert Evertt lo consigue con su última película sobre Oscar Wilde, aunque el filme parece estar siempre a punto de dar un salto que no termina de llegar, a las puertas de alcanzar una grandeza mayor. A pesar de sus destellos de belleza y de sus indudables aciertos, La importancia de llamarse Oscar Wilde queda algo por debajo de lo que uno esperaría de una película sobre el genial escritor. El cine y las expectativas, un clásico. ¿Acaso puede una película estar a la altura de Oscar Wilde y su vida?
Sin duda, el director arriesga al decidir mostrar a Wilde en sus años finales, desahuciado y abandonado por casi todos, despreciado por una sociedad cínica que admira su obra pero detesta su libre forma de amar y vivir. Es un acierto asumir ese riesgo, igual que lo es presentar a un hombre de carne y hueso, vulnerable, melancólico, herido, y no a un autor genial siempre con una frase ocurrente lista para cada situación. La película está rodada desde la admiración a Oscar Wilde, pero no por ello presenta al escritor como una especie de mito sobrehumano, sino que lo despoja de esa coraza de genio intocable y lo refleja tal y como fue, o lo más cercano posible a ello. Es decir, la película decide mostrar a alguien real, enseñar a la persona destrozada por la sociedad retrógrada de la época y no al autor de éxito que esa misma sociedad admiró en su momento de esplendor.
Es, sin duda, el gran mérito del filme, el que lo hace más oscuro y melancólico. Ese empeño deliberado de centrarse en los tres años finales de Oscar Wilde, los más tristes y deprimentes, para construir desde ahí, y no desde sus momentos de más éxito y felicidad, un monumento en su honor. Es una película que refleja la admiración por Wilde, pero por el Oscar Wilde real, el contradictorio y libérrimo, el que tenía cierta tendencia a la autodestrucción, el que necesita amar y ser amado, el que se debatía entre las convenciones sociales (que le oprimían, pero siempre despreció) y sus impulsos. Así, Everett decide acercar al espectador al admirado poeta no desde el deslumbramiento, sino desde la empatía, haciéndole sentir lo que sintió él los años finales de su vida, derrotado, abandonado, dolido, pero aún con vida, sensibilidad y su proverbial hedonismo. Esa mirada, ese punto de vista, tan arriesgado, de entrada, tan poco atractivo y sugerente, es lo mejor de la película.
Tanto se centra esta película en la parte final de la vida de Oscar Wilde que nada, o muy poco, se dice de sus obras. Su pasado feliz sólo se reconstruye con mínimos flashback, con recuerdos del autor. Al comienzo del filme se explica cómo la vida del autor cambió cuando el padre de su amante, Alfred Bosie Douglas difamó a Wilde al enterarse de la relación que ambos mantenían. El escritor demandó al padre de su amante, pero en una Inglaterra en la que la homosexualidad se consideraba un delito, esa denuncia fue su perdición, porque el genial escritor fue condenado a dos años de trabajos forzados en prisión. Cuando sale de la cárcel, el escritor se marcha a Francia, donde le reciben los pocos amigos que le quedan. Oscar Wilde, el gran Oscar Wilde, terminará sus días pobre y olvidado.
Aunque en un primer momento quiere retomar el contacto con su esposa, se muere por volver a sentir lo que siente en compañía de su amante, que aparece aquí como un niño bien bastante desagradable, que no siente por el escritor la misma pasión que éste siente por él. Experimentan algo parecido a la felicidad durante un tiempo, pero, como escribió el propio Oscar Wilde, se termina cumpliendo esa sentencia triste de que todo hombre destruye aquello que ama. La película, muy contenida, conmueve a ratos. Hay talento en en algunas réplicas de Wilde, con su humor y su ironía punteando el guión. El propio director, Rupert Everett, interpreta con maestría al poeta. Esta película es el gran proyecto de su vida, porque llevaba años trabajando en ella y porque ha batallado mucho para conseguir financiación para la misma. La presencia de Colin Firth en el reparto y su implicación personal con el proyecto fue clave para sacarlo adelante. La película, ya digo, se queda siempre un punto por debajo de lo que cabría esperar de una película sobre Oscar Wilde, pero es muy de agradecer la honestidad y la valentía de acercarse a los tres años finales del escritor, alejado del boato y las mieles del éxito, y sin evitar mostrar sus contradicciones y su compleja personalidad.
Un último apunto. Por alguna razón, en España la película se ha llamado La importancia de llamarse Oscar Wilde, haciendo así un juego de palabras con la obra de Wilde La importancia de llamarse Ernesto. No se entiende demasiado que no se haya respetado el título original, El príncipe feliz, cuento del propio Wilde, mucho más coherente con lo que se narra en la película, y con un papel relevante en el filme.
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