Los archivos del Pentágono

A Steven Spielberg le bastan menos de diez minutos para exponer los muchos atractivos de su última película, The Post, por alguna razón traducida en España como Los archivos del Pentágono. Luego la cinta no hace más que crecer y crecer, con la maestría para contar historias del rey Midas del cine. En este caso, una historia real, repleta de alicientes, sí. Es una película muy interesante desde muchos puntos de vista. Las mentiras de los gobernantes y el papel de la prensa de desvelarlas, por ejemplo. En una de las primeras escenas se ve a Robert McNamara, secretario de Estado, regresando de Vietnam, donde Estados Unidos está perdiendo una guerra que ya de antemano sabía imposible de vencer. En el avión se lamenta del nulo progreso de la contienda. Pero nada más bajar, ante los reporteros, proclama los muchos avances de la guerra. Lo que va de su descarado engaño público a la descarnada verdad que sólo reconoce en privado se llama periodismo. Contar aquello que otros no quieren que se cuente. Y nada más. 

Va de periodismo y de su papel necesario esta cinta, sí, que muestra la investigación periodística de The Washington Post para destapar los archivos que muestran las mentiras de los sucesivos gobiernos de Estados Unidos sobre su presencia en Vietnam. Hay frases memorables en el filme, de esas que necesitamos para seguir creyendo en un oficio tan mal tratado, tantas veces desde dentro, tantas otras con razón desde fuera por su dejación de funciones. Por ejemplo, la que dice el director del Post entonces, interpretado por Tom Hanks, cuando le avisan de que una demanda del gobierno por la publicación de los papeles del Pentágono relativo a Vietnam y un posible fallo a favor de la administración Nixon significarían que el periódico dejaría de existir. “Si vivimos en un mundo en el que un periódico sólo puede publicar lo que quiere el gobierno, el Washington Post ha dejado de existir”. O esa otra en la que se recuerda que los periódicos escriben (o deberían escribir) para los gobernados, no para los gobernantes.



La película es, además, una historia de una mujer fuerte en un mundo de hombres que la menosprecian. Katherine Graham (una excepcional Meryl Streep) apoyó la publicación de los archivos del Pentágono, a pesar de que dejaban en muy mal lugar a algunos amigos suyos y, sobre todo, a pesar de que podía ser un riesgo enfrentarse al gobierno en un momento en el que el periódico salía a Bolsa por problemas financieros. Refleja bien la cinta la importancia de unos dueños que apoyan a sus equipos y que entienden que dirigen un medio informativo y no un catering organizador de eventos. En el filme se observan los dilemas sobre la relación, tantas veces demasiado estrecha y tóxica, entre políticos y periodistas, deslumbrados estos últimos a veces por las interesadas atenciones de aquellos. 

También queda clara la enorme presión que ejerce sobre el Post su salida a bolsa, tan representativa de lo que para muchos fue el principio del fin de los periódicos, al venderse al mercado y empezar a depender de bancos e inversores. Pero, a la vez, la certeza de que, sin financiación, no hay periódico que sobreviva. La cinta plasma, con un sentido del ritmo extraordinario, los dilemas sobre el secreto, un arma impredecible para todos los gobiernos, que todos los gobiernos utilizan en un grado u otro en su propio beneficio. Es, en fin, un alegato en defensa de los periódicos y la prensa libre en plena era Trump. Una toma de postura manifiesta en favor del periodismo de servicio social, el útil, el único posible. 

Los periódicos ya no se imprimen en linotipias ni tienen la difusión ni la credibilidad de entonces. Viven la mayor crisis de su historia, y eso que su historia es una crisis sin fin. Pero siguen siendo imprescindibles. Más que nunca. Una sociedad sin medios libres es una sociedad peor. El final de la película, aludiendo al Watergate, plantea a las claras el papel de la prensa como guardián del poder. No como parte del poder, confundiéndose con los oropeles de las fiestas y la proximidad a las fuentes, sino como su vigilante.Ese final emparenta a la cinta con Todos los hombres del presidente, de la que puede considerarse casi una precuela. No es una película más sobre investigaciones periodísticas. Es, por ejemplo, mucho más redonda que Spotlight, con mucha más tensión y más ritmo. 

Es una cinta reconfortante para quienes creemos en el papel del periodismo, a pesar de todo, de los muchos gestores nefastos, de los intereses puramente mercantilistas que todo lo intoxican y de los muchos errores cometidos. "Siempre he querido formar parte de una pequeña revolución", dice uno de los periodistas en un momento clave del filme. Y ahí está la clave del filme, su mensaje. Medios libres y una justicia independiente, dos de las pocas tablas de salvación cuando lo demás descarrila. Ayer y hoy. Es una película vibrante. Casi dos horas de metraje que se hacen cortas. 

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