Blackwood

Suelo evitar en el cine las películas del género fantástico y de terror y lo seguiré haciendo después de ver Blackwood, de Rodrigo Cortés. Aprecio mucho al director, a quien me encanta escucharle hablar de cine (más que a ninguna otra persona, creo) y cuya valía como cineasta está fuera de toda duda (hablamos del creador de la aclamada Buried y de Luces Rojas). Si fuera por la sinopsis de su última película no habría ido a verla, pero me animó su firma, que es garantía de una visión propia y personal. No diré que Blackwood sea una mala película ni que no haya aspectos reseñables, es posible que sea solo mi reticencia a este género la que me haya impedido disfrutar de ella, pero el caso es que me resultó decepcionante

Salgo del cine del parque de la Bombilla, escenario imprescindible en las noches de verano de Madrid, con una sensación extraña. A medida que avanza la cinta voy perdiendo interés por ella y el desenlace, importante siempre en este tipo de película, me deja más bien frío. Insisto, probablemente sea sólo que la película no es para mí y seguro que hay muchas personas que sí la disfrutarán. La primera mitad de la película, con el planteamiento de las protagonistas y el descubrimiento de la misteriosa mansión que le da título (en España, porque en inglés se llama Down a dark hall) son muy atractivas, incluso apasionantes. Pero a medida que avanza, me voy alejando del filme, tal vez porque espero siempre que esos destellos de calidad y esas reflexiones que plantea lleguen más lejos.



Por supuesto, no todo me decepciona en la película. Está, para empezar, extraordinariamente bien rodada. Visualmente, la cinta es impecable. Cada plano es puro cine. También me encanta la música de Víctor Reyes, que contribuye a crear la atmósfera extraña y perturbadora de ese misterioso internado, Blackwood, casi sin luz eléctrica, en penumbra y con presencias extrañas. Las interpretaciones de las actrices jóvenes son más que notables, igual que la de Uma Thurman, impecable en el papel de Madame Duret. También hay algún que otro toque de humor en la película ("fiesta de pijamas", "la solución es tres"), que funciona a la perfección. 

Y, por supuesto, hay una reflexión de fondo sobre arte que, dejando a un lado el componente fantástico, va en la línea de Whiplash, de Damien Chazelle, en la que se muestra la exigencia extrema de la creación artística. En aquella cinta se plantea la cara oculta del talento, los sacrificios que implica y cómo puede llegar a ser incompatible con llevar a cabo una vida normal. En Blackwood también se preguntan preguntas incómodas. ¿Está el arte por encima de la propia vida? ¿Una extraordinaria composición o un formidable poema lo vale todo? ¿Cuál es el precio tolerable del arte? Esas reflexiones sobre el arte, el pago que exige, lo que marca la vida de los genios, son atractivas, sin duda. 

Lo interesante de las películas de género es que ayuden a plantear para flexiones sobre otros aspectos. Aquí se intuye la intención, sin duda, tanto en lo relativo a las exigencias de la creación artística como en lo tocante a la madurez, al paso a la edad adulta de las cinco adolescentes protagonistas. Sin duda hay poso en la cinta, hay un propósito de fondo más allá de ser la típica película de terror adolescente, pero por momentos la cinta se aleja de ese “algo más” que parece prometer para parecerse demasiado a las clásicas películas de género. Es cierto que no reincide demasiado en los sustos, lo cual se agradece, aunque alguno hay. Pero el desarrollo y el desenlace de la trama, aunque tenga un componente alegórico indiscutible, me deja algo frío. La historia de estas cinco chicas conflictivas que son enviadas a un internado regentado por una misteriosa mujer amante de las artes atrapa en el primer tramo de la cinta, en fin, pero no llega tan lejos como uno espera al principio. 

Comentarios