Un hombre excesivo, radical, violento, deslumbrado por la guerra. Alguien impulsivo, de trato difícil. Una persona muy visceral, que detesta con facilidad a sus semejantes. Próximo a ideas políticas extremistas, polemista profesional, acostumbrado a atacar (verbalmente) los Derechos Humanos, todo lo contrario a lo que se entendería como alguien políticamente correcto. Eduard Limónov no es precisamente el personaje con el que más fácilmente puede empatizar un lector. De hecho, es difícil cogerle cariño y sentir sus emociones, lamentar sus pesares o celebrar sus alegrías, pues por momentos resulta un tipo bastante repulsivo. Pero a la vez su vida, que son muchas vidas en una, resulta fascinante. Delincuente juvenil, exiliado de la Unión Soviética más por sus aspiraciones vitales y financieras que por una oposición real al comunismo. Vagabundo en Nueva York, después de haber podido traspasar las puertas de las fiestas más selecta de la ciudad. Asistente doméstico de un millonario. Poeta. Político, fundador de un partido contrario a Putin y nostálgico de la era soviética. preso político, defensor de los serbios en los Balcanes. Muchos personajes en uno. Una vida digna de ser novelada. Es lo que hizo hace unos años el escritor francés Emmanuel Carrère, autor de la portentosa obra El Reino, que no aporta ni pizca de ficción a sus relatos y construye, con la realidad, obras desasosegantes, excelentes y cautivadoras.
"Él mismo se ve como un héroe y se le puede considerar un canalla: me reservo la opinión sobre este punto. Pero lo que pensé es que su vida novelesca y peligrosa decía algo. No sólo sobre él, Limónov, no sólo sobre Rusia, sino sobre la historia de todos nosotros desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Algo sí, pero ¿qué? Escribo este libro para averiguarlo", leemos en el prólogo de esta obra de Carrère, en la que, como es habitual en él, interpela al lector, cuenta lo que él cree que hay de cierro en una historia y lo que no. Explica, por ejemplo, cómo debería escribir determinado pasaje, pero después indica que él nunca se ha visto narrando de ese modo, así que lo despachará rápidamente. Consiguen sus obras dar la sensación de estar siendo escritas delante de las narices del lector, como si cuando éste pasara una página acabara el autor de rematarla para él, sólo unos instantes antes.
La cita del prólogo contiene el gran valor de la obra. No es casual que el libro comience con una cita del actual presidente ruso, Vladimir Putin: "el que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza, el que no lo eche de menos no tiene corazón". Y es precisamente la siempre conflictiva relación con el pasado, en este caso, de los rusos con su pasado soviético, que está lleno de luces y sombras (sobre todo, de estas últimas), uno de los puntos de interés de esta obra. Saben todos los horrores de la era soviética, pero entonces tenían algo en lo que creer, un proyecto con el que identificarse. En ese aspecto, como en tantos otros, la historia de Limónov, en efecto, no es sólo la de un personaje fascinante, que parece de ficción, pero es totalmente real, sino que refleja bien toda la historia reciente de Rusia. De joven, el poeta estuvo en los círculos de la disidencia soviética, cierto es que más atraído por el aspecto cultural de aquel grupo que por una oposición concienzuda a la política de la URSS. Opositor como tal no fue. No le movió un interés político, pero lo cierto es que se marchó de su país. Porque se ahogaba. Porque soñaba más alto y más lejos.
En Nueva York se hace la ilusión de poder comenzar una carrera como poeta, de poder estar al lado de la clase alta que tanto desprecia. Limónov, y en esto también es un reflejo de todos, es un compendio de contradicciones. Cercano a los disidentes soviéticos, pero más tarde firme defensor del comunismo. Alguien que detesta a los ricos, pero que en el fondo se siente feliz cuando accede a las fiestas de los millonarios, cuando puede entrar en su mundo y se siente tratado de tú a tú. Toca fondo en Nueva York, pero es precisamente de esa época, la peor de su vida, de la surge la obra que le permitirá hacerse un nombre como escritor polémico, desprejuiciado, relatando su vida, sus experiencias, sus relaciones sexuales con negros en las calles de Nueva York, su casual aproximación a un millonario, con el que trabajará y a quien, pese a ser bien tratado por él, odiará en todo momento.
Limónov se considera un tipo duro y desprecia la debilidad. La obra de Carrère no oculta la sordidez de parte de su vida, ni santifica al biografiado. Queda clara su personalidad, compleja, contradictoria, increíble. Es alguien prepotente. Se ve como un genio, como el mejor poeta ruso vivo. Y le llevan los demonios cuando son otros los que reciben premios y elogios por obras que él estima menores. "Lo que pasa es que no le gustan los cultos profesados a otros. Piensa que la admiración que les dedican se la roban a él". Por eso critica a casi todos los autores rusos contemporáneos. Quiere la gloria para él solo. La alcanzó, al menos en gran medida, en sus años en París. Era un rebelde deslenguado, dice Carrère, pero era nuestro rebelde deslenguado. Los círculos culturales parisinos lo adoraban, hasta que se puso del lado de los serbios en los Balcanes, fue a la guerra, y se le vio disparando tiros con efusividad. Limónov, hombre de acción, siempre, se dedicó después a pedir muy serio la ejecución de Gorbachov por fulminar la Unión Soviética, y formó un partido nacionalista bolchevique, un engendro en Rusia, oposición firme a Putin, donde hay demócratas, pero también personajes de extrema derecha. Llega a pensar que podría llegar al poder.
En ocasiones, Limónov hace y dice cosas salvajes, no ya políticamente incorrectas, sino detestables, abiertamente intolerables. Pero su personalidad es tan arrolladora, tiene tantas vivencias, cambia tanto su vida, que su historia atrapa de inicio a fin. Y entran ganas de leer sus obras y de saber más sobre él. "Eduard se lo toma todo demasiado a pecho, pero comparadas con él todas las personas que ella conoce resultan tibias", relata Carrère que piensa de Limónov una de sus novias. A la sugerente personalidad de Limónov se une la lucidez de Carrère, que lleva esta obra más allá de la historia personal del poeta ruso. Y en un momento, inteligente, osado, provocativo, explica: "tengo quizá una tendencia excesiva a preguntarme si entre los valores evidentes en mi medio, los que las personas de mi tiempo, de mi país, de mi clase social, creen insuperables, eternos y universales, no habrá algunos que algún día parecerán grotescos, escandalosos o simplemente erróneos". Y ahí queda el aire invadido de esta reflexión, tan pertinente hoy en día.
Comentarios
hay muchos errores en el libro de Emmanuel Carrère. El verdadero Eduard Limonov es bastante diferente, y aun mas increible de lo que cuenta Carrère.
Mucha informacion inedita aqui :
http://www.tout-sur-limonov.fr/222318806