La Iglesia y las cenizas

Acostumbrada como está a entrometerse en la vida de los católicos, no debería haber sorprendido tanto que la Iglesia pretenda inmiscuirse también en su muerte. Era cuestión de tiempo. Ayer el papa Francisco decidió que los católicos no podrán esparcir las cenizas de sus seres queridos por ahí ni tenerlas en casa, sólo en cementerios o lugares sagrados. Si no se cumple esta obligación, la Iglesia podrá negar el funeral. Es una medida reaccionaria y que coarta la libertad de los católicos que se vean en la obligación de seguir los preceptos de la Iglesia. Nada nuevo bajo el sol, pues la Iglesia siempre ha estado peleada con el paso del tiempo y con la libertad. 


El papa Francisco, cuya posición ejemplar sobre el drama de los refugiados o su admirable visión crítica del capitalismo le han permitido ganarse muchas simpatías en sus años de pontificado, también ha mostrado en otras ocasiones una cara mucho más conservadora. Recordemos, por ejemplo, como justificó la violencia contra alguien que "se meta con mi madre", unos días después del brutal atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo, a manos de fanáticos yihadistas que no perdonaron a los dibujantes de la publicación sus viñetas críticas con el islamismo radical. Con esas declaraciones Francisco dejaba claro que mejor no meterse con las religiones, que quien lo haga se expone a reacciones violentas. O recordemos también cómo El Vaticano, con Francisco ya al frente, negó a Francia la opción de tener un embajador homosexual ante la Santa Sede, mientras el papa hacía declaraciones aparentemente tolerantes ("quién soy yo para juzgar a una persona gay"). 

Con esta decisión de establecer cómo se puede enterrar a un buen católico la Iglesia da un paso más en su pretensión de controlar a las personas. Uno pensaría que una religión aporta una filosofía vital y una serie de principios, pero no estas ataduras sobre cómo vivir y, ahora, morir. La Iglesia se mete en la intimidad de los católicos en vida y, ahora, decide entrar también en el crematorio. Permite a los católicos la incineración, pero bajo ningún concepto que las cenizas se esparzan en el mar o que se conserven en casa. Al cementerio. Como dios manda. 

Tengo pocas dudas de que hay una razón económica detrás de este anuncio (si no hay sepultura o nicho en un cementerio, no se paga un canon a la Iglesia por su mantenimiento). Pero hay algo más. Es esa tendencia tan marcada de todas las religiones en restringir más y más lo que se puede o no hacer. Para ser buen católico, en teoría, se debe ser buena persona, solidaria, seguir unos determinados principios. Pero no tengo claro qué tiene que ver el modo en que uno se despide de este mundo con ello. La muerte es un factor trascendente para la Iglesia y los católicos, pues creen en una vida más allá, piensan que no es el final. Por eso resulta particularmente intrusivas estas instrucciones sobre cómo despedirse del mundo. Aunque, claro, en su derecho está la Iglesia de aprobar los preceptos que considere oportunos y de establecer las obligaciones que desee a quien esté dispuesto a seguirlas. 

Los argumentos que emplea el papa para justificar la prohibición dejan buen claro lo atrasada que sigue la Iglesia católica. Con la medida, dice Francisco, se pretende evitar cualquier "malentendido panteísta, naturalista o nihilista". Casi nada. "En el caso de que el difunto hubiera sido sometido a la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le ha de negar el funeral", indica. Y sigue. "La conservación de las cenizas en un lugar sagrado ayuda a reducir el riesgo de apartar a los difuntos de la oración",al tiempo que "se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas". Es decir, que la medida está pensada para que los nietos no terminen jugando con las cenizas de sus abuelos, práctica, como todo el mundo sabe, muy extendida que la Iglesia decide cortar. 

La medida en sí es demoledora, por lo que tiene de atraso y de intromisión en la vida de las personas, de límite a su libertad. Pero más aún es la justificación que dio el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Gerhard Mueller, quien declaró ayer que "los muertos no son propiedad de los familiares, son hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un campo santo su resurrección". Y ahí lo dejó. A ver si ahora uno va a poder decidir donde descansan sus restos mortales, qué locura.

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