Las chicas

Las chicas, de Emma Cline, fue recibido el año pasado por la crítica como el gran debut literario en Estados Unidos. Después de leer esta impactante novela, no extraña. Porque la autora muestra un talento excepcional para transmitir la psicología de los personajes y una excelencia poco usual en la descripción de una historia inspirada en otra bien conocida, la matanza que Charles Manson y las jóvenes a las que había abducido cometieron en 1969. La protagonista y narradora de la novela es Evie, una adolescente que lleva una vida corriente, lidiando con sus padres separados, enamorándose de jóvenes, empezando a vivir de la mano de su amiga Connie... De repente, un día, ve a un grupo de chicas, despreocupadas, con aspecto hippy, riéndose. "Volví la mirada por las risas, y seguí mirando por las chicas". Así comienza el libro. Fue ese encuentra casual el que llevará a Evie a acercarse a ese grupo de jóvenes, por las que siente una inmediata fascinación. 

Evie pasa de llevar una vida típica de adolescente, con los clásicos cabreos con sus padres, con las típicas salidas con sus amigos, a conocer otro mundo. Visto con distancia, una secta, un lugar peligroso, del que salir corriendo. Un abismo que espanta, pero sin embargo también le atrae. Y en Evie, en la adolescente Evie, puede más esa atracción que las cautelas a las que invitaban no pocos signos de los que muestra ese grupo de chicas, casi desde el principio. Evie discute con su madre y también con su amiga Connie, de quien dice que "siempre me había caído bien de un modo que no necesitaba plantearme, como el hecho de tener manos". Y es cuando se siente más sola cuando cae en las redes de ese grupo de jóvenes joviales. 


El mayor acierto del libro es que relata sin alardes ni excesos narrativos la bajada a los infiernos de Evie, la facilidad pasmosa y ligera con la que cayó en las redes de un grupo de chicas cautivadas, dominadas, esclavizadas, por un hombre, Russell, que es un encantador de serpientes, un tipo indeseable y manipulador. Un hombre que es quien manda en esa especie de comuna hippy a la que Evie llega tras quedar deslumbrada por la risa de las chicas y, sobre todo, por una de ellas, la cabecilla, Suzanne, por quien siente una fascinación arrolladora. 

El libro está narrado en dos tiempos: 1969, cuando Evie conoce a las chicas, las sigue y se integra en su vida, tan diferente a las rigideces de su vida hasta entonces, en lo que todo parece posible, y el presente, en el que Evie recuerda aquella experiencia y se la cuenta al hijo adolescente de un amigo y su novia, en quien la protagonista ve repetidos ciertos tics de dependencia y falta de autoestima, como los que ella mostraba entonces, con resultados atroces. La novela podría haber adoptado un tono moralizante, lo cual la habría destruido. Muy al contrario, no toma posición alguna. Relata lo ocurrido, no con palabras rimbombantes ni con gravedad, sino dejándose llevar por los recuerdos de Evie, por sus sentimientos. No es un libro sobre una secta peligrosa, es un libro sobre el ser humano, sobre la necesidad de sentir cariño, sobre el riesgo que provoca la dependencia en las relaciones humanas, sobre lo fácil que resulta que alguien caiga en una relación tóxica si se encuentra en un momento delicado, sobre el amor, sobre el revoltijo de anhelos y deseos de la adolescencia, sobre el amor propio, sobre la amistad... Es la psicología de los personajes lo que más deslumbra de esta novela. 

La propia Evie, la del presente, recuerda en el relato de ese suceso ocurrido en 1969, de esa época agitada de su adolescencia, los síntomas que deberían haberla alejado de ese grupo. Ella mismo cuenta cómo todas las chicas provienen de familias desestructuradas. Cuenta el dominio enfermizo que ejerce Russell sobre todas ellas. Recuerda escenas de intolerable autoritarismo de ese hombre. Y, sin embargo, se integró en el grupo sin oponer la menor resistencia. Así de complejo es el ser humano, así son los sentimientos. Ella sigue allí porque queda prendada de Suzanne, no queda claro si es amor o, algo aún más poderoso, fascinación incondicional

Y también queda atrapada por las ideas del gurú Russell, por esa visión del mundo rompedora, distinta a lo que defendía todo el mundo. "Pensar que el amor podía venir de cualquier lado. Así no te sentirías decepcionada si no llegaba de la dirección que esperabas", cuenta Evie en un pasaje del libro. Aquella experiencia acabó de forma dramática, catastrófica. Y no se ahorra detalles la autora a la hora de describir ese desenlace, con pasajes muy duros, pero sobre todo acierta a profundizar en la psicología de los personajes en todo momento, no para justificar nada, ni mucho menos para juzgarlo, sólo para reflejar la complejidad del ser humano. 

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